El pais
SUSCRÍBETE

Democracia y redes sociales

No es fácil saber cómo la tecnología y las redes sociales terminarán transformando los sistemas políticos.

8 de diciembre de 2019 Por: Vicky Perea García


Desde hace varios años se discute el futuro de la democracia. Se le considera en crisis, entre otras razones, porque se cuestiona su capacidad real de representación, en parte por la incidencia de las redes sociales como un medio de participación ciudadana. Un nuevo poder, avasallante, con aspectos positivos, pero también negativos; algunos de los cuales se conocen, otros que están por descubrir, en particular en materia política.

Las redes sociales universalizaron la información y la comunicación. Cada individuo es dueño de un medio de vasto alcance, está en capacidad de acceder a información antes inimaginable y comunicarse de inmediato prácticamente con quien quiera. No en vano, a la tecnología digital se le conoce como la cuarta revolución. Ha modificado la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos, como lo dice el economista Klaus Schwab.

Pero va más allá: se han convertido en un instrumento político determinante; permite una participación masiva en la discusión de los asuntos públicos y de interés ciudadano, opinar sobre lo divino y lo humano, sin mayores condicionamientos y límites espaciales y temporales. Nunca antes la libertad de expresión había contado con un mecanismo tan poderoso, de alcance global y con posibilidad de reacción e interacción inmediata.

El exministro Gabriel Melo, en reciente libro sobre el futuro de la democracia, dice que las redes sociales son como una resurrección cibernética de la antigua plaza mayor de las poblaciones, el nuevo ágora de las ciudades-estado griegas, “donde los ciudadanos se reúnen para divulgar los hechos que conocen, comentarlos y exponer sus ideas, tanto en privado, de persona a persona, como en público”. El nuevo espacio de la democracia.

Positivo en muchos aspectos, pero riesgoso. Además de poder enviar información falsa o engañosa y de direccionar contenidos a audiencias específicas para sesgar su opinión, lo cual es algo ya común, puede llevar a ciudadanos y en especial a gobernantes, a tomar decisiones apresuradas y equivocadas, algunas irreversibles. Su inmediatez y la opción del anonimato facilitan la opinión emotiva y agresiva, en lugar de una reflexiva y racional.

Trascendental, más cuando se analiza su rol en la democracia representativa, incluso si están llamadas a complementarla o a sustituirla. Si el Ejecutivo debe condicionar sus políticas, el Legislativo sus leyes y las Cortes sus fallos, a lo que dictaminan las redes; si los mecanismos de elección popular y participación ciudadana, periódicos y la mayoría presenciales, deben ser reemplazados por elecciones y consultas virtuales y continuas.

Algo de esto ya ocurre, de facto. Los gobiernos, los legisladores y los jueces son volubles en razón a lo que es popular en las redes y a veces ejercen funciones a través de estas, los partidos han perdido espacio en materia de representatividad, y los influenciadores -con conocimiento de causa o como simples ventrílocuos- son protagonistas políticos. Y los likes y las encuestas digitales -sin ningún rigor técnico- crean la opinión pública.

No es fácil saber cómo la tecnología y las redes sociales terminarán transformando los sistemas políticos. La democracia no es perfecta y requiere de ajustes para que sea más efectiva en sus resultados y canalice mejor las opiniones ciudadanas. Pero debe tenerse cuidado, no sea que se le termine dando paso, no a una democracia más participativa y en teoría directa, sino a una impulsiva e irresponsable. Las redes pueden fortalecer o destruir nuestra democracia; de todos depende ser sus guardianes o sus sepultureros.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

AHORA EN Francisco Jose Lloreda Mera