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Las formas de morir

Las formas de morir han cambiado significativamente a la largo de la...

28 de diciembre de 2011 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Las formas de morir han cambiado significativamente a la largo de la historia y de acuerdo con los diferentes tipos de sociedad. Muchos siglos han pasado desde la época en que los hombres morían conscientes de lo que iba a suceder, esperaban la muerte en el lecho en un ritual colectivo y público en el que no sólo participaban los familiares, sino también los vecinos, los amigos e incluso los niños. La muerte era familiar y próxima, como un acontecimiento normal. Hoy en día las cosas han cambiado y buscamos múltiples formas de alejarla de nuestro universo cotidiano, para poder convencernos finalmente de que el muerto es otro y no uno mismo. Muy lejos estamos de aquella bella figura de un mujik que nos describe Tolstoi en el cuento Tres muertes, que sabiéndose perdido se recuesta en el fogón para entregarse a la muerte, pero antes con gran tranquilidad regala las botas nuevas a otro compañero para no hacerse enterrar con ellas.En nuestro país hemos conocido en los últimos años una práctica bastante singular con respecto a la muerte que se ha impuesto en algunas regiones y que probablemente no se ha difundido lo suficiente en la ciudad de Cali. El asunto es que el muerto no es llevado como antes a una funeraria (o instalado en la sala de la casa como ocurría hace muchos años), vestido con sus mejores atuendos y maquillado para que luzca sano y rozagante y así perdure en la memoria de los vivos. La idea, por el contrario, es llevarlo directamente de su lecho de muerte al horno crematorio y luego hacer una misa con sus cenizas. Se suprime así de un solo plumazo el encuentro de los vivos ante el féretro en el velorio con todo lo que eso significa. Este tipo de práctica no tiene sustentación en mi opinión desde un punto de vista estrictamente religioso ya que la idea religiosa del entierro es acompañar al difunto con un ritual en el tránsito a otro estado antes de entregarlo a la tierra o al fuego. Y aquí se hace todo lo contrario a lo que la religión prescribe.Pero de todas maneras no se necesita ser creyente para darse cuenta que este tipo de prácticas desvirtúa profundamente el significado de la muerte y lo que busca es simplemente neutralizar el temor que nos produce. El velorio tiene, en primer lugar, una enorme importancia como forma de ‘realizar’ (hacer real en el sentido inglés de la palabra) la ausencia de una persona, asumir su desaparición. Igualmente, es el momento en que amigos y familiares, que rodearon a la persona desaparecida, tienen la posibilidad de encontrarse, darse un abrazo, rendir un pequeño homenaje al que ha partido, exaltar su memoria y restaurar los vínculos rotos o amenazados por su muerte. Se trata, como dirían los antropólogos, de un “ritual de paso”, de un acto profundamente simbólico propio de nuestra condición humana.Meter un cuerpo inerte en un cajón no es un simple hecho práctico, y mucho menos en un horno, sino un acto simbólico que trata de construir la diferencia de una situación a otra, el paso de la vida al mundo inanimado. Pero igualmente lo es el hecho de reunirse alrededor del féretro y conmemorar un suceso de inmensa trascendencia para un grupo en presencia de ese símbolo representado por el cuerpo y el ritual funerario. La velación es dolorosa para los vivos pero necesaria para poder continuar la vida, aunque seguramente es menos costoso económicamente llevar al muerto directamente al horno. Todas las sociedades, como lo ilustra ampliamente la antropología, tienen sus rituales funerarios, como un momento fundamental de su vida colectiva. Y aquí buscamos suprimirlos.