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Impuestos sin la ruina

Si se estudia mejor y se piensa en toda la economía, es posible que esa reforma no sea tan justa ni tan necesaria.

18 de agosto de 2022 Por: Armando Barona Mesa

Conocido y comprendido es de todos que un Estado democrático solo tiene dos formas de financiarse y cumplir con sus objetivos constitucionales: la imposición tributaria y el pago de servicios. No hay otras.

Ahora bien, el objetivo de los impuestos debe ser el bien público y por lo tanto su plan, como el recaudo, han de proceder de estudios muy profundos sobre el impacto que han de tener en la población. En otras palabras, los impuestos no pueden ser la ruina para nadie. No pueden ser confiscatorios o estranguladores de los esfuerzos de cada cual en busca del desarrollo social de los medios económicos. Por supuesto hay que estimular la producción, porque ella es la oferta de trabajo y el pago equilibrado de salarios justos. No es fácil decidirlo. Tampoco se puede pensar en ampliación de la base tributaria que implique gran detrimento de los diferentes estamentos sociales.

Imposible es no tener en cuenta que en Colombia hemos vivido una situación de enorme calamidad pública que impidió el desarrollo cabal, como estaba proyectado con buen criterio. Hubo encierro de todos y pago de salarios sin trabajar y dotación de vacunas y salas de atención para los que debieron de soportar la terrible peste del covid, fuera de los muertos.

Y, en medio de tanto gasto, se proyectó -en 2020- una reforma tributaria, que causó como se recuerda, el amotinamiento de tantos y el golpe criminal de los vándalos. O sea que aquella reforma fue fatal. !Remember!

Ahora se deja venir otra reforma con más ambiciones: cincuenta billones de pesos -ni uno menos, dijo el ministro-, repartidos en dos años. Y agotaron los rubros imponiendo dolorosos gravámenes, especialmente para la clase media en el proyecto.

María Isabel Rueda entrevista en El Tiempo al erudito tributarista Santiago Pardo Ramírez. Interesante diálogo. Veamos una pregunta de María Isabel: “-¿Qué es lo que le preocupa? -El incremento de la ganancia ocasional, del 10 al 30 por ciento, o a la tarifa de la persona, que pueda ser hasta del 39%. -Déme un ejemplo en la práctica... -Por ejemplo, la venta de la casa, o de un inmueble que posee, del cual obtiene renta. Pasados dos, cinco o diez años, cuando la venda, pues de la utilidad que obtenga puede llegar a pagar tributos de entre el 10 y el 30 %, o 39, inclusive. ¿Qué quiere decir eso? Que si usted tiene ese apartamento, donde vive, y se quiere pasar al de enfrente, que es idéntico, pero tiene la luz del sol por la tarde y no por la mañana, no le van a alcanzar los recursos de la venta de este para comprar el mismo apartamento en frente. Eso es lo complejo”. En el caso de las sucesiones ocurre lo mismo: las elevan al 30 y hasta el 39 % como ganancias ocasionales. !Horror!

Obsérvese que cuando usted al cabo de diez años vende por doscientos millones lo que adquirió por cien, los otros cien no son ganancia sino el valor que queda de la devaluación constante que vivimos. Es decir, que pagará hasta un 39 por ciento por aquello que había adquirido con gran esfuerzo y sin ganar nada. Y a la siguiente venta habrá de perderlo todo.
Parece que como el tahúr, con cara gano yo y con sello pierde usted. Mucho cuidado, que los impuestos no son un juego de tahurería ni de abalorios.

El resto de la reforma es más o menos igual. O sea que, quizás con los mejores deseos, se puede desatar aquello que Disney planteó en la película Fantasía como el sueño del aprendiz de brujo. Si se estudia mejor y se piensa en toda la economía, es posible que esa reforma no sea tan justa ni tan necesaria.

Sigue en Twitter @BaronaMesa

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