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Un mundo que hemos acabado

La naturaleza se pierde porque los seres humanos creamos la civilización y el bienestar del hombre. Todo se fue mecanizando.

8 de diciembre de 2022 Por: Armando Barona Mesa

Nunca he sido un sectario. He mantenido un pensamiento liberal de centro izquierda y en él agotaré mis días. En mi poema El hombre y la vida, digo: “Soy un ser creado en la orilla de todos los abismos. / Nada me turba en el confín lejano, / ni en el cercano punto donde habito. / Conozco el alfa y el omega, / el cero y el infinito. / Pero todos los días me levanto / para aprender un poco del misterio sin fondo de estar vivo ...”.

Así, pues, conforme lo he escrito muchas veces, no me sembré después de las elecciones anteriores en Colombia, como un opositor de viva mi causa y abajo la del contrario. He entendido que el triunfo del doctor Petro es el movimiento dialéctico de la democracia. Y en tanto de mi dependa, estaré de acuerdo con la paz general, con la reforma agraria que es un pensamiento liberal y no comunista, con el respeto que hay que tener con la forma de pensar ajena, con la salud del pueblo, el salario mínimo decente que cubra las necesidades del trabajador; y sobre todo, con el rescate de la naturaleza, casi perdida en el vendaval del desamparo y el olvido. Ese es un imperativo de los hombres de hoy.
Pero resulta obvio que nada es fácil. La naturaleza se pierde porque los seres humanos creamos la civilización y el bienestar del hombre. Todo se fue mecanizando. Tal vez lo último que dejamos como el gran recurso del instinto movedizo del hombre fue el caballo. Y entraron los barcos a motor, los automóviles, los aviones lentamente hasta llegar a los supersónicos, los motores de explosión en la explotación del campo y de la industria, el pavimento, las aldeas y pequeños burgos que se transformaron en ciudades multimillonarias en habitantes y avenidas. Las metrópolis hoy imponen la vida, mientras el individuo solitario iba cumpliendo su parábola del no retorno.

Hubo, naturalmente, una serie de episodios que dejaron una marca en el destino. Las guerras se hicieron desde la lanza hasta la flecha. Y siempre han acompañado al hombre, desde que Marx dijo lapidariamente que “la violencia es la gran partera de la historia”; y entre tanto nacía el terror, la democracia, en veces era y la mayoría de los tiempos no.

La bomba atómica, los cohetes supersónicos del señor Putin, gobernante de Rusia desde hace veinte años y quien ha obtenido la patente de corso para destruir vidas y ciudades sin que el derecho público pueda impedirle sus criminales acciones. Y el ser humano sigue aterido a su propia desolación.

Colombia ha sido un entramado de violencia. Muchos grupos armados entraron al secuestro, a la extorsión y al asesinato masivo. Todos se enriquecieron y nos declararon la guerra. Imponen la paz como en un concurso de belleza. Y se dan tonos de heroísmo. Aconteció con las Farc, pero dejaron sus disidencias malévolas dedicadas al narcotráfico. De modo aplastante acaban de matar en buenos Aires, Cauca, a unos soldados jovencitos. Esos por supuesto no son los que harán la paz. Así lo dijo el presidente Petro, bien dicho.

Pero allí también siguen los vándalos que conscientes declararon así mismo la guerra, quemaron policías y arruinaron el país en su peor momento. Queremos la paz y que podamos entonar con Carlos Castro Saavedra: “Cuando se pueda andar por las aldeas / y los pueblos sin ángel de la guarda. / Cuando sean más claros los caminos / y brillen más las vidas que las armas. / Cuando lo tejedores de sudarios oigan llorar a Dios entre sus almas. /Cuando en el trigo nazcan amapolas / y nadie diga que la tierra sangra…”.

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