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El reportero

Me tocó evolucionar, ya hay un computador para cada periodista y la diagramación manual es cosa del pasado, ya no se publican fotos de criminales ni se firman artículos para “no dar papaya”

18 de marzo de 2021 Por: Beatriz López

La muerte de Armando Galvis, el reportero que durante más de 40 años narró para El País y otros medios los más cruentos acontecimientos judiciales de Cali y la región, me llenó de nostalgia, al recordar el perfil clásico del ‘cargaladrillos’ de la época, cuando fui jefe de Redacción de este diario.

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Armando nació en Sevilla (Valle), tenía 78 años y murió en plena pandemia, a causa de una bacteria hospitalaria. Casado durante 53 años con Magnolia Molina, de cuya unión quedan tres hijos maravillosos: Oscar Iván, César, que heredó la pasión de su padre por el oficio, y Ángela María. Quedan tres nietos, que iluminaron su vejez.

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Este hombre sencillo, ético y sin alardes de estrella, narró el dramático secuestro del cónsul de Holanda en Cali, Erik Leupin, y casos espeluznantes como el ‘Enmaletado’, ‘El monstruo de los mangones’, la masacre en Dinners, el terremoto en Popayán, el desastre de Armero y el genocidio de Tacueyó.

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También vivió la época del narcotráfico. Fueron días y noches en las comitivas de rescate y búsquedas, cubriendo las vendettas de los carteles de la droga de Cali, el Valle y Antioquia. Tenía una memoria prodigiosa, conocía al pie de la letra el prontuario de los Rodríguez, Chupeta, Chepe Santacruz, Varela, El Alacrán, etc.

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Durante el acto en que fue condecorado por el Concejo de Cali, en 2007, pronunció un discurso similar a sus crónicas, que aún conserva Magnolia, eterna cómplice de su pasión por el maldito oficio, según Albert Camus. Así recordaba Armando la transformación del oficio, cuando “jóvenes periodistas de las academias oxigenaron los medios, reemplazando a los reporteros entrompadores como yo, para hacer un periodismo más de oficina, más analítico”.

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“Me tocó evolucionar, ya hay un computador para cada periodista y la diagramación manual es cosa del pasado, ya no se publican fotos de criminales ni se firman artículos para “no dar papaya”, como la que di y casi me cuesta la vida en una visita a la isla prisión Gorgona. Un preso me reconoció y quería hacerme el viaje, que gracias a Dios detuvo un guardia”.

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El nuevo periodismo de redes sociales, de Facebook, de Twitter e Instagram, es otro. Así lo resumió él: “No creo que vuelva a estar 15 días en los Llanos Orientales con dos mudas de ropa buscando un avión accidentado en Granada, Meta. Pero tampoco es probable que vuelva a sentir ese tufo de victoria cuando después de vivir la zozobra de estar perdido en la Cordillera Central, en la búsqueda de otra aeronave, llegué al sitio de la tragedia y regresé con la noticia al periódico”.

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Nunca olvidaré la tarde que corrió el rumor de una enorme tragedia en una mina de carbón de la Buitrera. Armando y el fotógrafo prometieron estar antes del cierre del periódico. Cerca de las 10 de la noche llegaron ambos llenos de hollín. “¿Cuántos?”, les pregunté. “Dos”, respondieron.
“¿Tan pocos?”, dije. A ese grado de alienación había llegado yo. Paz en su tumba y un abrazo fuerte para su familia.