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El miedo limita nuestra libertad

Hoy, en muchas ciudades del país, el miedo ha dejado de ser una reacción puntual para convertirse en un estado constante.

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Canciller Claudia Blum
Claudia Blum. | Foto: Cancilleria

7 de sept de 2025, 12:16 a. m.

Actualizado el 7 de sept de 2025, 12:16 a. m.

El miedo es una emoción tan antigua como la humanidad misma. Surge como respuesta natural ante una amenaza, y en su forma más básica, nos protege, nos advierte del peligro y nos permite sobrevivir. Pero cuando se instala de forma permanente en la vida cotidiana, deja de ser un mecanismo de defensa y se convierte en una prisión invisible, una barrera que limita la libertad, la confianza, la movilidad. Una sociedad que vive con miedo paga un alto precio por ello.

Hoy, en muchas ciudades del país, el miedo ha dejado de ser una reacción puntual para convertirse en un estado constante. Ha vuelto a ocupar un lugar central en la vida de millones de personas que temen pasear por los parques, visitar el campo, ir a sitios recreacionales, compartir con amigos en cafés y eventos culturales, desplazarse al trabajo, o simplemente caminar por sus barrios. Esta sensación de vulnerabilidad no siempre responde a hechos concretos, sino a una percepción generalizada de inseguridad que se nutre de la incertidumbre, la violencia y la desconfianza en las instituciones encargadas de protegernos.

La inseguridad tiene dos ángulos, no es solo la amenaza latente de ser víctima de un crimen, ser agredido, robado, atacado o violentado. Es también el temor a que el Estado no cumpla con su función de identificar y sancionar a los responsables de los delitos. Es la angustia de saber que, ante un ilícito, la respuesta institucional es lenta, ineficaz o sencillamente inexistente. Ante esto, las personas se aíslan y dejan de participar en actividades colectivas. En una comunidad temerosa las personas tienden a desconfiar de las instituciones y de los otros, lo que hace más difícil la cohesión social, la organización y la acción. El miedo paraliza, y una sociedad paralizada no avanza. El miedo se convierte entonces en un factor que condiciona decisiones, modifica comportamientos y deteriora la calidad de vida.

A veces, un solo hecho violento es suficiente para encender la alarma colectiva. Pero cuando los hechos se acumulan, el miedo se transforma en pánico. El pasado 22 de agosto, Colombia vivió una de sus jornadas más trágicas en años recientes. En Cali, un camión bomba explotó cerca de la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suárez, dejando siete muertos y alrededor de 78 heridos. En Amalfi, Antioquia, un helicóptero de la Policía fue derribado con explosivos lanzados desde un dron, causando la muerte de doce militares y dejando tres policías heridos. Y entre muchos otros, el 11 de marzo de este año se efectuó un ataque en Balboa (Cauca), con un saldo de cinco militares fallecidos y 16 heridos. En todos los casos se ha responsabilizado a las disidencias de las Farc.

Hechos como estos convierten el miedo en un factor que destruye la esperanza, limita el desarrollo humano y pone en riesgo la democracia. El miedo, en este contexto, se convierte en una estrategia de poder. No solo proviene del crimen, sino también de la ausencia del Estado, de la impunidad, de la falta de respuestas claras. Donde el Estado no llega, el miedo gobierna. Y cuando las instituciones no logran proteger, la ciudadanía se retrae, se encierra, se desmoraliza. Recuperar la seguridad es recuperar la libertad. Es devolverle a cada ciudadano, la posibilidad de vivir sin sobresaltos, de caminar sin miedo, de confiar en que el Estado está de su lado.

La respuesta estatal no puede limitarse a la reacción militar o policial. Se requiere una política integral de seguridad que incluya prevención del delito, protección, justicia eficaz, presencia institucional en los territorios más vulnerables y una comunicación transparente que devuelva la esperanza a la gente. La seguridad no es solo un tema de orden público: es una condición para el desarrollo humano, la convivencia y la democracia.

Es necesario que las instituciones recobren la tranquilidad de los ciudadanos, para que estos se sientan acompañados, protegidos y escuchados. No podemos resignarnos a vivir con miedo como si fuera parte del paisaje. Recuperar la confianza en el país, en el otro, en el espacio público, es una tarea urgente. Porque una sociedad que vive con miedo es una sociedad que deja de vivir.

Psicóloga de la Universidad del Valle con Maestría en Ciencia Política de la Universidad Javeriana, Estudios en Negociación de Conflictos, Mediación y Asuntos Internacionales. Columnista, concejal de Cali durante 2 períodos y senadora de la República durante 16 años. Presidenta del Congreso de la República, Ex embajadora de Colombia ante las Naciones Unidas, Ex ministra de Relaciones Exteriores.

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