Columnista
El imperio de las redes sociales
Un último informe de consumo de información digital arroja un dato abrumador: las redes sociales direccionan el 78 % del tráfico de los medios de comunicación y cada vez un mayor volumen de consumidores se quedan allí...
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5 de sept de 2025, 01:54 a. m.
Actualizado el 5 de sept de 2025, 01:54 a. m.
Si hay un cambio drástico en los tiempos que vivimos, es la manera como la gente se informa. Del tema que sea. Y ahí, las redes sociales -Facebook, WhatsApp, Instagram, TikTok, Twitter- son las que mandan. Crece cada día más la población que ha hecho de estas cinco redes un universo del que no se sale, porque allí encuentran todo, desde respuestas a los requerimientos cotidianos hasta asuntos de interés público, decisiones de gobierno, fotos violadoras del derecho a la privacidad, mentiras y verdades. Con un agravante. Que cada quien puede divulgar a su libre albedrío, con libertad plena, desde un computador o un celular, sin filtro; y así alimentar con datos falsos o ciertos el infinito universo de la web a la que cualquier persona tiene acceso, bien para consumir o para publicar.
Es tal la potencia comunicativa de este recurso que construye narrativas con base en verdades a medias; mentiras mezcladas con certezas imposibles de desmontar, que pueden inducir a decisiones erráticas y destructivas. Un último informe de consumo de información digital arroja un dato abrumador: las redes sociales direccionan el 78 % del tráfico de los medios de comunicación y cada vez un mayor volumen de consumidores se quedan allí, en los post -notas breves al estilo telegrama con una foto, un titular y un enunciado sin contexto- sin requerir profundización o contexto mayor. Y entre más breve, más abreviada, más impactante, la pequeña nota, mejor.
Frecuentemente, y especialmente los jóvenes, dicen ya no ver noticieros de televisión, ni escuchar noticias radiales y mucho menos recurrir a impresos. Y eso no solo en Colombia sino en el mundo. Se quedan con los datos flash, sin revisar la fuente, ni la credibilidad del emisor, dándose por enterado porque lo leí en las redes. Y crece la confusión. Y se multiplica la incertidumbre, la ansiedad, el desconcierto, el limbo. Información fugaz, sin referentes, que circula y que cada quien comparte casi que en automático, con emocionalidad, como un gran tsunami en el que nadie sabe quién lo dijo y mucho menos la base fáctica para decirlo. Es la llamada multiplicación viral que tantos añoran.
En ese escenario, el periodismo serio, sólido, con rigor, que contrasta versiones, que confirma con los protagonistas de primera mano, que se madura, que toma tiempo, que revela, que construye relatos sobre datos fácticos, con verdades objetivas, está cada día más arrinconado. Pero más allá de esa preocupación de quienes hemos dedicado la vida a ese oficio, está la realidad ineludible de la existencia de las redes sociales como variable definitiva que definirán la suerte de la sociedad, del bien común, la armonía social y de su expresión política más acabada: la democracia. Y atada a esta, la manera de elegir a los gobernantes.
De allí que las próximas elecciones, no las van a definir ni los debates, ni la plaza pública, ni los recorridos de ciudad, ni las vallas, ni la publicidad convencional; la campaña se hará con mensajes efectivos en redes sociales. Como ya se vio en las elecciones pasadas. Y Petro aprendió y ha dedicado sus cuatro años a multiplicar seguidores, con un acumulado de 15 millones en sus redes que reciben sus mensajes que alimenta con trinos generados de una manera adictiva, configurando la agenda mediática y de opinión pública. Ha gobernado comunicando, una experiencia inédita que llegó para quedarse por más escozor que nos produzca.

Profesional en Filosofía y letras en la U de los Andes. Periodista durante 25 años. Ha sido directora de noticias del Noticiero Nacional, Canal RCN y de las revista Cambio, Cromos y El Espectador. Ha ganado tres Premios de periodismo Simón Bolívar y el Premio Alfonso Bonilla Aragon. Escribe para El País desde el año 2005 con la cual ganó en el año 2008 el Premio Rodrigo Lloreda Caicedo a la mejor columna.
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