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La justa proporción

Pues siento decepcionar a los seguidores de esos aspirantes pero les informo que si van a votar por alguno de ellos por su oferta de exterminar la corrupción, van a perder el voto.

3 de marzo de 2022 Por: Diego Martínez Lloreda

¿En qué se parecen Gustavo Petro, Rodolfo Hernández, Camilo Romero e Ingrid Betancur?

En que ellos, como muchos candidatos presidenciales de la historia, tienen como principal bandera de campaña la lucha contra la corrupción.

Pues siento decepcionar a los seguidores de esos aspirantes pero les informo que si van a votar por alguno de ellos por su oferta de exterminar la corrupción, van a perder el voto.

La razón es simple: ningún gobernante va a derrotar la corrupción. Porque no puede o porque no quiere.

En Colombia ese mal y la política son un matrimonio indivisible, como diría Horacio Serpa. La una no puede vivir sin la otra.

Dicen que conseguir una curul en el Senado vale unos $5.000 millones. ¿De dónde saca un aspirante semejante millonada? pues de los grandes, y los no tan grandes contratristas del Estado, que son los principales financiadores de las campañas.

Por su puesto, los contratistas no lo hacen por un acto de filantropía o porque quieran elegir a los mejores congresistas y los mejores gobernantes. Para ellos es una simple inversión.

El negocio es sencillo. La empresa tal aporta $500 millones a tal candidato y este se compromete a conseguirle contratos por, al menos, el doble de lo aportado, una vez alcanzado el poder.

¿Y si los congresistas no ordenan obras como hacen para conseguirlas? Se las entrega el gobierno, a cambio de que los legisladores apoyen las iniciativas gubernamentales. Otra transacción.

Los congresistas veteranos tienen sus propios contratistas, que ya saben qué porcentaje del contrato, que oscila entre el 10% y el 30%, corresponde al legislador.

Pero los congresistas no solo le sacan réditos económicos a esos ‘negocios’. También obtienen dividendos políticos, pues salen a “cobrar” que el puente o el acueducto tal se hizo gracias a su fructífera gestión.

Los políticos, claro, saben que lo que hacen es un acto corrupto. Pero como casi todos lo cometen llegan a creer que esa es una especie de corrupción menor. Lo que equivale a que una mujer esté un poco embarazada.

En el fondo piensan que lo que están recibiendo es una especie de ‘comisión de éxito’ por haber conseguido una obra importante para su región. O para cualquier otra.

Y cuando alguno es pillado en esas, la reacción de sus colegas no es “mejor no sigamos cobrando comisiones porque de pronto nos metemos en un lío”, sino “Hay que perfeccionar el método para que no nos cojan”.

La verdad es que aunque los políticos usen como bandera el combate a la corrupción, muy pocos están interesados en acabarla, simplemente porque les sirve.

Si no existieran esas “comisiones de éxito” tendrían que hacer cosas jartísimas como cranearse buenas propuestas para convencer al electorado.

O sea que no coman cuento con el discurso facilista de la lucha anticorrpución porque todo el sistema político está montado para que ese flagelo persista.

¿Sérá, entonces, que en lugar de empecinarnos en erradicar la corrupción debemos conformarnos, como planteó hace años el expresidente Julio César Turbay, con reducirla a sus justas proporciones?

El candidato que ofrezca eso, que es menos hipócrita y más lograble, puede contar con mi voto.
Sigue en Twitter @dimartillo

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