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La pandemia de Dios

La primera peste que se tenga reseñada por la historia, fue la conocida como de Justiniano en el imperio bizantino, el antiguo imperio romano trasladado bajo el dominio del emperador Constantino y al amparo del cristianismo.

10 de diciembre de 2020 Por: Armando Barona Mesa

La primera peste que se tenga reseñada por la historia, fue la conocida como de Justiniano en el imperio bizantino, el antiguo imperio romano trasladado bajo el dominio del emperador Constantino y al amparo del cristianismo.

Muchas otras hubo en Egipto -entre ellas las diez de Moisés- y en Atenas, sin que se hubiere llevado un registro serio de lo acontecido. En aquel imperio un día del año 541, en una ciudad de ochocientos mil habitantes, comenzó a morir la gente por tandas en las casas y en las calles, según lo cuenta el historiador Procopio de Cesarea. El propio Justiniano fue víctima de la pandemia, mas logró salvarse porque Dios estaba de su lado, aunque aún no se había vuelto cristiano; y tenía además el auxilio de una madre que fue llevada a los altares con el nombre de Santa Helena. Esa vez murió casi la mitad de la población de Constantinopla y de Bizancio.

Como un criterio común a las pandemias anteriores y a las que siguieron, los estudiosos de entonces les asignaron dos grandes causas: el castigo de Dios por el aumento de los pecados en proporción directa con el aumento de la población y la segunda, un control poblacional del mismo Ser Supremo en orden a establecer un equilibrio de la especie humana.

La peste siguió en Europa sin que nadie la esperara. Como llegaba se iba, en silencio. En Italia fue pavorosa la peste negra en la época del renacimiento.

En el 1348 se desató en Florencia. Siete hombres y tres mujeres tomaron camino en el ansia de escapar y se fueron al campo de Fasole, a un viejo castillo en donde cada uno expuso un cuento o novela breve. Así se hizo el Decamerón de Giovanni Boccaccio. “¡Cuántos -dice éste- valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!”.

Felipe II, el ‘soberano de los pies de plomo’, constructor del regio palacio del Escorial, en el 1598 es recluido allí, en pleno desarrollo de la ‘peste mediterránea’ que sacudió la región. Se congregan en su cuerpo todos los males, laceraciones y apostemas. En esas condiciones él mismo enseña a su hijo Felipe ese cuerpo vencido por el dolor y le dice: “Ved, hijo mío, ved como terminan las grandezas de este mundo. Ved lo que es la muerte, y reflexionad en ello pues mañana reinaréis”.

Hoy vivimos la más universal pandemia que haya asolado a la humanidad. Los muertos han pasado del millón quinientos. Eso, por cierto, impresiona pero no tanto. Tuvo una gran trascendencia política que aún conserva. Quizás sea la parte económica la que con mayor virulencia golpea. El desempleo que aumenta los delitos contra la vida y la propiedad.

Todo dio pie para que Trump con suficiencia, no diere importancia al asunto. Por eso perdió las elecciones. Jair Bolsonaro hizo lo mismo y un tercer mosquetero, así mismo loco, el señor Andrés Manuel López Obrador, se sintió por encima del virus.

Lo menospreciaron y se burlaron de él, un dichoso microbio con cierta corona de taches atolondrados. Hoy tenemos una vacuna que agranda el negocio de los laboratorios. Lo que ya no se escucha es que todo se debió a la excentricidad de la comida de los chinos aficionados a comer murciélagos.

Sigue en Twitter @BaronaMesa

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