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La tarea

Equivocar el camino es fácil, puede darse en una jornada electoral. Enderezarlo, difícil.

28 de mayo de 2022 Por: Vicky Perea García

Las elecciones por lo general se disputan entre quienes quieren un cambio y quienes no y Colombia no ha sido la excepción; salvo los años del Frente Nacional desde el inicio de la República la continuidad o el cambio han sido el pivote de las campañas, y lo será mientras haya una democracia que lo permita. Lo complejo es cuando todos promueven un cambio, cambio que responde en ciertos casos a visiones distintas de país y sociedad.

Para unos debe ser un giro a la izquierda, con ocurrencias, algunas irresponsables; para otros acabar la corrupción con medidas poco claras; para otros una forma de gobernar sin clientelismo ni politiquería, y para otros un país de oportunidades con aplicación de la ley. Esta simplificación no pretende generalizar o trivializar las propuestas, pues hay unas valiosas y originales, sino resaltar que el cambio significa algo distinto para todos.

Hay razones para anhelar cambios, independiente de lo que represente para cada quien. Sin desconocer los avances del país en diversos frentes, en otros se ha retrocedido y en muchos seguimos mal; en especial en materia de seguridad, corrupción y desigualdad. Pero esa desconcertante realidad -causa de indignación y desasosiego y que amerita acciones contundentes- no debe pasar por alto lo que el país ha cambiado, y para bien.

Colombia es muy diferente al de hace dos, tres o cuatro décadas, para no ir más lejos. De ser un Estado arrodillado al narcotráfico se evitó que los carteles doblegaran al país; de una toma inminente del poder por la vía armada distintas acciones conjuraron esa opción; y de un país postrado en el acceso a los servicios públicos, a la educación y a la salud, estos se masificaron, aunque falta mucho por hacer en la calidad de los mismos.

Similar en infraestructura, en desarrollo urbano y rural, en vivienda, en reducción de la pobreza, en oportunidades y en calidad de vida para la clase media. Y en reconocimiento y liderazgo internacional, en comercio exterior, turismo, desarrollo agrícola y pecuario, el cuidado de la biodiversidad y la conciencia ambiental. En estos años Colombia pasó de ser un país fallido y extraviado en el subdesarrollo a uno viable de desarrollo medio.

Breve tiempo en el que dos generaciones han nacido y alcanzado mayoría de edad. Pero en especial la última no parece dimensionar ese cambio; algunos han escuchado hablar de violencia bipartidista, guerrillera, narco y paramilitar, pero para muchos Escobar es un ídolo de Netflix, el Palacio de Justicia un edificio arrasado por el Ejército, el 8.000 un número de Baloto, Raúl Reyes debió ser un príncipe y el Mono Jojoy un primate de circo.

Y para más de uno, hablar de democracia, instituciones, libertad de prensa y economía de mercado, es algo etéreo, que se percibe lejano, o simples expresiones del statu quo. Por eso, cuando se enfatiza que deben ser cuidados no se inmutan pese a tener ejemplos cercanos de la debacle autoritaria. No han vivido sin ellos y quizá por eso no los valoran, o creen erróneamente que no tienen nada que perder si Colombia da un salto al vacío.

Llega la primera vuelta de la elección presidencial en un ambiente cargado y enrarecido. No solo por polarización y golpes bajos, sino, por el grado de ansiedad que se percibe. Ansiedad por la coexistencia de dos sentimientos encontrados, miedo y esperanza, en una coyuntura incierta, en la que todos quieren un cambio, y algunos, cualquier cambio.
Equivocar el camino es fácil, puede darse en una jornada electoral. Enderezarlo, difícil. Votar a conciencia, dejando los odios a un lado, pensando en el país, es la tarea de hoy.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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