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Volvieron las nalgas de Mockus

Me perdonarán los lectores por el título de esta columna, pero en Colombia está llegando la hora de referirnos a las cosas por su nombre.

22 de julio de 2018 Por: Antonio de Roux

Me perdonarán los lectores por el título de esta columna, pero en Colombia está llegando la hora de referirnos a las cosas por su nombre.
En mi cabeza aterrizaron varios adjetivos para caracterizar la conducta de Antanas Mockus cuando se bajó los pantalones frente al Congreso de la República, y puso al descubierto su blanco y lampiño sentadero. Al final escogí un calificativo: se trató de una actuación inconsecuente. El término alude a la persona cuyo proceder no guarda correspondencia con los principios que proclama.

Mockus ha sido el abanderado de la cultura ciudadana, del respeto, la convivencia pacífica, la consideración recíproca, el sometimiento a las leyes, y llega al Senado con la votación más alta de las depositadas para esa corporación. Sin embargo, en un acto que denota pérdida del sentido de contexto, y que apenas si pudiera perdonarse como pilatuna en un infante, perpetra de nuevo una escena grotesca. El proceder tiene hondo valor simbólico porque expresaría la forma como él y acaso quienes pertenecen a su bancada, perciben la democracia colombiana. Una democracia que precisamente por sus falencias necesita ser rescatada y dignificada.

En el asunto hay algo paradójico. Como lo mencionara el presidente Santos en su última alocución ante las cámaras legislativas, nunca tuvimos un Congreso más diverso e incluyente que el actual. Jamás la oposición gozó de mayores garantías. Es a esos congresistas y a los colombianos que los elegimos, a quienes se nos muestra el trasero desnudo.

Haciendo una interpretación indulgente del acto podría decirse que entraña indiferencia y desprecio, pero según otras miradas que circulan en las redes sociales, denota prepotencia, irrespeto, y también violencia contra la sensibilidad de un inmenso número de ciudadanos. Hablo de violencia real, que hiere y perturba. No de mera violencia simbólica, como han querido presentar el hecho algunos comentaristas vinculados a los medios de comunicación.

Antanas intentó justificar esta nueva expresión de su estrategia ‘culinaria’, la misma que aplicara a su paso por la rectoría de la Universidad Nacional, con el argumento de que tal era la manera apropiada de hacer callar a los irritantes congresistas, y lograr que escucharan al Presidente del Congreso. Carambas, si una democracia vocinglera y viva desagrada, entonces el profesor se encuentra en el lugar equivocado y su presencia en una lista queda develada como simple estratagema electorera para sacarle jugo a su popularidad.

En la sesión inaugural del Senado iniciada unos minutos después y con aquel antecedente aún fresco, el excandidato y también senador Gustavo Petro hizo uso de la palabra para proponer que se eligiera a Mockus como presidente de la corporación. Petro sustentó su propuesta con dos argumentos. El primero es que Mockus sería idóneo para construir la nueva ética que el país reclama, y el segundo señalaba que Mockus es el indicado para conducir el proceso de renovación institucional asociado a la implementación del Acuerdo Final.

No tengo dudas de que Antanas posee las condiciones intelectuales para afrontar una tarea tan necesaria como exigente. Pero en su lado humano algo falló. Por eso, y poniéndolo en palabras del proceso de paz, nos debe a los colombianos una reparación apropiada y el compromiso de no repetir la ofensiva escena.

Sigue en Twitter @antoderoux