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OPINIÓN

Amor a los padres

Los padres se ganan este título cuando realmente han amado a sus hijos.

26 de noviembre de 2018 Por: Carlos E. Climent

Una de las obligaciones fundamentales de los seres humanos es responder por los padres cuando estos ya no lo pueden hacer por sí mismos por edad o invalidez. El respeto, el cuidado y la dedicación cariñosa a los ancianos es un deber inalienable. Las dificultades, siempre crecientes de ese manejo, se suelen compensar por el gusto de retribuir a quien actuó con generosidad. Es la justa correspondencia por la entrega desprendida de toda una vida. Es una demostración merecida e indispensable del amor.

Traigo a colación de nuevo un original anuncio de televisión sobre el tema del maltrato infantil. Muestra a un anciano apoyado en un caminador, saliendo de su habitación del ancianato. El texto dice: “Este hombre hace dos años no recibe visitas de sus hijos. A él se le olvidó el maltrato a que sometió a sus propios hijos cuando eran niños. A ellos no...”

El término maltrato no solo aplica al padre violento o al que viola carnalmente a sus hijos. Aplica a todos los padres y madres que se comportan con los hijos de manera egoísta, indiferente o cruel. Este maltrato puede ser abierto, pero es más frecuentemente disimulado. Los adultos deben saber que si el padre o la madre fueron maltratadores no tienen ninguna obligación con ellos, pues hacerlo lleva a las personas a:

*La aceptación silenciosa de una infancia de maltratos. *El ocultamiento de rabias inconfesables. *La justificación de conductas inexcusables. *Una pobre autoestima que debilita y desmoraliza. *Una vida adulta plagada de absurdos sentimientos de culpa.

La relación de un adulto con sus progenitores debe tener un balance justo y es el producto de una evaluación objetiva de los hechos ocurridos durante la convivencia con los padres a lo largo de toda la vida, pero en especial durante los años de crianza.

Se puede seguir teniendo una relación con los padres, así ellos hayan fallado por ignorancia o por sus limitaciones. Pero es necesario reconocer los aspectos positivos y los negativos de su conducta. No necesariamente hay que agradecerles por el simple hecho de ser los padres, pues el aporte de un óvulo o un espermatozoide y los cuidados instrumentales de los primeros años dan solamente para merecer el título de padres biológicos.

La paternidad o maternidad biológicas o la ancianidad decrépita no son razones suficientes para obligar a la gente a estar en deuda con unos padres egoístas o maltratadores. A ellos no se les debe nada. Quien entiende esto se ahorra absurdos sentimientos de culpa, vive equilibradamente y obra de acuerdo al más elemental principio de justicia. En comparación, los verdaderos padres jamás fueron crueles.

Estuvieron siempre pendientes de las necesidades de sus hijos, no de las suyas propias. Cumplieron esas funciones sin descanso. Al mismo tiempo, se irritaron cuando fue necesario e impusieron límites con firmeza. Ejercieron esa función de manera consistente y sin favoritismos. En resumen, sin ser perfectos, sus decisiones se basaron siempre en lo que era más conveniente para sus hijos. Esos padres se merecen todo el reconocimiento.

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