Los problemas conyugales

Cuando este principio se olvida, sobreviene el deterioro manifestado en diversos aspectos.

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3 de sept de 2022, 11:25 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:56 p. m.

La vida de pareja queda relegada a un segundo lugar y se vuelve una rutina de obligaciones cotidianas en la cual no hay interés en realizar planes gratos para ambos. Por ejemplo, las vacaciones se limitan exclusivamente a extenuantes jornadas con los hijos.

La relación se convierte en “una sociedad” diseñada principalmente para resolver problemas.

El distanciamiento se agudiza por las prolongadas jornadas laborales o sociales, las “importantísimas” actividades o las ausencias ocasionadas por ocupaciones supuestamente “indispensables” de cada cual.

Las salidas y los programas agradables de los dos no se vuelven a hacer,
o se cambian por atiborradas reuniones sociales o familiares llenas de gente en las cuales las conversaciones sobre temas importantes pasan
a un segundo plano. Estas se organizan con el objeto de poder interactuar con otras personas y aliviar así la monotonía o la irritación de tener que interactuar con su pareja.

No se “ponen las cartas sobre la mesa” al respecto de ningún tema, porque ello supone un esfuerzo demasiado grande. En consecuencia, no hablan para que no se les note la insatisfacción.

El quedarse solos, uno frente al otro, se convierte en algo temido por la tortura del silencio. Y no se hacen reclamos porque al haber sido guardados por tanto tiempo perdieron su vigencia. Cada cual por su lado concluye: “Si esto no tiene solución...para qué molestarse”.

En esas circunstancias, la vida conyugal se convierte en un sinfín de planes aburridos en los cuales la intimidad perdió importancia, primero para uno de los dos y luego para ambos, y las cosas se dejaron así. Como consecuencia del desinterés pasan largas temporadas sin contactos íntimos y sin mayor interés por averiguar si tal situación es normal o si tiene o no solución. Es más, ni siquiera se habla del asunto. Hay un acuerdo tácito que ambos aceptan a veces con resignación.

Tal falla en la comunicación, al no permitir una interacción verdadera entre los dos, se llena primero de indiferencia, donde se siente alivio al no tener que cumplir con el débito conyugal. Pero es un falso alivio que invariablemente lleva al rencor, que a su vez, agrava la distancia entre los dos.

Cuando una relación llega a semejante estado de deterioro, la responsabilidad no le cabe a uno solo sino a las dos partes que la han abandonado a su propio destino. Entre otras razones porque no se formularon algunas preguntas fundamentales:

¿Si bien cada cual puede (y debe) tener una vida propia, por qué nadie habló claramente para impedir que la insatisfacción afectara el disfrute de los dos?

¿Por qué la parte afectada no hizo el reclamo cuando dejó de ser una prioridad para el otro?

¿Por qué primaron las acciones personalistas sobre las necesidades de la pareja?

Muchas parejas renuncian a una vida más grata cuando aceptan que no hay nada que hacer porque ese es el destino que les tocó. Pero si se quiere salvar la relación, tiene que existir una disposición de ambas partes a realizar cambios fundamentales, para lo cual el primer paso es hablar claro sobre todos los temas.

Carlos E. Climent es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Durante30 años trabajó en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, y durante 20 se desempeñó como miembro del Panel de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.

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