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¿Es razonable seguir siendo petrista?

En ese grupo están los desengañados con la clase política tradicional, los inconformes con tanta inequidad y muchos resentidos.

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Eduardo José Victoria Ruiz.
Eduardo José Victoria Ruiz. | Foto: El País.

30 de nov de 2025, 01:32 a. m.

Actualizado el 30 de nov de 2025, 01:32 a. m.

Doy vueltas y vueltas para comprender por qué existe el petrismo como opción de preferencia política. ¿Cuál es aquel campo de la vida que genera admiración? No es de administrador público exitoso, como lo demostró en una pésima alcaldía de Bogotá y lo reafirma en su periodo presidencial en el que el país retrocede en seguridad, en calidad de salud, en finanzas públicas, en relaciones internacionales, en inversión extranjera. Sus compañeros de clandestinidad lo consideraban mediocre. Imposible admirarlo como padre, menos como miembro de familia, y está lejos de ser líder, pues primero va a acabar el gobierno antes que ser capaz de armar un equipo sólido, con proyección de jóvenes figuras, estructuradas académicamente y con posibilidades de ser alternativas para que ellos pudieran hacer el ansiado cambio. Nada de esto se ha podido porque Petro nombra a quienes comparten su política de odio y no a quienes pueden unir el país para transformarlo. Se nos dirá que hay subsidios y nombramientos de personal; es cierto, pero para buscar votos efímeros, pues las finanzas no podrán sostenerlos.

¿Qué leo cada vez que me siento a escuchar un petrista? En unos casos, un resentimiento grande porque a lo largo de sus vidas no lograron lo que soñaron o porque no soportan que haya personas o grupos con mejores ingresos y estándares de vida superiores. En la mayoría de los casos, el mejor estar económico es gracias al esfuerzo, a la tenacidad con la causa emprendida, a las buenas relaciones interpersonales y al amor por los demás. Es muy difícil mejorar los ingresos desde la desidia, desde la espera eterna a que el Estado haga llover dinero o desde la antipatía. Otros mencionan las diferencias de clases en Colombia. Ricos son Trump, Putin, Diosdado Cabello y Maduro y todo el séquito que los rodea, para citar algunos casos.

Un tercer grupo me habla de un país fallido. Como estas conversaciones son con amigos, sé de dónde venimos. País fallido cuando nuestro abuelo era agricultor sin mayores estudios, nuestros padres comerciantes con bachillerato y nosotros profesionales, ¿algunos incluso con estudios afuera? Es un país fallido el de la educación con Icetex y con tantos beneficios en las matrículas, el de la salud con calidad, el de las libertades democráticas. ¿Será mejor Cuba o Corea del Norte?

Otros quieren un cambio frente a la decepción de una clase política corrupta que ha venido siendo protagonista en Colombia. El país sería mejor si se manejara con honradez y mayor eficiencia. Si no tuviéramos pillos detrás de los desayunos escolares, no se inventaran cupos falsos para los estudiantes y el agua llegara a La Guajira. Creo que este grupo tiene razón, pero no para ser petristas, pues en este gobierno no hubo ni más moral, ni más eficacia, ni mejores nombramientos, ni dirección del país con responsabilidad y lógica. Al contrario, aquellas prácticas nefastas se volvieron el pan de cada día con la teoría del cuarto de hora: “Ante el riesgo de un gobierno fugaz, enriquezcámonos ahora, porque no sabemos cuándo regresaremos al poder”.

El resultado fue desastroso, pero lo más riesgoso es que hay una gran masa de inconformes que parecen petristas, pero que realmente están ansiosos de votar por quien proponga el cambio que Petro no pudo lograr. En ese grupo están los desengañados con la clase política tradicional, los inconformes con tanta inequidad y muchos resentidos. Encauzar con sinceridad esas expectativas para hacer las transformaciones sin acabar con las instituciones y procurando unir el país debe ser un gran propósito. Si no las representamos, se insistirá en la bandera del odio y Colombia no aguantaría cuatro años más con gobiernos que se recuerden por la frustración que generaron y por una ciudadanía que no fue capaz de revertirla oportunamente.

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