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Petronio Álvarez, el trovador que el Puerto no olvidó

A punto de celebrarse el centenario de su natalicio, el Pacífico recuerda a Petronio Álvarez Quintero, el hombre que le regaló a Buenaventura su himno e inspiró la más grande fiesta cultural del Litoral. Una vida a ritmo de tango y currulao.

10 de agosto de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

A punto de celebrarse el centenario de su natalicio, el Pacífico recuerda a Petronio Álvarez Quintero, el hombre que le regaló a Buenaventura su himno e inspiró la más grande fiesta cultural del Litoral. Una vida a ritmo de tango y currulao.

La última canción que compuso se la dictó despacio a su hijo Edilberto. Corría el jueves 8 de diciembre de 1966, Petronio Álvarez tenía 54 años recién cumplidos y, sin fuerzas en el cuerpo, se sintió vencido ante la intransigencia de la muerte: llevaba meses luchando contra un cáncer en los huesos y presentía que el final estaba cerca. Así, en el lecho de enfermo de su casa de Salomia —ese barrio de clase trabajadora que ayudó a fundar al nororiente de Cali junto a su esposa, la nariñense Veneranda Arboleda— uno a uno fueron saliendo los versos: “Aquí les dejo, alegres porteños, esta canción de mi loco afán. Buenaventura de mis ensueños, que con el tiempo recordarán, que fue el criollo que una noche, en que su alma se estremeció, bajo la luna con luz de plata, sus claros rayos me ofreció. Buenaventura de mi loco afán, que con el tiempo de mí no se acordará”.La que ayuda a hacer memoria es Ana Cristina, una de sus hijas menores, que hoy vive en el segundo piso de esa casa grande que ha sido decorada con recuerdos y con música. Ella era aún muy niña cuando el maestro Petronio murió, el 10 de diciembre, solo dos días después de haber entregado su ‘Despedida’, como pidió que bautizaran aquel currulao de notas tristes.No hace mucho, Ana Cristina lo cantó de nuevo. Durante décadas, dice, la canción había hecho parte de la banda sonora de la familia Álvarez, en Cali y en Buenaventura: a veces un tío sacaba su guitarra y la hacía sonar después de un almuerzo concurrido. A veces una hija cantadora se las enseñaba a los sobrinos. Otras veces solía pasar que un nieto despistado fuera quien comenzara a golpear una marimba de chonta tarareando la melodía. El último en hacerlo fue Esteban Copete, hijo de Cristina, que a sus 27 años decidió que era tiempo de homenajear a ese abuelo célebre que la muerte le impidió conocer y que incluyó esa canción en el álbum que lanzó junto a su Kinteto Pacífico en marzo pasado: ‘Goza con mi bambasongo’. Lo hizo ayudado apenas por un cajón peruano, unas congas y un saxofón alto, a ritmo de landó, un aire musical afroperuano hermanado en la distancia con el currulao que tantas veces cantó su abuelo. Al fondo, la voz de la madre, dulce, profunda, sentimental, nostálgica. ¡Ay, si Petronio viviera!Madre e hijo acabaron rindiéndose a las lágrimas. “Fue un momento muy duro” —reconoce Esteban, que ha musicalizado buena parte de la obra inédita de Petronio—. “Varias veces tuvimos que interrumpir la grabación porque no nos sentíamos capaces de seguir. Era como si mi abuelo nos escuchara, como si él hubiera querido escuchar de nuevo esa canción con la que quiso despedirse para siempre de su gente, de Buenaventura. Es que él la escribió estando tan enfermo porque temía que lo olvidaran”.“El ‘griot’ del Puerto”.Muchísimos años atrás, en los albores de los años 30, allá en El Puerto, el negro Petronio solía abordar todos los días La Palmera, esa locomotora de vapor perteneciente a la compañía Ferrocarriles Nacionales con la que se ganaba la vida como maquinista. La misma que ahora, enlucida y brillante —como si se sintiera orgullosa de su dueño ilustre— se alza en las afueras del Centro Comercial Chipichape.Junto a la caja de herramientas, el negro Petronio descargaba su guitarra. Y cuentan que mientras atravesaba la cordillera y se hundía en lo profundo del cañón del Dagua, el hombre iba desaguando el corazón de tantas y tantas canciones que no alcazaba a entonar mientras estaba en tierra en alguna parranda.Ya para entonces lo llamaban ‘Cuco’, por la sagacidad con la que ‘piloteaba’ su locomotora. Así también llamaron a su padre, José Joaquín Álvarez Micolta, un caucano que había atracado en Buenaventura a finales del Siglo XIX, atraído por el rumor de