La reparación de las ofensas

Si alguien fue objeto de una agresión física o psicológica y el culpable no reconoce la falta y no ha pagado por ella: ¿Debe la víctima en esas condiciones hacer las paces con el agresor?

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6 de ago de 2022, 11:25 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:52 p. m.

El olvido de las ofensas es un acto de generosidad propio de almas superiores que ocurre cuando se ha reparado, de manera legítima, el perjuicio causado.

Las víctimas tienen derecho a exigir que antes de “hacer las paces” con el agresor, exista un reconocimiento del daño, una presentación de disculpas y una reparación de los perjuicios ocasionados. Tal exigencia es de elemental justicia.

Si alguien fue objeto de una agresión física o psicológica y el culpable no reconoce la falta y no ha pagado por ella: ¿Debe la víctima en esas condiciones hacer las paces con el agresor? Si bien mi respuesta a esta pregunta es un no rotundo, entiendo que no exista unanimidad al respecto. Pues hay quienes están convencidos de que lo más importante es “desechar los sentimientos de rabia” y hacer las paces de cualquier forma. Tal estrategia la encuentran aceptable muchas personas que logran así su tranquilidad interior frente a los abusos sufridos.

Pero hay que recordar que la paz lograda sin que medie una justa reparación, puede lucir como un procedimiento muy diplomático, conveniente o generoso, pero lo único que hace es enterrar temporalmente sentimientos de rabia que tarde o temprano saldrán a flote.

La rabia no se evapora “por decreto”, ni por el sólo hecho de hacer unas paces sin que haya mediado la justicia. Si hay que tragarse la rabia por no haberla podido expresar adecuadamente o porque no se han obtenido las satisfacciones del caso, ello tiene consecuencias sobre el equilibrio emocional y sobre la dignidad de las personas. Además, afecta la integridad física ya que alimenta toda suerte de problemas psicosomáticos. Esa es la naturaleza humana.

El verse obligado a ignorar las agresiones se da por una o varias de las mismas razones de siempre:

• Por miedo. Al creer que el reconocimiento del abuso y el salir a defender sus derechos constituye un riesgo demasiado grande.
• Por comodidad. Pues para quien ha recibido un trato injurioso, el exigir una satisfacción puede representarle un esfuerzo demasiado grande o una confrontación impensable.
• Por conveniencia. Porque desafiar a quién detenta el poder en alguna de sus formas representa la pérdida de ciertas ventajas.

Quien así actúa ha renunciado a un derecho elemental y ha claudicado frente a circunstancias inadmisibles.

La manera como se llega a una paz con el agresor es a través del reconocimiento y de un acto de reparación pleno-por parte del agresor-de los derechos de la víctima, y de haber permitido la expresión de los sentimientos sobre el abuso sufrido. La paz lograda de esa forma, permite:

• El restablecimiento del equilibrio perdido.
• Una acción honesta de parte del infractor para subsanar el perjuicio; no un “salir del paso” con unas disculpas hipócritas.
• Reconocer la falencia humana superable que habita en lo profundo de tantos seres humanos.
• La primacía de lo sensato sobre lo irracional y lo generoso sobre lo mezquino.

Nota: Esta columna fue publicada en este espacio en Abril 4 de 2008 y en esa oportunidad se refería a una situación clínica.

Carlos E. Climent es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Durante30 años trabajó en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, y durante 20 se desempeñó como miembro del Panel de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.

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