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Nostalgias de cómic

Estos días han sido irremediablemente nostálgicos para quienes como yo empezamos...

16 de marzo de 2012 Por: Carlos Jiménez

Estos días han sido irremediablemente nostálgicos para quienes como yo empezamos a amar las tiras cómicas cuando todavía lo eran y las seguimos amando hoy, cuando esa antigua definición les queda tan corta como a un adulto la ropa de su infancia. Nostalgia causada por una muerte y por un aniversario que quizás sea igual de punzante. La muerte en París, a los 73 años de edad en de Jean Giraud, el autor de la ejemplar saga de ‘El Teniente Blueberry’, y de la aún más apasionante dedicada al insólito mundo paralelo habitado por el Mayor Grubert: ‘El Garaje hermético’. Una pieza mayúscula del arte -y no sólo de la historieta- que él firmó como Moebius y que encontró su prolongación natural en la serie de ‘El Incal’, dibujada a partir de guiones de Alejandro Jodorowsky, otro talento torrencial e inclasificable. A los dos les unió México, donde vivieron, se iniciaron en el culto de los alucinógenos y fueron marcados por ‘Las enseñanzas de Don Juan de Carlos Castañeda’ hasta el punto de que sin ellas la obra de ambos sería impensable. El aniversario es el de Mafalda, cuya primera entrega se publicó hace 50 años -en una fecha exacta en la que nadie se pone de acuerdo- y que para mí representó una revelación aún más impresionante de lo que fue la de ‘El Garaje Hermético’ tal vez porque fue más temprana. Ocurrió en los años 70 del siglo pasado, y gracias a Ana Weinstein, una adolescente judía, imponente y voluntariosa, que me habló por primera vez de esa niña inverosímil y luego me fue prestando uno a uno los 5 ó 6 libros firmados por Quino que ella había traído de un viaje a Lima. Yo apenas me podía creer entonces que la ciudad del tango, de Borges y de Cortázar tuviera además la capacidad de generar un producto imaginario tan potente, tan original, tan convincente y tan sabio como lo era, como lo sigue siendo tantísimos años después, Mafalda. Formado en los cómic mexicanos y en las versiones del Superman, Tarzán o Batman editadas por Novara, yo no terminaba de creerme que la Argentina irrumpiera de repente en ese fascinante olimpo de dioses y semidioses de papel con una historieta capaz de desafiar con éxito incluso al Charlie Brown del que ya por entonces era gran admirador. Y si fueron en verdad varias las razones que me llevaron a emprender poco después ese viaje de mochilero por Suramérica que me llevó hasta Buenos Aires, la de visitar la ciudad de Mafalda, de Guille y Felipito fue quizás la mas importante.

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