Samaniego, el municipio que quiere convertirse en una 'mina' de paz
Con 129 casos, esta población de Nariño es el municipio del Suroccidente del país con más víctimas de minas antipersona. La paz es una urgencia para sus habitantes. Relatos de dolor y esperanza.
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12 de abr de 2015, 12:00 a. m.
Actualizado el 20 de abr de 2023, 06:04 a. m.
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Con 129 casos, esta población de Nariño es el municipio del Suroccidente del país con más víctimas de minas antipersona. La paz es una urgencia para sus habitantes. Relatos de dolor y esperanza.
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La prueba más cruel del nivel de degradación que ha alcanzado el conflicto armado en Colombia es la medida impuesta por la guerrilla en Samaniego, Nariño: el campesino que pise una mina antipersona debe responder económicamente por haber desperdiciado un artefacto explosivo que se sembró con el propósito de mutilar y dañar, pero a policías y militares. Poco ha importado a las Farc o al ELN si quienes han caído muertos en esos campos minados son niños o adultos o si producto de la explosión son humildes campesinos los que han quedado ciegos o mutilados. Cada familia, por igual, debe hacer a un lado el dolor y responder por pagos que van entre $500.000 y $1.600.000, pese a que fuentes militares señalan que armar una mina vale menos de $10.000. La guerra en Samaniego es casi un producto de consumo. No ha pasado un solo día en los últimos 30 años donde la noticia no sea el desplazamiento, la extorsión, el secuestro, el ataque terrorista, la desaparición forzada, el homicidio, la masacre. Por fortuna la paz también tiene un efecto narcótico y después de saborear la tranquilidad que han vivido en los últimos días, como coletazo de las negociaciones entre el Gobierno y las Farc, hoy nadie quiere asomarse a ese pasado reciente. El respaldo al proceso de paz es unánime en este municipio, utilizado como laboratorio para experimentar los actos más crueles de la guerra. El tema obligado Es plena Semana Santa y el pueblo se reune en torno a la plaza principal. Los kioscos están atestados y amigos y familiares comparten el tradicional café con empanadas de queso. Las negociaciones de paz, el posconflicto, el desminado humanitario, la justicia transicional y el cese el fuego son los temas obligados de discusión en cada rincón y cada calle. Quien no esté de acuerdo con la paz es porque no ha vivido la guerra; es porque no ha sufrido ni ha sido testigo del dolor de personas como nosotros que creemos que está es la última oportunidad de vivir en paz y que no queremos seguir una década más en un conflicto sin sentido, señala Servio Tulio Córdoba, quien perdió una pierna y un ojo en un campo minado. Las campanas empiezan a repicar y la Iglesia llama para la conmemorar la Última Cena. Afuera una congregación evangélica invita también a orar por la paz del municipio y porque lleguen a feliz término los diálogos en Cuba. Por suerte, hoy la única lucha que se libra en Samaniego es entre católicos y cristianos por sumar más adeptos en este pueblo que poco a poco ha empezado a aferrarse a la fe. Este es uno de los pocos municipios del país donde el cementerio parece de lejos el barrio más grande del pueblo. Han sido años muy duros Aunque Samaniego entró tarde en las estadísticas nacionales de poblaciones con víctimas de minas (el primer caso se registró en el 2005), en diez años se convirtió en el municipio del suroccidente del país con el mayor número de afectados entre muertos y heridos: 129. Cerca de un 80% de ellos son civiles (101) y un 23 % de esa población civil son niños (24). El primer inscrito en esa dramática estadística fue Jorge Elías Díaz Toro, un comerciante de ganado de la vereda Chupinagal. Recuerdo que fue un sábado como a las 2:00 de la tarde que vinieron a ofrecerme un ganadito y me fui a verlo y entrando