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La mano invisible

Los recientes debates alrededor de la nueva reforma tributaria nos han mostrado el carácter errático y miope de muchos de nuestros actuales líderes políticos.

27 de noviembre de 2018 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Las élites dirigentes de este país no siempre han estado a la altura de su misión histórica. Los recientes debates alrededor de la nueva reforma tributaria nos han mostrado el carácter errático y miope de muchos de nuestros actuales líderes políticos, que sólo consultan sus intereses privados de corto plazo y no tienen en cuenta los intereses del país en su conjunto y en el largo plazo.

¿Cuáles han sido los dirigentes políticos de las últimas seis décadas que merecen realmente el nombre de estadistas, porque han sabido pensar el país más allá de los intereses que representan? Sin excluir a Alberto Lleras Camargo (1958-1962) y Belisario Betancur (1982-1986) creo que el nombre más importante es el de Carlos Lleras Restrepo, un hombre que en su momento despertaba muchas resistencias por su carácter autoritario, pero cuya obra hemos podido valorar mejor con el paso del tiempo. No hay que olvidar que fue el promotor de una reforma agraria, montada en una concepción visionaria con respecto a la equidad y el futuro del país, que finalmente fracasó porque tocaba intereses privados que sólo pensaban en el corto plazo.

Una anécdota. En alguna ocasión se produjo un enfrentamiento entre Lleras Restrepo y Lauchlien Currie, el célebre economista canadiense que llegó al país en 1949 a la cabeza de una misión del Banco Mundial y fue el creador de ‘las cuatro estrategias’ que dieron origen al Upac en los años 1970. El primero proponía una política de incentivos para que los campesinos no abandonaran el campo; el segundo un desarrollo capitalista agrario, cuyo resultado sería la expulsión de los campesinos a unas ciudades, que no les ofrecían ofertas de trabajo, como ocurrió efectivamente con la aparición de los ‘cordones de miseria’, que hemos conocido. Al calor del debate, Lleras interrumpió para preguntar si lo que estaba en juego era un problema técnico de economía o el problema social y político de evitar una explosión social.

Una actitud como la de Lleras es la que no encontramos en los promotores de la reforma tributaria. La propuesta de bajar intereses de las empresas y subir los impuestos de los sectores medios y bajos, como una forma de estimular la creación de nuevos ‘empleos formales’, parece inspirada en la idea de que una ‘mano invisible’ armoniza automáticamente los intereses privados con los intereses colectivos. Pero hay que tener en cuenta que esta ecuación no siempre funciona.

La reforma laboral de 2002 (Ley 789), orientada a disminuir los costos laborales, tuvo efectos precarios: redujo los salarios pero no aumentó el empleo y contribuyó sobre todo a incrementar los dividendos de las empresas. La política de disminuir los impuestos a las empresas para que creen empleo formal (aún teniendo en cuenta que los impuestos en Colombia están entre los más altos de América Latina) es una política que se ha demostrado equivocada en los Estados Unidos, como lo sustentan los premios Nobel de Economía Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Sólo favorece a los poderosos.

La idea de que si la economía va bien el país también va bien es discutible. En los años 1949-1954, la economía colombiana estuvo más boyante que nunca con un café por encima de los US$ 0,90 la libra en el mercado de Nueva York; sin embargo el período coincide con la peor época de violencia de la historia colombiana. En medio de la crisis de violencia de los años 1990 F. Echeverry Correa, director de la Andi, popularizó una frase: “La economía va bien pero el país va mal”.

Nadie discute la importancia de una economía sana. Pero hay que tener en cuenta el país en su conjunto, los intereses nacionales en el largo plazo y, sobre todo, la explosiva situación social y política que conocemos. A muchos de nuestros dirigentes, como dice el lugar común, “no les cabe país en la cabeza”.