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La venganza del fósforo

Son cantidades los elementos de uso cotidiano que pasaron a mejor vida. Basta recrear nuestros recuerdos sobre una visita a cualquier vieja casa y la película nostálgica va transmitiendo objetos que un ‘millennial’ no entendería.

21 de febrero de 2020 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Son cantidades los elementos de uso cotidiano que pasaron a mejor vida. Basta recrear nuestros recuerdos sobre una visita a cualquier vieja casa y la película nostálgica va transmitiendo objetos que un ‘millennial’ no entendería: la radiola, las máquinas de escribir y de coser, los pañuelos, la libreta en el bolsillo delantero, el bolsillo mismo, el teléfono fijo, el bidé en el baño, en fin, Buñuel se quedaría corto en esta proyección en blanco y negro de objetos que nos acompañaron en la construcción de felicidad y bienestar y hoy son ininteligibles para quienes no los conocieron.

Pero entre tantos objetos que al verlos nos llevan al pasado, el campeón de la ingratitud de los humanos es con la caja de fósforos o de cerillas. El proceso de la importancia del fósforo ha pasado por los más diversos escenarios: con él se encendieron importantes velones de afamadas catedrales y de sencillas parroquias; con fósforos, nuestros arrieros encendían los tabacos en sus recorridos extenuantes y en sus horas nocturnas de descanso; una caja de fósforos en la mesa de noche fue la salvación para encender la vela cuando la energía se iba y quedábamos a oscuras; un fósforo rastrillado con elegancia y manejado histriónicamente entre los dedos del galán, era una forma de seducir para encender el cigarrillo de la pareja, cuando fumar era elegante; una cerilla en la cocina fue indispensable por lo menos tres veces cada día, para prender las boquillas de la estufa y calentar los alimentos; la caja de fósforos era lo primero que se llevaba a un paseo pues sin ella no habría fogata ni asado pues no teníamos alternativa diferente ya que la teoría de cómo el homo sapiens encendió el fuego mediante la frotación de ramitas, le funcionaba al eslabón perdido pero no a nosotros.

Como en tantos sectores de la economía, mecanismos electrónicos y mecánicos sustituyeron la cerilla; desde llamas activadas por computador, encendedores elegantes o instrumentos para encender asadores, mandaron al fósforo al rincón del olvido. Pero la venganza llegó: nadie lo reemplaza en el sanitario para desaparecer los recuerdos gaseosos de los visitantes indigestos.

Allí en ese escenario grandioso que es el baño, donde todos somos iguales, el fósforo mantiene su vigencia y el diablo de la caja se ríe de los secretos que conoce de esa humanidad tan ingrata.

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