a la finca me pasó ese accidente con la mina; hasta entonces no se escuchaba nada de campos minados en Samaniego. Al momento de la explosión llegó uno de esos (guerrilleros) y entonces me dijo que teníamos que pagar esa mina y como caímos tres, el vendedor del ganado, otro muchacho y yo, entonces que le teníamos que pagar $600.000. Yo quería quitarle el fusil ese para matarnos porque yo estaba como loco, pero empezó a llegar un poco de gente y salieron corriendo, recuerda Jorge Elías, a quien la explosión lo dejó completamente ciego. Él habla con propiedad de la necesidad de que haya una paz, pero con justicia. El 2005 cerró con cuatro víctimas de minas, pero en los siguientes años las cifras se dispararon dramáticamente luego de que la guerrilla minara grandes terrenos para tratar de contener las Fuerzas Militares que durante el gobierno de Álvaro Uribe implementaban el llamado Plan Consolidación, con el que empezaron a hacer presencia en enclaves históricos de la guerrilla. El resultado fueron extensos territorios abandonados en los que también las plantaciones de pan coger fueron desplazadas y en su lugar aparecieron cultivos ilícitos que echaron más combustible a una guerra que de por sí ya estaba bien encendida. Ese es el pasado al que no queremos regresar, explica Porfirio Andrade, quien preside la Asociación de Víctimas de Minas de Samaniego y quien asegura que a la gente se le ve muy comprometida con el tema de la paz. En Samaniego, en la pasada elección presidencial, fue la primera vez que sacó tanta votación un candidato a la Presidencia de la República; porque la propuesta de paz fue muy bien acogida y porque hemos sufrido tanto tiempo el flagelo de la guerra, que hoy muchos pensamos que nos llegó la hora de la paz, dice Andrade. Las cifras de la Registraduría Nacional señalan que en la segunda vuelta por la Presidencia de la República, en junio del 2014, Juan Manuel Santos obtuvo 10.611 votos, contra los 930 logrados por Óscar Iván Zuluaga. De vuelta en la fe En la foto de Samaniego de hoy es difícil para cualquier visitante, que después de décadas han empezado a llegar, imaginar que en sus calles y sus campos nacieron en los años 80 y 90 varias de las estructuras armadas de los grupos guerrilleros. Entre ellos el Frente 29 de las Farc, que comandara alias Joaquín Posada, nombre de guerra de Yesid Arteta, o el Frente Mártires de Barbacoas o el histórico Comuneros del Sur del ELN, que poco después de creado estuvo comandado por una religiosa muy reconocida en Samaniego. El sacerdote John Freddy Bolívar, párroco del pueblo, dice que en Samaniego por momentos pareciera que el posconflicto fuera ya una realidad y todo se ve tranquilo y en paz. Pero es una paz relativa y una calma tensa. En el fondo se siente mucho temor porque lamentablemente la gente se acostumbró a vivir en medio de la guerra. Desde el momento en que supimos que se iniciaban los diálogos lo vimos con mucha esperanza. Las comunidades, en las diferentes veredas, empezamos a imaginarnos un país sin violencia, donde quepamos todos con diferentes ideas y formas de pensar. Yo creo que desde entonces empezó a nacer una gran alegría en el pueblo, esperando que esa paz pueda llegar a ser estable y duradera, aseguró el padre John Freddy Bolívar. Esta felicidad a medias -señala una de las víctimas que pidió no ser identificada- solo puede completarse para Samaniego el día que en la mesa de negociaciones se siente también el ELN que ha sembrado cantidades enormes de minas. Incluso, uno de sus cabecillas capturados dijo que sembró más de una tonelada de explosivos.Samaniego espera empezar a escribir su nueva historia, donde la guerra no sea más que un sinónimo de pasado y que el dinero del conflicto se destine al desarrollo agrícola que por cuenta del conflicto se estancó hace 35 años. Quiero ser ejemplo para otras víctimas[inline_video:kaltura:0_hslvwldl:11603041:null]Esa tarde del 12 de diciembre pasado en