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Visita guiada a La Casa Azul, el Museo de Frida Kahlo en Ciudad de México

La Casa Azul, así se conoce en Ciudad de México al Museo Frida Kahlo, un lugar que en 800 metros cuadrados acoge las obras y objetos preciados de la artista más amada de los mexicanos. Cita con la historia.

22 de diciembre de 2013 Por: Lucy Lorena Libreros I Periodista de GACETA

La Casa Azul, así se conoce en Ciudad de México al Museo Frida Kahlo, un lugar que en 800 metros cuadrados acoge las obras y objetos preciados de la artista más amada de los mexicanos. Cita con la historia.

La casa no siempre fue azul. La salvedad la hace María Isabel Pablo, una economista y gestora cultural que se ofrece de guía. La mujer conversa mientras camina sobre una preciosa plaza de calles empedradas y edificaciones barrocas, ubicada frente a la iglesia del barrio Coyoacán, uno de los más tradicionales de Ciudad de México. Sus palabras van cayendo a pocas cuadras de la Calle Londres 247, justo donde se alza desde hace más de un siglo esa casa que ahora es azul y que ahora es museo: el Museo Frida Kahlo.Entramos. El paisaje de la vieja casona está dominado por un patio grande alrededor del cual van apareciendo varias habitaciones luminosas y jardines florecidos y bien cuidados. El azul, ese azul profundo del que tanto habla Isabel, es también brillante y encendido. Frida —cuenta esta guía de ocasión— lo escogió en 1937 cuando junto a su esposo, el muralista y pintor Diego Rivera, dieron refugio a León Trotski, revolucionario ruso que buscó en México una patria amable donde ponerse a salvo de la persecución de Stalin que, tal como rezan los libros de historia, no le perdonaba haber liderado la famosa Revolución de Octubre que les permitió a los bolcheviques abrazar el poder.No eran días fáciles y Frida creía que ese color espantaba los malos espíritus. Fue una de las tantas creencias que aprendió de los indígenas desde niña, justo aquí en esta casa donde ahora Isabel hace memoria. Entonces la casa, que supo permanecer de blanco inmaculado desde que el padre de la artista la construyó a comienzos del Siglo XX, tomó el color del cielo y así la siguen viendo aún los cerca de 200 mil visitantes que llegan cada año hasta ella durante su peregrinaje por la vida y la obra de la artista más amada de los mexicanos.Isabel sigue caminando y va contando la historia: la casa la construyó en 1904 Wilhelm Kahlo, a quien todos llamaban Guillermo. El hombre había llegado desde su natal Alemania sin más recursos que amabilidad y ganas furiosas de trabajar al otro lado del mundo.Con unas pocas modificaciones, Isabel va mostrando que esta casa ha conservado hasta hoy su estructura original y solo hasta 1958 fue convertida en museo, pues ese había sido en vida el deseo de los esposos artistas. Hoy domina con su azul destellante la Calle Londres y es paso obligado para quienes visitan Coyoacán, un barrio que debe su nombre a la expresión azteca “donde viven los coyotes” y su importancia histórica al hecho de que Hernán Cortés se instaló en este territorio para desde aquí emprender la conquista de México. La fuerza de ese legado la conocía Guillermo, quien tres años más tarde de construir su casa, en julio de 1907, vio nacer entre sus paredes a la niñita de sus amores: Frida vino a ser la tercera de las cuatro hijas de su matrimonio con la oaxaqueña Matilde Calderón.Frida, sin embargo, en un arrebato propio de su tremenda rebeldía, un día decidió contarle al mundo que había nacido en 1910, cuando arrancó la Revolución Mexicana. Desde entonces, no han sido pocos los que han creído la leyenda de que Frida Kahlo y el nuevo México vieron la luz con el mismo sol. Quien nació en 1907 fue, en realidad, la niñita que a los 6 años enfermó de polio y permaneció en convalecencia durante nueve meses. La niña de la que comenzaron a burlarse los otros chicos de Coyoacán porque la enfermedad le dejó una pierna notablemente más delgada y corta que la otra… “Frida Khalo, pata de palo”, le gritaron muchas veces. Don Guillermo, pues, se esforzó siempre por poner a su pequeña a salvo de la compasión. Y sería él quien la acercaría, sin proponérselo, al mundo de las artes plásticas en esos meses dolorosos, pues durante aquella convalecencia le permitió que echara mano de los pinceles y pinturas que él usaba para darle color a sus fotografías, muchas de las cuales fueron tomadas para el gobierno del dictador Porfirio Diaz, quien lo contrató por cuatro años como fotógrafo oficial.Sería ese padre amoroso, también, quien encendería en Frida el amor por México y su cultura popular pues él, en sus ratos libres, solía retratar a indígenas campesinos y sus paisajes. “De hecho, asegura Isabel, la Casa Azul fue construida cuando Coyoacán era solo un pueblito cercano, ubicado en las afueras de la gran ciudad. Lo que a muchos no deja de sorprender es que esa tarea la haya logrado el padre, un hombre con escasa conexión con este país, y no su madre, que sí había nacido aquí”.De ellos, los indígenas, fue que Frida abrevó “su vestimenta característica, el sello que la hizo distinguirse en un país que