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La reforma agraria

Pero en la práctica hay tanto peligro, que hoy se puede decir que han sido muy pocos los países que han logrado una verdadera reforma agraria, social, justa y efectiva.

21 de julio de 2022 Por: Armando Barona Mesa

Debo decir de entrada que, por mi condición de liberal de centro izquierda, he sido amigo de la reforma agraria, que ha sido una bandera del liberalismo en este país desde el gobierno que se llamó: “La Revolución en Marcha”, primera administración de Alfonso López Pumarejo.

Se dictó entonces la famosa Ley 200 de 1936, que le dio una función social a la propiedad privada -gran avance socialista-, especialmente en las tierras agrícolas. El dueño tenía la obligación de explotarlas o las perdía, porque no había lugar al latifundio ocioso. Pero por muchos motivos esa ley -que adoptó Chávez en Venezuela-, resultó ineficaz y se perdió el esfuerzo.

Luego llegaría una violencia partidista y los campesinos sin tierra tuvieron que desplazarse hacia las ciudades. Caído Rojas Pinilla, fue el eminente estadista Alberto Lleras Camargo, como primer presidente del Frente Nacional, quien entendió que había que volver a los esfuerzos de López con la Reforma Agraria; y se dictó la Ley 135 de 1961 que ordenaba de modo directo tal reforma. Se creó el Incora y el Fondo Nacional Agrario -FNA-, mientras se iban adoptando las medidas conducentes. Carlos Lleras fue puesto al frente de esa política que estuvo estudiando en el mundo entero. Para entonces, en el gobierno de Kennedy, se estrenó la ‘Alianza para el Progreso’, que abrió créditos blandos para muchos menesteres, entre otros la adquisición de tierras.
Todavía estaba presente la creencia de que el mayor desarrollo de la economía era la agricultura como gran industria, cosa que se ha demostrado que no es así.

Entre tanto, es necesario anotar que en la revolución soviética se creó un gran prolegómeno que enunciaba que: “La tierra es para el que la trabaja”, que Stalin y Trotsky traicionaron, mientras mataron a diez millones de campesinos. Estos crearon entonces los Koljós que eran la colectivización de la tierra y jamás hubo reforma agraria, como no la hubo en Cuba, ni en Venezuela, ni en Chile.

Se contrajeron deudas, se especializaron funcionarios, se creó todo un superestado y se llegaron a poseer muchas tierras con tales fines. Hubo muchos estudios: la Cepal llegó a afirmar: “Según estadísticas del Incora, durante este período -se refiere a la experiencia del Incora- ingresaron al Fondo Nacional Agrario 357.861 hectáreas, de las cuales el 25 % correspondieron a compras, el 72,4 % a cesiones y apenas 1,6 % a expropiaciones (eran pagadas). De la tierra cedida, el 80 % del área corresponde a 32 predios, considerándose un resultado insuficiente frente al propósito de redistribución de la tierra”. Pero hubo campesinos arruinados por los préstamos y por la falta de mercado. Y fue tan grave la situación, que cuando llegó el gobierno de Misael Pastrana tuvieron que dar por terminado el experimento.

Así, pues, considero que es buena la reforma. Pero en la práctica hay tanto peligro, que hoy se puede decir que han sido muy pocos los países que han logrado una verdadera reforma agraria, social, justa y efectiva.
Qué tal que se espere una producción para la que han trabajado intensamente los campesinos y el gobierno y se derrumbe la montaña, como ahora lo vemos; o que se inunden los campos en las lluvias incesantes. No, no quiero ser un aguafiestas, pero existe mucha experiencia anterior y un nuevo tiempo que marca la caída de la seguridad del planeta. Si es que lo seguimos teniendo.

Sigue en Twitter @BaronaMesa

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