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Francisco José Lloreda Mera

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Aguanta, Ecuador

Como se sabe, el narcotráfico no va a desaparecer de la noche a la mañana y similar a lo que sucede en Colombia, ha logrado permear distintas esferas del Estado y de la sociedad.

14 de enero de 2024 Por: Francisco José Lloreda Mera

Era cuestión de tiempo para que el crimen organizado desafiara abiertamente al Estado ecuatoriano. El asesinato del candidato Fernando Villavicencio once días antes de las elecciones, las amenazas a la Fiscal General por la orden de arresto de decenas de funcionarios por narcotráfico incluido el Presidente de la Judicatura, y el incremento en la tasa de homicidios en más de seis veces en solo cinco años, no constituían un buen presagio.

En quince años los puertos ecuatorianos sobre el Pacífico, en especial en las provincias de Esmeraldas, Manabí y Guayas en la Zona 8, se convirtieron en centro de distribución de cocaína proveniente de Colombia y Perú hacia Europa y Estados Unidos. Es así como los carteles mexicanos, en contubernio con las Farc y luego con las disidencias de Oliver Sinisterra, apelaron a la intermediación de bandas criminales en el país austral.

Si bien las autoridades indican que son 22 las bandas criminales que operan en el país, Los Choneros y Los Lobos, asociados al Cartel de Sinaloa y de Jalisco respectivamente, serían de las más fuertes. Adolfo Macías alias ‘Fito’ y Fabricio Colón alias ‘Salvaje’, cuyas fugas se constituyeron en detonantes de la crisis, son los cabecillas de las mismas. ‘Fito’ habría salido por la puerta grande en diciembre, disfrazado, y ‘Salvaje’, hace pocos días.

La copa se rebosó con el asalto armado en plena emisión del noticiero de TC Televisión, imagen que dio la vuelta al mundo. Fue cuando el presidente Daniel Noboa (quien había declarado el estado de emergencia para contrarrestar los motines en las cárceles luego de las fugas aducidas) declaró el Conflicto Armado Interno para recuperar las mismas (convertidas en centros de operación del narcotráfico) y desmantelar las bandas criminales.

Pero, como se indicó, la crisis se venía incubando y data del Gobierno de Rafael Correa. Fue él quien legalizó a los Latin Kings, quizá una de las primeras bandas delincuenciales; cerró la base militar para interdicción de drogas en Manta y demandó a Colombia por un supuesto daño ambiental transfronterizo por aspersiones aéreas en sembríos de coca, allanando las rutas de los narcotraficantes, y acabó con la unidad élite antinarcóticos de la Policía.

Hace bien el Gobierno de Noboa en restablecer el orden y la seguridad con apoyo militar y en declararle la guerra al narcotráfico; en dar con quienes se fugaron, construir dos cárceles de máxima seguridad para dividir y aislar a los integrantes de grupos criminales, buscar repatriar a más de 1.500 delincuente (incluidos colombianos), controlar las fronteras. Es urgente restablecer la cooperación con los Estados Unidos y buscar recursos para financiar la guerra.

Como se sabe, el narcotráfico no va a desaparecer de la noche a la mañana y similar a lo que sucede en Colombia, ha logrado permear distintas esferas del Estado y de la sociedad. El que se filtrara la operación a realizar en las cárceles del propio Consejo de Seguridad Pública Estatal, que preside Noboa, es muy diciente. Igual que descubrir que la cabeza del Consejo de la Judicatura, Wilman Terán, un amigo de Correa, terminase investigado por narcotráfico.

Inicia Ecuador una lucha larga, compleja, riesgosa y a veces malagradecida. Pero no tiene opción, salvo considere entregarle el país al crimen y a los carteles mexicanos. Lástima que Colombia, con experiencia en la lucha contra el narcotráfico, no pueda ser de gran ayuda. No solo porque cuenta con un presidente de poco fiar -que disfrutaría ver a su colega fracasando- sino porque la guerrilla y el narcotráfico hoy mandan en Colombia. Si por allá llueve por acá no escampa. Aguanta, Ecuador, aguanta. No vayan a claudicar.

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