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NARCOTRÁFICO

"Gilberto Rodríguez patrocinó seis campañas presidenciales": el relato de Aura Restrepo, expareja del capo

Reconstrucción de una entrevista con Aura Rocío Restrepo, la mujer que vivió los últimos ocho años de clandestinidad de Gilberto Rodríguez Orejuela, fallecido este miércoles en Estados Unidos.

1 de junio de 2022 Por: Jorge Enrique Rojas - Reportero de El País

Gilberto Rodríguez Orejuela, capo del Cartel de Cali, falleció este miércoles en una cárcel de los Estados Unidos. A propósito de este hecho, El País recupera esta entrevista realizada en el año 2013 a Aura Rocío Restrepo, la pareja que vivió los últimos ocho años de clandestinidad del narcotraficante, justo antes de que fuera capturado por las autoridades en 1995...

En la historia del ajedrez hay una jugada que se convirtió en mito. Se llama Mate Pastor y es uno de los movimientos favoritos de los asesinos seriales de ese juego que llaman deporte ciencia. La ciencia, en ese caso, es la velocidad de la muerte: en no más de cinco movimientos el rey está liquidado. En la vida de El Ajedrecista hay un mito que se convirtió en historia: se llama Aura Rocío Restrepo, tiene 46 años y es la reina que puso en jaque a Gilberto Rodríguez Orejuela, el narcotraficante que se convirtió en monarca del extinto Cartel de Cali reinando bajo el sobrenombre de El Ajedrecista, y que falleció este miércoles. 

El jaque fue al corazón. No en cinco movimientos, sino en ocho años. Aura Rocío fue la mujer que vivió junto al capo su último tiempo de clandestinidad en las calles de Cali. En caletas, casas que no eran casas, escondites a la vista de todos pero invisibles para todos, ella lo esperaba cada noche. Aura Rocío jura que lo amaba. Y ella cree que él también la amó. El jaque, en todo caso, fue para su corazón. Cuando lo conoció, El Ajedrecista estaba separado de su segunda esposa. O eso fue lo que le dijo. Era el final del año 1987 y un senador de la República los presentó en un edificio del norte de Cali donde Rodríguez tenía una de sus oficinas. Entonces ella era una chica de 20 años: rubia, alta, flaca, de piernas larguísimas y un cuerpo asesino de voluntades masculinas.

El 9 de junio de 1995, cuando Gilberto Rodríguez fue detenido en una casa del norte de Cali, fue ella quien abrió la puerta; minutos antes, había sido ella quien lo había escondido en la caleta que los policías encontraron tras seguir los rastros de un portarretratos roto. Luego de tres años y medio de cárcel acusada de encubrimiento y concierto para delinquir, luego de haber rehecho su vida, luego de haberse vuelto a enamorar, luego de haber sido mamá, luego de haberse encontrado con otro dragón que calcinó su corazón, la reina que ya no es reina habla por primera vez de lo que fue y espera que sea su vida.

¿El libro que planea es una manera de exorcizar dolores, es solo un negocio, es una manera de hacer de lo que pasó una enseñanza para las mujeres que aún sueñan con un narco?

El fantasma de hacer el libro siempre ha estado. Yo tuve una separación traumática con el padre de mis hijos. Me casé con él tres años después de terminar con Gilberto y un año después de recobrar definitivamente mi libertad; duré once años a su lado. Fue una relación muy dura, con episodios de violencia donde mis hijos también fueron víctimas. Hace unos meses un periodista extranjero me dijo que le gustaría escribir ese libro, empezamos a hablar y me entusiasmé. Una de las principales motivaciones es asegurar un futuro para mis hijos y eso no se lo puedo confiar a su padre. Lo que me hace tomar la decisión es comprender que es una verdad que la gente tiene que saber, que no todo es como lo pintan. Lo último que yo quiero es que mis hijos crezcan y vivan lo que yo viví.

Usted tiene tres hijos. ¿No cree que puede ser muy duro para ellos ver la historia de su mamá, esa historia, justamente en un libro?

Al principio me frenaba la imagen que ellos pudieran tener de mí. Pero el papá, en esos episodios de violencia, encañonándome mientras ellos me abrazaban, les gritó que su madre era una delincuente, una narcotraficante, expresidiaria, y eso a mis hijos los marcó. Yo les expliqué la verdad. Y después de no tener secretos con ellos, los frenos de mano se acabaron. Si yo puedo, narrando mi historia, cambiar la vida de niños y adolescentes, ya tendré un motivo por el cual esto valdrá aún más la pena. El libro va más allá del dinero.

¿Cómo le explicaría a alguien que no la conoce que esté quebrada económicamente?

La Fiscalía me quitó mis propiedades; había cómo pelear jurídicamente, pero un abogado se robó un dinero y otra abogada se llevó mis cuadros. Cuando estaba en la cárcel, le entregué todas mis joyas a un hijo de Gilberto. Así que no me quedó nada. Este apartamento en cualquier momento me lo quita Estupefacientes. Y a eso hay que sumarle que mi exesposo me dejó en la calle.

¿Cómo logró desligarse de Gilberto? ¿Cómo decirle no más a un hombre como ese?

