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Autoengaño

No son insurgentes. Son carteles de narcotráfico y extracción ilícita de minerales. Se les ha reconocido un móvil político por la incapacidad de someterlos, para legitimar lo ilegítimo y negociar lo innegociable.

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Francisco José Lloreda Mera
Francisco José Lloreda Mera. Columnista | Foto: El País

24 de ago de 2025, 01:06 a. m.

Actualizado el 24 de ago de 2025, 01:06 a. m.

Esta guerra está perdida si no se cambia la estrategia. Me refiero a la guerra contra el crimen organizado, llámese Disidencias de las Farc, Eln o Clan del Golfo. Los procesos de paz y leyes de sometimiento ya no son efectivos e incentivan la ilegalidad. Tampoco, las operaciones militares convencionales. Hicieron crisis. Los móviles de estos grupos, la topografía y dinámica de la confrontación obligan a combatirlos de manera distinta.

El doloroso y miserable atentado en Cali y el derribamiento del helicóptero de la Policía en Amalfi, lo corroboran. Seis muertos y más de sesenta heridos es el saldo del cuarto carrobomba en la capital del Valle en lo corrido del año y trece los muertos en Antioquia. Hace poco perdieron la vida varios patrulleros en el norte del Cauca y en el olvido quedó la arremetida del Eln en el Catatumbo, con un saldo de 80 muertos y 60.000 desplazados.

Lo primero y más importante entonces es aceptar que no son insurgentes. Son carteles de narcotráfico y extracción ilícita de minerales. Se les ha reconocido un móvil político por la incapacidad de someterlos, para legitimar lo ilegítimo y negociar lo innegociable. La claudicación disfrazada de paz. Eso no puede continuar, cueste lo que cueste. Si como sociedad no lo comprendemos y actuamos en consecuencia no saldremos del atolladero.

Lo segundo, entender que la guerra es otra. Los aviones convencionales de combate no sirven para enfrentar a nuestro enemigo interno. Se necesitan aviones no tripulados, es decir, drones inteligentes y artillados. El más sofisticado (MQ-9 Reaper) alcanza una altura de 50.000 pies, velocidad de 300 km por hora y 14 horas de autonomía de vuelo. Está armado con 8 misiles de precisión y cuesta cuatro veces menos que un avión sueco.

Lo tercero, no exponer sin necesidad a los soldados y policías. En una topografía difícil de selvas inexpugnables, combaten en desventaja. Su ingreso a los teatros de operación debe considerarse una vez la artillería señalada dé en el blanco; la tecnología permite localizar con exactitud al enemigo. Así como los tanques reemplazaron a la caballería y los aviones a los arqueros, la tropa no siempre debe ir al frente en el combate, debe ser la excepción.

Lo cuarto, adaptar el gasto en defensa a la estrategia militar y no al revés. Aunque implique renuncias. No para reducirlo, pues se va a necesitar más. Para hacerlo más efectivo. El 79 % del presupuesto se destina a pie de fuerza; en Estados Unidos es el 22 %. En el país del norte, el 38 % se asigna a operación y mantenimiento, 17% a equipamento y 16% a investigación y desarrollo. Aprendieron a la brava que es con tecnología y no únicamente con soldados que se ganan las guerras.

Lo quinto, cambiar la legislación. El delito de rebelión debe eliminarse del código penal y los relacionados con el actuar de esas organizaciones ser los de mayor sanción y sin atenuantes. Los militares y criminales deben ser juzgados por la justicia penal militar y los procesos de paz y las leyes de sometimiento prohibidos por Constitución. Los derechos humanos de los criminales no pueden continuar siendo más importantes que los de los ciudadanos.

No nos autoengañemos más. Si tratamos a los criminales como insurgentes y no como lo que son, narcotraficantes y delincuentes, si insistimos en comprar aviones de guerra convencionales en vez de drones artillados de alta precisión, si no entendemos el nuevo rol de la tropa en una guerra donde la tecnología manda, si no se introduce un cambio radical en la asignación de los recursos de Defensa y seguimos con una legislación a la medida de los intereses de los criminales, nunca seremos un país seguro y en paz. Seguiremos dando tumbos a punta de eufemismos, con un crimen fortalecido y más ciudadanos muertos.

Abogado y doctor en política de la Universidad de Oxford. Se desempeñó como Ministro de Educación, Embajador en La Haya, Alto Consejero Presidencial para la Seguridad Ciudadana, y Director de El País de Cali. Actualmente es Presidente de la Asociación Colombiana del Petróleo, gremio de la industria de hidrocarburos.

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