conseguir fácilmente un empleo en la construcción del primer tramo de lo que sería el Ferrocarril del Pacífico, donde a la postre también se ubicó como maquinista.Sería José Joaquín quien le enseñaría al hijo a sacar los primeros acordes de una guitarra. Lo hizo a tiempo, siendo él muy niño. Quizá como presintiendo que la muerte se lo llevaría pronto. Era 1926 cuando Petronio, con solo 12 años, tuvo que obligarse a asumir la responsabilidad de ayudar a Juana Francisca Quintero Asprilla, su madre —la viuda— en los gastos de la casa.La mujer solía preparar exquisitos envueltos y empanadas de cambray, que el muchacho salía a vender, feliz, por las calles del Puerto. Lo hacía a su manera: siempre cantando, siempre improvisando versos... “Empanadas de cambray, para las viejas aquí hay. / El que no me las compra, déjelas ahí. No me las toque con sus manos sucias, cochinas”...Así, improvisando, fue que en 1931 y con 17 años —tal como recuerda su hija y biógrafa Juana Francisca— dejó salir, en un corredor de su casa en la isla de Cascajal, donde nació en octubre de 1914, esas estrofas que acabarían convertidas en el himno eterno de los porteños: “Bello puerto del mar, mi Buenaventura, donde se aspira siempre la brisa pura, eres puerto precioso, circundado por el mar, tus mañanas son tan bellas y claras como el cristal”...Hoy, ese tema, ‘Mi Buenaventura’, cuenta con 65 versiones que le han dado la vuelta al mundo. El primero en grabarla fue Tito Cortés, quien siendo bachiller, en el año de 1952, le pidió a Petronio que le permitiera interpretar su canción. Petronio dijo sí y Cortés la grabó bajo el sello Fuentes.Luego sonaría en la voz de en la voz de Marquitos Micolta con ‘Peregoyo y su Combo Bacaná’, en los años 60, la versión más difundida en toda Colombia que con los años se transformaría en pan del cielo de las rumbas populares.Heraclio Parra, amigo del maquinista trovador, quien vive en Cali y editó el año pasado un libro biográfico con la historia de Petronio, recuerda que una vez compuso la letra fue hasta la cocina de la casa y se la enseñó a la negra Juana Francisca. Esta la escuchó, pero no soltó un halago sino un reproche sonoro.—¿Quién le va a escuchar esas canciones a usted? Aquí nadie sabe de eso, porque solo son cantos pa’ negros...—Bueno, mamá —respondió Petronio— entonces se las canto a los negros, porque ellos sí me entienden.Y lo hizo. A manera de bambucos, merengues, huapangos, sones, abozaos, jugas y sobretodo currulaos. Muchos de ellos, según su hija, aún inéditos. En sus canciones, asegura la artista Leonor González Mina —quien lo escuchó cantar algunas veces en Cali y Buenaventura— Petronio Álvarez celebra la vida del Litoral, de sus gentes, de sus costumbres, de su diversidad. En ‘Teresa’ le canta al espíritu machista del negro porteño; en ‘Piñal’ a las peleas por celos e infidelidad; en ‘Chopero’ al contrabando en el muelle; en ‘Roberto Cuero’ a las costumbres funerarias de la región y a lo que los porteños llaman las rumbas ‘tumba casas’: “Roberto volvió a su casa, causando mucho terror, / se veía a su familia corriendo en el corredor. Lloró, lloró, lloró, lloraron a Roberto, porque toda la familia a él lo creía muerto”. En ‘Coja a la pareja’ y ‘Mi porteñito’ celebra ese aire parrandero de los pueblos afro del país; en ‘Bochinche en el cielo’, el carácter festivo del Pacífico, en donde la religiosidad dialoga con la música; en ‘Felisa’ al sentimiento de nostalgia por la mujer amada; y en ‘La muy indigna’ la vida amorosa del hombre negro que, como él, tenía mujeres por fuera de su matrimonio.“Yo tenía unos amores con una china, con una china, que estaba queriendo a cuatro, la muy indigna, la muy indigna”...Es que, según su hija Juana Francisca, Petronio con su música fue una suerte de notario de todo lo que ocurría en el Puerto, de su cotidianidad. Desde “los aconteceres rutinarios de los bomberos hasta sucesos extraordinario como la llegada a Buenaventura de Carlos Gardel después de su muerte en Medellín. Cuando se estudia la obra de Petronio, uno encuentra en ella la historia de Buenaventura; él supo describir sus costumbres, la forma de actuar de su pueblo. No hay duda, es el ‘griot’ del puerto”.Su amor por la música, cuenta Juana, se debe —seguro— a que “Petronio nació en una familia donde se cultivaban expresiones artísticas y culturales; donde las veladas, las serenatas, las discusiones