la Institución Educativa Simón Bolívar, del municipio de Samaniego, todas las miradas iban inevitablemente a la figura de Christian Andrés Melo; uno de los 70 jóvenes que llegó a la ceremonia de bachilleres. No solo porque en sus estudios se destacó como uno de los mejores alumnos de su promoción, como lo cuenta el docente Jairo Melo, sino porque todo el bachillerato lo hizo luego de haber caído en un campo minado que lo dejó completamente ciego. Lo irónico de su historia, es que de no haber sido por el accidente con la mina antipersona, quizá jamás habría regresado al colegio. Yo acabé la primaria y por falta de recursos me tocó irme para la montaña a trabajar de jornalero; lamentablemente estábamos regresando a la casa por un camino cuando fuimos víctimas de una mina antipersona, recuerda Christian, quien fue auxiliado con serias quemaduras en el cuerpo y el rostro. De ese momento solo recuerda el estruendo que aún retumba en sus oídos y el destello rojo que en principio pensó que era sangre acumulada en sus ojos y que luego de intentar limpiar una y otra vez entendió que su situación era más complejo de lo que imaginaba. Sin embargo, el niño que se destacó en el estudio y el deporte en una escuela de La Hormiga, Putumayo, de donde llegó como desplazado a una vereda de Samaniego, no estaba dispuesto a rendirse por su condición de invidente y luego de un proceso de recuperación financiado por la OEA y la Pastoral Social decidió continuar con su bachillerato. Por la gracia de Dios, tuve una rehabilitación en Bogotá donde me enseñaron que la vida no se termina y aprendí a ser una persona muy independiente. Ya cuando retomé mis estudios, grababa las explicaciones del profesor y de ahí estudiaba las partes más importantes y lo aprendía y presentaba el examen oral, explica. Gracias a un programa especial para personas invidentes, Christian no solo hace consultas en google y utiliza su teléfono celular, sino que chatea con sus amigos y maneja redes sociales. Hoy por hoy el único obstáculo a sus aspiraciones es la pobreza, ya que no cuenta con los recursos ni la ayuda para tratar de alcanzar su nuevo sueño. Si tengo el apoyo, y ojalá alguien pueda brindármelo, espero poder ingresar a una universidad y estudiar psicología para poder ayudar a otras víctimas del conflicto armado que a veces mucho lo necesitan, superarme y ser un ejemplo para las demás víctimas. Para Christian, si hay algo a qué tenerle miedo es a la guerra. cualquier cosa que logremos en la mesa de diálogos es ganancia para los colombianos; una víctima menos, menos desplazamiento, lo que se logre será importante y por eso es necesario que todos pongamos nuestro granito de arena porque ayer fui yo, pero mañana podrá ser cualquier otro colombiano en el campo o la ciudad. Ya vivo en paz porque no guardo rencores[inline_video:kaltura:0_cnu99xig:11603041:null]
El destino estaba empecinado en que esa mañana del 20 de junio del 2009 tenía que ser Servio Tulio Córdoba quien terminara sufriendo los efectos devastadores de una mina antipersona en la vereda San Juan, ubicada a cinco horas del municipio de Samaniego. Servio Tulio, un campesino que trata de sobrevivir como vigilante en el Terminal de Transportes del pueblo, descendía por una trocha junto a otros cuatro amigos. Él era el tercero en la fila india y ya el grupo había sorteado, sin darse cuenta, cuatro minas más, pero por capricho del destino fue a pararse justo en la última mina que estaba armada. Fueron más de 16 horas las que demoró su traslado desde el campo hasta la cabecera municipal e ingresó prácticamente muerto, seco; con las venas apenas untadas de sangre. Tres meses luchando contra la muerte hasta que finalmente se dio lo que él considera un milagro: pudo levantarse, aunque sin ojo ni una pierna. Un milagro similar es el que espera que se dé en Colombia y que de una vez por todas el país le cierre la puerta a la guerra y abra los corazones al perdón y la