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Una moda peligrosa

Se volvió moda protestar independiente de si hay o no razones objetivas para hacerlo.

17 de noviembre de 2019 Por: Francisco José Lloreda Mera

Se volvió moda protestar independiente de si hay o no razones objetivas para hacerlo. Pareciera ser una manera de exorcizar las frustraciones, las expectativas y los miedos, en un mundo convulsionado, donde la incertidumbre y la rabia, se han ido exacerbando. Se dio en Hong Kong, París, Bolivia, Chile y Ecuador, cómo no iba a darse en Colombia. No nos podíamos quedar atrás: había que organizar una aquí igual o más impactante.

El problema no está en protestar, afortunadamente cada quien es libre de hacer y decir lo que quiera, en un marco legal. Es además un derecho constitucional que tenemos en Colombia. Lo importante es no ser ingenuo y tener muy claras las razones detrás de las protestas, hacerlo sin violencia y sin llevarse por delante los derechos de terceros, cuyas vidas, bienes y honra también son protegidos por la Constitución. Al menos en teoría.

La protesta en Hong Kong fue para reclamar democracia, se cansaron de ser una colonia China; en Bolivia, para evitar el fraude de Evo Morales, quien aspiraba a perpetuarse más en el poder; en París por una Ecotasa a la gasolina y en Ecuador por un incremento en el valor de la misma. En Chile, la más aterrizada explicación es una mezcla de temores y expectativas no cumplidas de la clase media, aprovechada por vándalos y políticos.

En el caso de Colombia, llaman la atención las razones de los organizadores. Convocan en rechazo a una reforma laboral que no existe, a una reforma pensional que tampoco existe, contra la privatización de la universidad pública cuando el año pasado se le dio la mayor asignación presupuestal en décadas, y contra la reducción del salario mínimo para los jóvenes que el Gobierno no ha considerado, entre otras. Y claro, la corrupción.

Seamos serios. Es legítimo protestar pero no nos digamos mentiras; el paro del próximo jueves es un coctel de motivaciones y de intereses, aprovechado por sectores políticos desafectos al Gobierno, y en quienes priman el odio, la venganza o la ambición de poder. Secundado por medios de comunicación que se frotan las manos viendo al presidente Duque contra las cuerdas. Es la política del todo vale, sin medir bien las consecuencias.

Las democracias no son infalibles pero la nuestra es funcional, soportada en un marco legal e institucional que si bien no es perfecto, opera. Tampoco es infalible el modelo de economía social de mercado, pero gracias a este el país se ha desarrollado y crece. La mayoría de los colombianos han mejorado su calidad de vida en las últimas décadas y millones de familias han salido de la pobreza. Somos un mejor país, sin duda alguna.

Estos logros y valores, fruto del esfuerzo de varias generaciones, muchos los consideran garantizados. Se equivocan, no lo están. Tampoco lo están el respeto a la iniciativa y a la propiedad privada, y un conjunto de derechos que le permiten a muchos protestar, incluidos quienes los desean lapidar; de estos no me extraña su conducta destructiva, me sorprende un poco quienes ayudan a tejer la soga con la que podrían ser ahorcados.

Dirán algunos que es alarmismo. No. En Colombia hay un pulso sobre el modelo de país y de sociedad, y hay quienes quieren un giro a la izquierda, moderada y radical. El paro es también parte de ese forcejeo de fondo. No se trata de ser o no conformista, pues el país requiere cambios, entre ellos, mayor equidad y autoridad. Pero ha sido convocado sobre falacias, está siendo utilizado con fines políticos, pone en riesgo sin necesidad las instituciones, y le hace el juego a unos propósitos que no son convenientes para el país.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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