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El difícil arte de hablar claro

Las relaciones tóxicas pueden convertir la vida en una tortura. Por difícil que parezca, se puede hacer algo al respecto.

17 de septiembre de 2022 Por: Carlos E. Climent

Las personas atrapadas en una relación tóxica se sorprenden de su aguante para tolerar lo insoportable. Pasan meses, años, incluso décadas soportando “más de lo mismo”. Intelectualmente saben lo que quieren. Incluso les urge un cambio. Pero a pesar de no estar contentas siguen en lo mismo porque emocionalmente no son capaces de hablar claramente ni de salir en la defensa de sus más íntimos deseos. En suma, no saben ni pueden hablar claro.

La debilidad se pone de manifiesto en la incapacidad para hablarle con claridad a quien corresponde y en ser consecuente con su discurso. Para muchas personas es extremadamente difícil defender sus derechos con vigor.

Cuando las intervenciones han sido inexistentes, tibias, imprecisas, ambiguas, inconsistentes, contradictorias o incompletas, la contraparte conocedora de la debilidad del otro, confirma en silencio que su interlocutor le tiene miedo, y nada cambia.

Existen muchas formas de manifestar debilidad. Por ejemplo, hablar a medias o asumir que al decir las cosas una sola vez todo queda claro.

Para que los mensajes finalmente se registren, es preciso repetirlos muchas veces a través de un discurso coherente, consistente y respaldado por las acciones. No importan ni los escenarios ni las circunstancias. Es necesario persistir, tener paciencia y no desperdiciar las oportunidades para recordar los temas fundamentales.

Cada vez que una persona concilia o calla para no indisponer al opresor, se está negando a sí misma un derecho fundamental. Tal acción corresponde a un retroceso.

Cuando se logra hablar en la salvaguardia de la justicia, y el opresor se irrita, se ha dado un paso adelante en auto afirmación. La incomodidad del otro no es sino una demostración de que se va por buen camino. Tal acción corresponde a un avance.

Hablar es el comienzo de la imposición de límites. Algo desconocido para quien ha estado siempre a merced del dominio de otros. Pero este es sólo el inicio, pues es indispensable hablar muchas más veces para que la contraparte comprenda el mensaje.

Otra manifestación de debilidad es aceptar que las recriminaciones hay que hacerlas en privado y no en público con lo cual el opresor-manipulador lleva a la contraparte asustada a la “reunión íntima” donde tantas veces la ha dominado. Allí donde no hay testigos y nadie puede ver el carácter abusivo de las afrentas del más fuerte. Allí le recuerda perentoriamente: “Cómo me vas a hacer quedar mal delante de otras personas?”

Los reclamos en público tienen la ventaja de poner en evidencia el atropello. Y no hay nada más amenazante para un manipulador, para quien la fachada social es tan importante, que exponerlo al juicio social adverso. Tal acción, para algunos heroica e impensable, no solo dejaría las cosas en claro para los observadores externos sino también para el manipulador, quien va a pensar dos veces antes de recurrir a las mismas estrategias de siempre. Tal actitud de autoafirmación le envía al opresor un mensaje contundente de rebeldía eficaz: “Si lo hice una vez, lo puedo repetir y lo voy a hacer donde más duele. En público!”.

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