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Sueños de un nuevo país

Don Benjamín es el juglar del sur del Tolima, la zona donde nacieron las Farc. Es un hombre de un poco más de 60 años y va con su guitarra al hombro, de Chaparral a Planadas o de Santa Bárbara a El Davis, cantando las alegrías y tristezas de su pueblo tolimense.

28 de junio de 2017 Por: Gerardo Quintero

Don Benjamín es el juglar del sur del Tolima, la zona donde nacieron las Farc. Es un hombre de un poco más de 60 años y va con su guitarra al hombro, de Chaparral a Planadas o de Santa Bárbara a El Davis, cantando las alegrías y tristezas de su pueblo tolimense. Es un juglar y muchas de sus canciones tienen que ver con la guerra. Su herencia de indio pijao también se manifiesta en sus composiciones frenteras, algunas alegóricas de los años cincuenta y otras que hablan de una tierra sembrada en paz por los campesinos.

Lo conocí en Santa Bárbara, una vereda de Las Hermosas, a tres horas de Chaparral y que está tan arriba en la montaña que si uno subiera toda la cordillera y descendiera caería al Valle, por el Cañón de las Hermosas. Estaba feliz con el fin de la guerra. Nunca había visto subir tanta gente a estos pueblos del sur del Tolima. Dice que la guerrilla era la que mandaba, ni la Policía ni el Ejército se atrevían a subir. El propio alcalde de Chaparral, Humberto Buenaventura, me contó en voz baja que él nunca había subido hasta tan arriba porque el ‘Juzgado 21’, como le llamaban al temible Frente 21 de las Farc, se lo impedía. “Es lindo, ¿no?”, dice oteando el horizonte. Y sí, es hermoso lo que se puede ver en este sur profundo, donde las Farc nacieron. Aquí las montañas que circundan tienen un verde intenso, cafetales esparcidos sobre la cordillera, el contraste del sol mañanero con el frío atemorizante al caer la noche. Campesinos que miran de reojo, con desconfianza, pero cuya generosidad apabulla. Niños que viajan tres horas a una escuela tratando de descubrir el otro país que queda debajo de estas montañas. Trochas de barro en las que hace solo un par de años transitaba únicamente la guerrilla.

Sueños de un nuevo país. Esperanzas de hombres como don Benjamín, que en el otoño de su vida quiere para sus nietos una opción diferente a empuñar armas. Sueños de que les mejoren la carretera que conduce de Chaparral a las entrañas de la Cordillera y que los campesinos puedan sacar el fríjol, la arveja, el café, el plátano. Sueños de que la escuela ya no quede a tres horas y que los niños puedan aprender sin morir de cansancio. Sueños de convertir este exuberante sur del Tolima en el gran paraje del ecoturismo colombiano, con sus aguas termales desconocidas, pájaros de todos los colores, ríos de película como el Tuluní, Cucuana, Tetuán y Amoyá.

Todo está por hacerse. “Ojalá esta vez sí nos cumplan”, dice don Benjamín con esperanza, pero lleno de dudas, mientras afina su guitarra. Si acá en la ciudad muchos que no conocen la guerra proclaman nuevas batallas por redes sociales, allá en el campo prefieren exorcizarla a través del canto. En el sur del Tolima, miles de campesinos, representantes de los 400.000 que están en la pobreza absoluta en Colombia, sueñan que el silencio de los fusiles traiga un cambio. No es mucho, tampoco. Un plante, una tierra pequeña para cultivar, mejorar las trochas para que puedan sacar sus productos y una escuela cercana para que sus niños estudien. ¿Será demasiado esfuerzo para este país?

Sigue en Twitter @Gerardoquinte

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