sobre la Segunda Guerra Mundial en su casa eran cotidianas. En su casa se hacían tertulias dirigidas por su hermana mayor, Maita; su madre, que era poeta, y su padre, que además de maquinista era guitarrista. Además, fue determinante Rafael Quintero, quien era pretendiente de su hermana Josefa y es quien le enseña que para aprender a tocar guitarra solo era necesario guiarse por las cuerdas; solo de esa manera, le decía, encontraría las notas”.Cuatro años más tarde, en 1934, Petronio conformaría su propio grupo, que también llevaría el nombre de Buenaventura. Lo curioso, sin embargo, tal como explica el antropólogo e historiador Germán Patiño —fundador del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez— es que no se trataba de un artista consagrado al folclor del Litoral, sino de un hombre que coqueteaba lo mismo con el currulao que con el tango y la milonga, géneros que descendían prensados en vinilos en los barcos que llegaban a Buenaventura. “Petronio —sostiene Patiño— no fue un folclorista. De hecho, no fue un compositor prolífico en canciones del Pacífico, sino que absorbió músicas del mundo como el tango y las de influencia antillana. Su instrumento no era la marimba ni el clarinete, sino la guitarra. Eso sí, era un músico repentista, capaz de improvisar melodías casi en cualquier sitio”.Esa música solía sorprenderlo al alba, bohemio y vagabundo, con su guitarra terciada en la espalda, rumbo a su trabajo de maquinista, después de amenizar las fiestas de vecinos y de amigos. Fue la música también que le valió que un día lo llamaran el ‘Gardel del Puerto’. El apelativo, según su hija Juana, se lo pusieron en la radio. En la emisora que Ferrocarriles del Pacífico había fundado en 1929 y por la que pasaron voces como las de Alberto Banguero Maldonado, José Andrés Viafará —que aún vive y tiene más de 90 años— y Hoover Ordóñez Asprilla.Porque el maquinista trovador del ferrocarril también compuso tangos, inspirado en la admiración que le despertaba la voz potente del ‘El zorzal criollo’. De ese repertorio hace parte ‘El suicida’, ‘Recordación’, ‘El cortito’, ‘Con mi guitarra’, ‘Canto de arrabal’ y ‘El pecho me está doliendo’.Todas esas canciones las había escuchado una y otra vez la negra Juana Francisca, mucho antes de casarse con Petronio, en 1953, en la iglesia San Nicolás de Cali y de darle sus diez hijos: Gerardo, Gladys, Leyda, Nelly, Iván, Cristina, Alí, Juana Francisca, Nancy y Edilberto.Fue aquí, en Cali, a donde se trasladó el músico con su familia una vez se jubiló de Ferrocarriles del Pacífico. Para entonces, el nororiente era un amplio sector sobre el que habían asentado sus esperanzas muchos inmigrantes que, como ellos, buscaban echar raíces en la gran ciudad.Y fue acá donde su obra comenzó a tener cierta notoriedad porque, aunque Petronio Álvarez no fuera consciente, con su música estaba transformando la sonoridad del Litoral. Lo cree así la antropóloga Nancy Mota: “Álvarez recogió las expresiones vernáculas del Pacífico rural y las entronizó en la partitura agregándoles el elemento urbano, tal como había sucedido con fenómenos musicales en Cuba y Puerto Rico”.Ese legado fue el que llevó a Germán Patiño y a sus cómplices en el sueño de fundar un espacio que celebrara las músicas tradicionales del Pacífico a bautizar un festival con el nombre de Petronio. Sucedió en 1997. Para entonces, aires como el currulao eran ignorados por la inmensa mayoría de los vallecaucanos, que desconocían cómo sonaban los aires de la selva recóndita. Que nunca habían escuchado hablar de un cununo, de un bombo, de un guasá. Entonces, tal como pasaba en los buenos tiempos del Petronio maquinista, el festival que se inicia mañana es la invitación a un gran currulao, como se le dice en el Pacífico a esa fiesta en la que no solo hay música, sino también comida y poesía tradicional oral. Petronio Álvarez no tuvo porqué haberlo sospechado en su lecho de muerte, allá en su casa de Salomia. Él compuso ‘Despedida’ temiendo que un día ese Puerto al que tanto le cantó lo olvidara para siempre. Pero se equivocó: desde mañana, cerca de 200 mil personas levantarán sus pañuelos para celebrarlo a él, para celebrar la música que cantaba mientras atravesaba la cordillera y se metía, a bordo de una locomotora, en lo profundo del cañón del Dagua. ¡Ay, si Petronio Álvarez viviera!

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