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El chinche y el caballero

El día que publiqué la columna en la que expresaba esa opinión me llamó, muy temprano, Carlos Holmes. Yo supuse que me iba a meter una vaciada de padre y señor mío.

28 de enero de 2021 Por: Diego Martínez Lloreda

El chinche era yo. Tenía 27 años y me desempeñaba como el editor de las páginas locales de El País, que entonces se llamaba Área Metropolitana.

Si a estas alturas sigo siendo chinchoso, crítico e irreverente, imaginen cómo era entonces. Simplemente insoportable.

Las directivas del periódico me autorizaron para tener una columna, no en las páginas editoriales sino en la propia sección.

Y el blanco preferido de esas columnas era el alcalde de Cali, cargo que por entonces ostentaba Carlos Holmes Trujillo García.

No había columna en que yo no le hiciera su viajado al Mandatario, por cualquier decisión.

El momento más crítico sobrevino cuando José Renán, el hermano del Alcalde, decidió lanzarse para el mismo puesto. Y Carlos Holmes se retiró del cargo para no contaminar la elección.

Jamás estuve de acuerdo con que un hermano del Alcalde fuera a sucederlo. Y tampoco con que el gobernante no cumpliera su período para abrirle paso a esa candidatura.

El día que publiqué la columna en la que expresaba esa opinión me llamó, muy temprano, Carlos Holmes. Yo supuse que me iba a meter una vaciada de padre y señor mío.

Pero cuál no sería mi sorpresa cuando en el tono más tranquilo del mundo me expresó que respetaba mi opinión, aún cuando no la compartía, y que me agradecía por el respeto con el que había tratado el tema.

¡Plop! Casi me voy de espaldas con ese gesto del Alcalde. Un gesto propio de un demócrata y sobre todo de un caballero, que jamás ningún otro alcalde tuvo con alguna de mis columnas.

Y una demostración de sencillez de la cual debería tomar nota el actual Alcalde de Cali, que no soporta la menor crítica y tiende a ridiculizar a quien se atreve a proferirla. O a insultarlo.

Después tuve muchos encuentros con Carlos Holmes. Cuando fue ministro de varias carteras, candidato a la vicepresidencia. Y siempre, el mismo hombre cálido, amable y atento.

La última vez que lo vi fue en Lima, en un encuentro presidencial, cuando él se desempeñaba como Canciller. Mi misión era conseguir una entrevista con él, entonces me dediqué a perseguirlo.

En un momento dado, cuando estaba reunido con unos colegas, me vio y se me acercó. Le pregunté cuándo le podía hacer la entrevista y me respondió sin titubear: “Ya, tienes media hora”.

Luego, en el viaje de regreso, me mandaron al gallinero donde ubican a los periodistas en el avión presidencial, cuando de pronto Carlos se apareció y se sentó a conversar conmigo y con los otros colegas durante una hora.

Hace 20 días mi teléfono sonó. Del otro lado de la línea alguien me dijo que me iba a pasar al Ministro de Defensa. Yo pensé, que necesitaba algún favor del periódico. “Diego, simplemente te llamo a desearte un feliz año”, me dijo con su poderosa voz.

Por todas esas razones, el deceso de Carlos Holmes Trujillo me afectó. No tuve que ser su íntimo amigo para apreciar su condición de gran ser humano.

Sí, desde que se conoció esa triste noticia me embarga ese sentimiento egoísta de desolación que uno tiene cuando parte la gente que aprecia.
Pero también estoy triste por el Valle del Cauca, que sin duda perdió a uno de sus mejores hijos.

Sigue en Twitter @dimartillo

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