reconciliación. Si tuviera a mis victimarios de frente les diría que los perdono; que vivo en paz porque no guardo rencor y porque Dios me enseñó a perdonar. Si lo que logramos es una paz con rencor, no haríamos nada. A mí no me da alegría saber que existe la posibilidad de que puedan desminar el municipio de Samaniego. Lo que me da es felicidad porque sé que eso garantizaría que no caiga más gente como nosotros, dice Servio Tulio, quien trabaja 18 horas al día para pagar la carrera de derecho a una de sus hijas residente en Pasto. El dinero de la guerra se debe invertir en víctimas[inline_video:kaltura:0_yx5bzre8:11603041:null] A Francisco Bolívar, quien para la época en que accionó la mina apenas rayaba los 20 años de edad, la pobreza no le permitió hacerle el duelo a la pérdida de su pierna. Más temprano que tarde tuvo que regresar a esos mismos campos en los que se vio cara a cara con la muerte, para tratar de arañarle a la tierra el sustento diario de su familia, pese al temor que lo embarga en cada paso. Veníamos saliendo de la finca y cogimos una trocha para la casa; yo venía adelante y cuando pisé la mina no tuve tiempo de nada. Mi compañero gritó: nos matamos; yo quedé inmovil y como loco, entre el mismo hueco que la mina abrió en la tierra, recuerda Francisco, quien trata de olvidar su suerte metido entre sus cultivos de tomate de árbol y granadilla en la vereda Chuguldí, en Samaniego. Yo pienso que el desminado sería bueno para que en Samaniego la gente pueda andar tranquila porque uno que ya ha caído en esto siempre le queda ese miedo de pensar en qué momento le vuelan la otra pierna, dice Francisco. Aunque tiene claro que lo mejor que le puede pasar a Colombia es que finalmente se firme la paz, también es un convencido de que los victimarios deben responder por sus delitos. Diga usted tanta gente como nosotros que éramos personas completas y dejarnos así sin piernas. La paz puede llegar como sea, pero para uno es mejor que paguen cárcel. Francisco no alcanza a imaginar cuánto dinero se gasta en la guerra pero sí tiene claro a dónde debería destinarse ese recurso en caso de lograr la paz. Que ayuden a las víctimas porque yo quisiera tener una buena prótesis porque el dolor que me genera la que tengo me mantiene bien oprimido. Ni a un animal se le ponen esas trampas[inline_video:kaltura:0_o998ufwx:11603041:null]Los ojos de don Jorge Elías Díaz, la primera persona inscrita como víctima de una mina en Samaniego en el 2005, quedaron inhabilitados para ver, pero no para llorar. El desespero de saberse ciego y el temor de que su familia lo abandonara lo llevaron a rodar por el campo a la espera de que otra mina antipersona acabara de una vez por todas con su vida (llanto); pero dos años después de estar postrado en una cama, se levantó y empuñó de nuevo el azadón y la pala para salir a trabajar el campo. Yo era un negociante de ganado y ese sábado me fui a ver un ganado que me ofrecieron y pisamos la mina, pero me dediqué a la agricultura y ahora siembro y hago deshierbas en los cultivos de café, de maíz y de caña. Gracias a su radio, inseparable amigo, guarda en su mente cada uno de los instantes cumbres del proceso de paz que se negocia en La Habana. Es defensor acérrimo de los diálogos, pero se declara uribista porque cree que los jefes guerrilleros deben pagar con cárcel el daño que han hecho (llanto). Yo la paz la veo como grave. Con los jefes tal vez, pero su gente luego se organiza y crean otros grupos como los paras, que se volvieron bacrines porque es que esa gente no quiere trabajar, dice Don Jorge, quien labra la tierra junto a su esposa y sus tres hijas. Lo que más lo entusiasma de la paz, dice, es que se limpien los campos de minas porque es que ni a un animal se le pueden poner ese tipo de trampas.[[nid:411377;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/04/grafico-minas-antipersonas-final.jpg;full;{}
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