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No quiero ser doctor

“Es importante que se le pueda dar ese matiz de profesión, que tenga un acompañamiento, vemos al periodista desprotegido. El periodista va a tener un estatus laboral”.

13 de diciembre de 2018 Por: Diego Martínez Lloreda

“Es importante que se le pueda dar ese matiz de profesión, que tenga un acompañamiento, vemos al periodista desprotegido. El periodista va a tener un estatus laboral”.

Ese es el argumento que usa, para defender su iniciativa, el senador Jonathan Tamayo, ponente del proyecto que busca devolverle al periodismo el estatus de profesión, que la Corte Constitucional le quitó años atrás.

La sola argumentación denota un desconocimiento flagrante de la actividad periodística. Porque quienes la ejercemos estamos muy satisfechos con la categoría de oficio que tiene. Categoría avalada por maestros como Gabriel García Márquez, quien describió el periodismo como “el oficio más bello del mundo”.

Entre otras cosas, si la absurda ley que tramita el Senado hubiera existido en los años 50, Gabo no hubiera podido acceder a la tarjeta profesional que se pretende revivir, porque para esa época, cuando era reportero de El Espectador, no reunía los requisitos que la ley establece para conseguir ese inocuo documento: Tener 15 años de experiencia en el ejercicio periodístico o haber estudiado Comunicación Social.

Me tomo la vocería de los colegas, y que me perdonen el atrevimiento, para manifestarles a esos padres de la patria que quienes desempeñamos este OFICIO estamos muy contentos con el estatus que tenemos.

No nos interesa que nos digan doctores, ni que nos den tarjetas que certifiquen que somos aptos para ejercer la profesión. Basta que nos den una computadora y una grabadora y nos pongan un tema para reportear para que demostremos si somos aptos o no.

En realidad, el periodismo es una actividad que está a medio camino entre el arte y el oficio. Como un buen pintor, un buen poeta o un buen escultor, el principal atributo que debe tener un buen reportero es la vocación. Si la tiene, fácilmente aprenderá los rudimentos del oficio. Pero si carece de ella puede estudiar 50 años y nunca será un buen periodista.

Eso diferencia a este oficio/arte de una profesión. Un ingeniero, un abogado o un administrador, tienen que tener, por supuesto, algo de vocación. Pero si alguien es juicioso y estudioso, sin tener demasiado amor por esa actividad, puede terminar siendo un buen profesional. El periodista no.

Estoy convencido, además, de que detrás de este intento de ‘dignificar’ el periodismo lo que hay es el interés de controlar una actividad que a los políticos les incomoda. Pero también tengo claro que al final primará la sensatez y el Congreso hundirá la iniciativa.

Y si no lo hace, no pasará el examen de la Corte Constitucional porque atenta contra la libertad de expresión.

Ahora, los periodistas tenemos la culpa de que, de cuando en cuando, aparezca un prócer que intente regular nuestra actividad. Hemos dado papaya, porque nos resistimos a autoregularnos y a crear una instancia que vigile nuestra actividad. Urge, entonces, que creemos un comité de ética que estudie y sancione las faltas y los excesos que cometemos, que no son pocos.

Ese comité debe estar conformado por periodistas independientes, con experiencia y una total solvencia moral, como Javier Darío Restrepo y no por el gobierno y con injerencia de los políticos, como pretende el proyecto que cursa en el Congreso.

Lo primero es una sana vigilancia al ejercicio periodístico. Lo segundo, un burdo intento de interferir en la labor de la prensa.

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