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El afán

El problema, dice el filósofo, no era lo poco que duraba la vida, sino lo mucho que la desperdiciábamos.

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Andrés Restrepo Gil
Andrés Restrepo Gil | Foto: El País.

21 de nov de 2025, 02:17 a. m.

Actualizado el 21 de nov de 2025, 02:17 a. m.

Desde que fue adoptado como sistema para medir el paso del tiempo, los días tienen una duración invariable e inamovible: 24 horas. Este sistema, que fracciona los días en 24 horas, las horas en sesenta minutos y los minutos en sesenta segundos, fue incorporado a la cotidianidad de la vida por la humanidad hace miles de años. Aplicado primero por los egipcios y luego por los babilonios, esta división de los días se extendió en el tiempo y en el espacio, siendo utilizada en gran parte del mundo desde hace milenios hasta hoy. Desde que fueron divididos según este sistema numérico, los días han sido idénticos. Iguales. El sistema de medición es estático: ni una hora más, ni una hora menos. La vida de un día cabe exclusivamente en sus 24 horas.

Y aunque el transcurso de los días se mantenga intacto y sus horas no aumenten, hay quienes hemos caído en el hábito de llevar hasta el paroxismo las posibilidades de una agenda que, por lo demás, es limitada y estrecha. Envueltos en las trampas del rendimiento, hay toda una tropa de personas, afanadas y apuradas, que hemos creído que las responsabilidades y las tareas, que se multiplican y se reproducen según su propia naturaleza y según su propio ritmo, pueden ajustarse a la naturaleza inmóvil y cristalizada de los días. Desde hace un tiempo tengo la sensación de que para algunos de nosotros las responsabilidades laborales aumentan y se multiplican; los deberes del trabajo proliferan y se reproducen, de forma tal que el tiempo que nos ofrece el viaje cósmico solar ya no nos es suficiente. Para esta tropa de atletas, el tiempo ya no alcanza. Debido a los afanes y a la acumulación de responsabilidades, los días han devenido en una cuadrícula limitada en la que debemos acomodar una agenda imposible.

Hace dos mil años, Séneca, el filósofo y político romano, identificó en la generación de su tiempo un lamento similar: el tiempo es corto, la vida es breve, los días no alcanzan. ¿Por qué? Depende de cada caso: “Uno se ha hecho presa de la avaricia insaciable, otro a la dedicación afanosa a trabajos sin sentido (…) a otro la violenta pasión de comerciar lo lleva por todas las tierras (…) hay gente a quien consume una esclavitud voluntaria". Para todos, el problema es el mismo: la vida no alcanza. Confundidos, dice Séneca, están quienes así piensan del tiempo y de su brevedad. El problema, dice el filósofo, no era lo poco que duraba la vida, sino lo mucho que la desperdiciábamos. Hoy contamos con la misma impresión: que los días son demasiado cortos y que el tiempo no rinde lo suficiente. Pero, tal y como lo reconoció Séneca hace veinte siglos, el punto no es solo que no sepamos utilizar virtuosamente nuestra vida, lo cual sin duda podrá seguir siendo cierto, sino que también nos hemos ensimismado, quizá hoy más que nunca, en exprimir nuestra vida demasiado, viviendo nuestros días bajo las leyes del afán y del rendimiento.

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