Gilberto siempre me dijo que si terminábamos y al día siguiente yo quería salir con alguien, era libre de hacerlo. Cuando salí de la cárcel una vez llegó alguien que tocó mi corazón, un médico; un trabajador de Gilberto fue a visitar a esa persona y le dijo: mire, don Gilberto le manda a decir que no se preocupe, que si usted va a estar con la monita él no se va a meter; pero usted es un picaflor y si él se da cuenta que ella derrama una sola lágrima por su culpa, usted se va a tener que entender con él. El médico no volvió a aparecer. Después de eso, en todo caso, no se volvió a meter.

¿Qué era lo que tenía Rodríguez? Porque como narcotraficante fue célebre por su astucia y malicia...

Lo principal era la inteligencia. Lo primero que me impactó fue su carisma, cómo manejaba las personas, las situaciones. Había estudiado hasta cuarto de primaria, pero era muy culto. Una de esas personas que tienen imán.

¿Cómo era el hombre detrás del capo?

Un hombre que se deprimía mucho: todas las noches tomaba un antidepresivo. De hecho, ahora en la cárcel de Estados Unidos, una de las presiones sicológicas es suprimirle las píldoras. Era un hombre dominado por el estrés.

¿Cómo era de puertas para adentro?

Parecía un niño chiquito. No se perdía una sola novela. Si por algún motivo el VHS no grababa, eso era una tragedia. Tampoco se perdía ningún noticiero, tocaba grabárselos. El estrés lo reflejaba en mal genio y cuando uno está encerrado, pues termina desquitándose con la persona que tiene más cerca, ¿no? A mí me tocó muchas veces ser como el cojín de los boxeadores, su desahogo. Aunque él nunca me agredió físicamente

Usted estuvo ocho años con él. Pese al riesgo, ¿nunca pensó en dejarlo?

Siempre. Lo intenté muchas veces. Primero porque yo no estaba preparada, estaba bastante joven y tenía los valores familiares muy arraigados. Lo que pasa es que lo amaba intensamente. Yo trataba de alejarme y no podía. Era una mezcla del amor que le tenía y de esa necesidad que yo sabía él tenía de mí. Si yo lo dejaba y pasaban dos o tres días, la depresión le aumentaba. Yo sabía que su único consuelo en las noches era yo.

Pero a pesar de eso, de usted, él mantenía la relación con su familia...

Miriam (la segunda esposa) nunca fue su exseñora. De hecho yo salí y ella siguió siendo su esposa. Yo vivía con él, pero él nunca terminó su relación. Él vivía conmigo pero cuando iba a ver sus hijos el fin de semana, ella estaba y compartían. Eso era muy difícil y era otro motivo para salir corriendo. Cuando yo lo conocí él estaba separado temporalmente. Y cuando me enamoré, ya no pude dar reversa.

¿En ese tiempo, el recuerdo que tiene de usted misma es el de una mujer feliz?

No. Yo tenía momentos. Cuando compartíamos un fin de semana en una finca. Pero no, yo nunca fui feliz.

¿Qué recuerda de la captura, de ese instante?


Eran las 3:00 de la tarde. Yo había regresado de ver a mi abuelita, que estaba en la clínica, y de pagar la declaración de renta del nombre ficticio que Gilberto utilizaba para eso. A pesar de la emoción del día anterior, ese día había amanecido tan deprimido que no se había duchado siquiera.

¿Ahora que usted está con este proyecto editorial, no teme la mala lectura que pueda hacer alguien de esa familia?

No me interesa dañarle la vida a nadie, no me interesa ganarme enemigos. Yo no voy a dar nombres, ni a hacer señalamientos. Es una historia muy interesante que habla de la miseria en medio del esplendor que permitía el narcotráfico. Nuestra vida era un infierno. No tengo temor porque estoy apegada a la verdad, sin necesidad de dañar la vida de terceros.

Usted dice que él tiene cáncer de colon. ¿Qué siente usted al imaginarlo enfermo en la cárcel?

Me da mucha tristeza. Yo sé lo que era para él la extradición. Sé que las torturas sicológicas que le han hecho son muy fuertes. Su vida nunca fue ejemplar, pudo hacer muchas cosas buenas pero quedaron totalmente borradas por las malas. Me parece muy triste que esté como está. Yo me imagino que Gilberto, en su interior, anhela el momento de irse.


Si tuviera 30 segundos para decirle algo, ¿qué le diría?

Que lo perdono, él sabe en su corazón porqué. Le diría que es el hombre que más he amado. Que me perdone. No sé, no le diría nada, le daría un abrazo, las palabras sobran. Lo demás sobra.

¿Cómo era la relación con los políticos? Usted lo conoció a través de un Senador de la República...


Gilberto patrocinó seis o siete campañas presidenciales. Su primera participación no fue tan activa como las siguientes, pero lo hizo. Para empezar, era muy, muy amigo, de la mayoría de los políticos; muchos eran amigos de infancia. Suena irónico, pero los principales cargos del país siempre estuvieron influenciados por ellos (los hermanos Rodríguez) y sobre todo por Gilberto.

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