ya comenzaba a buscar referentes culturales detrás de las fronteras —sigue hablando Isabel—. Era como si ella les gritara: no soy una artista, mejor que eso, soy una artista mexicana”. Una guía del museo, Paty Cordero, enseña la habitación donde la niña que un día fue Frida lloró la angustia de su enfermedad. Ese lugar, como el resto de la vivienda, permanece suspendido en el tiempo, como si aún corrieran los años de la primera mitad del Siglo XX y no estos tiempos pedregosos de carteles, sangre y muerte.En esta casa Frida nació, vivió y murió, pero todo permanece tan bien dispuesto, tan cuidadoso, tan pulcro, que al recorrer los 800 metros cuadrados sobre los que se extiende, algunos caminan con la sensación permanente de esperar a que la artista salga al encuentro en cualquier corredor o habitación. Lo cree Samuel García, un ingeniero mexicano del estado de Jalisco, radicado desde hace una década en Holanda, que llegó hace un par de días a Ciudad de México para pasar la Navidad. “Siempre que puedo, visito con mi esposa la Casa Azul, el único lugar donde uno se conecta de veras con lo que representa Frida Kahlo para la cultura de nosotros, los mexicanos. Su recuerdo es vivo y fuerte aquí porque todo permanece como ella lo dejó, sus jardines, la cocina, su cuarto de pintura… Es como venir a visitar a la dueña de la casa mientras ella está de viaje”.Lo curioso del asunto, dice Isabel, es que la ‘Fridomanía’ no comenzaría en México sino hasta finales de los años 80, tres décadas después de la muerte de la artista, en medio de un movimiento artístico conocido como ‘Neomexicanismo’, que reconoció el valor de la cultura contemporánea de ese país. Unido a su legado feminista, realmente Frida fue redescubierta en los años 90 cuando los chicanos en Estados Unidos la reivindicaron como icono de su identidad mexicana.Esa identidad y los temas que ella trasladó a sus lienzos pueden expiarse en los rincones y pinturas que de Frida hay por toda la casa. Desde sus primeras recreaciones hasta su último cuadro, ‘Vive la vida’, pintado poco antes de que la muerte la sorprendiera en 1954, en medio de la depresión, los dolores agudos y una neumonía que contrajo luego de salir a marchar en solidaridad con los guatemaltecos que habían sido invadidos por Estados Unidos.Caminas por el museo y tropiezas con ‘Autoretrato con collar de espinas’, de 1940, en el que se asoma el ceño frío y melancólico que después congelarían muchos fotógrafos. ‘La cama volando’, en la que aparece tumbada sobre un catre, sangrando, después de haber perdido un bebé en Detroit. ‘La columna rota’, testimonio de tantos y tantos años de angustia y sufrimiento en los que se vio obligada a usar corsés de acero que le ayudaran a mantener su figura erguida, después de que en 1932, y con apenas 17 años, un accidente de tráfico le dejara su columna rota y unos dolores que la acompañarían hasta la muerte.Caminas más y aparece ‘Autoretrato con pelo cortado’, pinceladas de tonos grises que dibujaron una Frida vestida de hombre, después de que la artista se cortara su espesa cabellera cegada por una de sus largas depresiones. Varios pasos al frente y está ‘Mi nana y yo’, que la artista consideraba uno de sus cuadros más fuertes y que le ayudaba a recordar a la india que la amamantó. Todos esos cuadros, en medio de esta casa colorida y espléndida, parecen convidados de pesadilla. Son testigos silenciosos del dolor físico y espiritual, de la pasión y las derrotas de Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, una artista que moldeó su obra con la arcilla de sus propios padecimientos.Cerca de ellos, otros objetos también dan pistas de esa agonía: los 17 corsés que usó durante sus últimos años de vida, el espejo en el techo de la ‘recámara de día’ que le sirvió para retratarse a sí misma, tras el accidente de juventud; la silla de ruedas al pie de un caballete, sus muletas, la pierna ortopédica que es testimonio de ese último año tormentoso que afrontó luego de que una gangrena no le dejara más opción a los médicos que amputarle una pierna…Carmen Rodríguez, una historiadora que ha seguido con devoción la historia de la artista, advierte sobre otros cuadros en los que Frida se retrató junto al amor de su vida, el muralista Diego Rivera, con quien ella se casaría dos veces.“Si te fijas bien, ese ambiente de dolor que aparecen en tantos cuadros —reflexiona Carmen— de repente se ve matizado por el amor, ese amor fuerte y visceral que ella sentía por Rivera, a pesar de que le causara tantas lágrimas y desencuentros. Fue él quien determinó su carácter político de izquierda y de lucha social y quien la introdujo en el arte como expresión de la cultura nacional”.Sería Diego quien la vería morir la madrugada del 13 de julio de 1954. Y el que decidió que sus cenizas, tal como ahora, permanezcan en esta misma casa azul en una vasija de barro. Isabel cree que quizás sea eso lo que les permite a los visitantes sentir que aún Frida Kahlo camina entre sus cuartos, jardines y pasillos. Y es verdad: en esta casa no solo está nítido el azul, también lo están los recuerdos.

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