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¡Gorda!

Mi madre tiene 87 años. A Dios gracias, con una mente impecable, divertida y don de mando. Además, es ‘una señora bonita’, con piel lozana y cabello muy cuidado.

18 de septiembre de 2020 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Mi madre tiene 87 años. A Dios gracias, con una mente impecable, divertida y don de mando. Además, es ‘una señora bonita’, con piel lozana y cabello muy cuidado.

Pasé a recogerla un domingo de estos para llevarla al campo y que después de seis meses de encierro se encontrara con la naturaleza. Me preocupé por su tardanza y al verla me dijo: “¡Estoy aterrada, la ropa no me entraba!”, y con el ceño fruncido agregó: “¡Lo que más me molesta es que nadie me haya dicho cómo estoy de gorda!”. Con un par de piropos le cambié el tema mientras pensé: ¿Quién se atreve a decirle ‘cómo te estás engordando’ a una ‘señora bonita’ de 87 años?

De regreso a Cali, después de dejarla en su casa, hice una prueba. Le dije a mi señora: “Desde novio me has dicho ‘gordo’. ¿Por qué?”. Ella me contestó: “Tú no eres ni gordo, ni flaco, pero me parece dulce decirte ‘gordo’”. Le propuse entonces que yo dejaría de decirle ‘mi amor’, como siempre, y lo reemplazaría por ‘gorda’. ¡Allí fue Troya! “Ve este, ¿vé? (primera vez en 35 años que usaba esa expresión), ¿por qué me vas a venir a decir ‘gorda’ ahora? ¡No te lo acepto!”. Comprendí que no hay reciprocidad de género en el uso de la palabra ‘gorda’.

Mis recuerdos se devolvieron. Recordé amigas que he acompañado a comprar ropa y cuando salían del vestidor y preguntaban: “¿Me veo muy gorda?”. Fui prudente para no decirles que sí, pues seguramente hasta allí llegaba la amistad y en otros casos, a dormir al sofá. Evoqué también a mis sobrinas cuando iban a una fiesta y se les recomendaba no usar rayas a lo ancho, ni colores claros, para que no se vieran más gorditas, y en medio del llanto dejaron de ir a algunas fiestas.

De nada ha valido comentar sobre la sensualidad de las curvas. Decirles que los hombres preferimos las rellenitas de Rubens que las distinguidas escuálidas de Klimt. Para ser más mundanos, que hay páginas eróticas con fantasías sexuales clasificadas por edades, razas, oficios, pero no hay páginas con flacas. No he visto jamás un amigo frotándose las manos ante la inminencia de un gancho de ropa.

Me entristece que las cronistas de la pandemia escribirán en unas décadas: “Fueron meses terribles. Todas encerradas, comiendo, trabajando y viendo Tv. El Presidente hablaba todos los días a las 6:00 p.m., mucha gente murió. Y lo más triste, las supervivientes, todas, ¡quedamos gordas!, al punto que el Presidente solidario con nosotras, también aumentaba diariamente de peso. ¡Eso fue muy duro!”.

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