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La mula y el buey

Hace poco el Papa publicó La infancia de Jesús y de inmediato...

21 de diciembre de 2012 Por: Carlos Jiménez

Hace poco el Papa publicó La infancia de Jesús y de inmediato se desencadenó una tormenta. En uno de los pasajes del mismo el Pontífice afirma que el Evangelio niega que en el pesebre de Belén hubiera algún animal. Ni siquiera la mula y el buey que con su aliento calientan la cuna del niño Jesús hasta en las más humildes versiones de esa escena ejemplar. El Papa tiene desde luego razón y seguramente muy buenas razones para escribir lo que escribió y publicar lo que publicó, pero aún así me atrevo a especular sobre los motivos de su decisión. Yo no comparto la tesis de la infalibilidad del Sumo Pontífice pero, en cambio, no niego la enorme importancia y la extraordinaria influencia de todo lo que él hace y dice, porque la Católica es la más extendida y numerosa entre todas las religiones que en nuestro mundo se reclaman del legado de Jesús. Y es precisamente porque reconozco la importancia de la palabra del Papa, por lo que me he decidido a inquirir por los poderosos motivos que él ha tenido para poner en entredicho la presencia de la mula y del buey en el pesebre de Belén, después que tantas y tantas generaciones hayan creído en ella. El deseo de demostrar su fidelidad a la verdad histórica por encima de cualquier otra consideración es un motivo que no puede descartarse sin más. Al fin y al cabo Benedicto XVI es un teólogo muy calificado, que por muchos años mantuvo un contacto directo con las muy serias y rigurosas universidades alemanas. Aún así yo tampoco descartaría que con el cuestionamiento de la mula y el buey el Papa haya querido poner coto a una posible renovación heterodoxa del legado de Francisco de Asís, alimentada por un culto igualmente renovado a los animales. Porque, pese lo que le pese a los taurinos, el alcalde Petro no está solo en su empeño de prohibir las corridas de toros en Bogotá. En realidad su gesto es apoyado por la creciente multitud que en Colombia y en el resto del mundo considera que el amor por los animales es parte indisoluble de su amor por la Naturaleza y que su defensa es idéntica a la defensa igual de intransigente de esta última. Y si este culto sigue creciendo y si para empeorar las cosas sus creyentes escuchan cada vez más a la palabra de teólogos que, como el franciscano brasileño Leonardo Boff, intentan conciliar ecologismo y cristianismo, no sería de extrañar que un día no muy remoto la mula y el buey serán tan adorados como el niño Jesús y la Virgen.

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