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Marías, el provocador

Después de su celebrada novela ‘Los enamoramientos’, el escritor Javier Marías regresa con ‘Así empieza lo malo’, relato donde nos asoma de nuevo a lo mejor de su literatura: sus personajes, sus reflexiones y sus historias nada complacientes.

19 de octubre de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

Después de su celebrada novela ‘Los enamoramientos’, el escritor Javier Marías regresa con ‘Así empieza lo malo’, relato donde nos asoma de nuevo a lo mejor de su literatura: sus personajes, sus reflexiones y sus historias nada complacientes.

Es un tipo difícil, Javier Marías. Un provocador. En 1995, después de haber publicado sus primeras obras con Anagrama, —no sobra decir, una de las editoriales de más respeto en lengua castellana— Javier Marías hizo público su enfrentamiento con Jorge Herralde, editor y fundador de ese sello, tras considerar que los editores que trabajaban para él eran unos “ignorantes mercachifles”.Algo parecido había sucedido, un año atrás, con Elcín y Gracia Querejeta, que llevaron al cine ‘Todas las almas’, novela que llegó a la gran pantalla como ‘El último viaje de Robert Rylands’. Marías entró en cólera y consideró que aquella propuesta “desfiguraba por completo” su libro “hasta hacerlo irreconocible”. Movido por estas razones, exigió que se suprimiera toda mención a su nombre y a su relato en los créditos de la película. El asunto pareció tener punto final solo hasta 2006, luego de un largo proceso judicial que tomó casi una década, cuando el Tribunal Supremo de España le dio la razón al escritor madrileño, considerado hoy en día uno de los mejores novelistas contemporáneos e incluso candidato al Nobel de Literatura. También supimos de Marías cuando acusó de plagio a su colega Juan Manuel de Prada y cuando se peleó nada menos que con la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que no le perdonó la publicación en El País, en 2007, de su artículo ‘Un país demasiado anómalo’, en el que calificó a los miembros de esta agrupación de “antipáticos, irrazonables, verbalmente agresivos y temibles”.En 2012 su nombre volvió a escribirse enseguida de la palabra polémica. Galardonado en octubre de ese año con el Premio Nacional de Narrativa, por parte del Ministerio de Cultura de su país, gracias a su novela ‘Los enamoramientos’, el autor se negó a aceptarlo. En un gris y corto comunicado se limitó a agradecer “la gentileza del jurado” y agregó que esperaba que su postura no fuera tomada “como un feo”. Pero sí. El rechazo cayó mal entre quienes se lo otorgaron. Y en una parte de la prensa española que calificó su actuación de desaire y pedantería. No así entre sus lectores de los 18 idiomas a los que ha sido traducido en medio siglo de letras, que le perdonan todo al Javier Marías que conocen de sobra polemista y de espíritu pendenciero. Importan más otras cosas: sus libros, escritos aún en máquina y no en computador, dotados de historias “que traspasan la ficción para parecer verdaderas, tangibles. Una ficción que parece tan vívida y tan real que te dan ganas de acudir en auxilio de los protagonistas para proponerles salidas a los embrollos en los que están metidos”, asegura Juan Cruz, reconocido periodista y escritor español, quien ha seguido con sigilo la carrera de Marías desde sus inicios cuando apareció su primera novela ‘Los dominios del lobo’. Importa más el Javier Marías que cada domingo sufre por la suerte del Real Madrid; importa más el tipo hosco que enhorabuena no se hizo jugador de fútbol sino escritor y que, en un país donde la monarquía despierta más malquerencias que simpatía, sigue siendo el querido soberano, sin súbditos, del Reino de Redonda, una nación ficticia creada alrededor de una isla deshabitada en las Antillas del Caribe y del que él ostenta el título en términos literarios, desde hace una década. El propio Marías lo sabe. Y por eso aún, en diálogo con GACETA, justifica haber rechazado el Premio Nacional de Narrativa dos años atrás: “Solo estoy siendo coherente con lo que siempre he dicho, que nunca recibiría un premio institucional. De haber estado el Psoe en el poder, habría actuado de la misma forma. Hace poco me preguntaron si haría lo mismo si me otorgaran el Cervantes, que se falla en el mes de noviembre. He sido claro en que no aceptaría ningún galardón, ni invitación alguna del Gobierno. ¿Quién paga el Cervantes? Pues ya tienen su respuesta”. Capítulo aparte son las diferencias irreconciliables que ha sostenido —casi desde sus inicios como escritor, cuando contaba 19 años— con los críticos literarios europeos. En más de una oportunidad ha subido el volumen de su voz para sentenciar “que la crítica está en estado crítico” al referirse, sobre todo, a quienes ejercen esta labor desde el periodismo y la academia, pues —está seguro— asumen la literatura como “una mentira y no como lo que es, una invención”. Y cuando expone esa inconformidad, no se ahorra ni una línea. “El crítico es una persona llena de escrúpulos y objeto de una auténtica maldición: su trabajo consiste en hacer aquello que justamente en ningún caso puede hacer con entera libertad y sinceridad: dar su opinión”.Es el mismo Javier Marías que incluso en su propia literatura nos muestra su lado más antipático, sus verdades más imprudentes. Porque en ‘Los enamoramientos’, una de sus novelas más celebradas —considerada la mejor en 2011 por el suplemento Babelia de El País de España y uno de los mejores libros de ese año por The New York Times— nos invita a dudar sobre el enamoramiento, ese estado del ser humano que siempre hemos calificado de idílico, que se nos antoja inspirador y redentor. La justificación de todas las causas.Fiel a su personalidad poco complaciente, casi de aguafiestas, Marías se permite dudarlo. Refutarlo, mejor: el enamoramiento, nos dice casi como si quisiera que abriéramos los ojos, no es más “que la causa de los mayores desmanes y ruindades”.Algo parecido sucede en la novela que publicó en septiembre pasado, ‘Así empieza lo malo’ (Alfaguara), la número catorce de su extensa bibliografía. En sus páginas, que abrevaron buena parte de su historia de las experiencias de su juventud en la España ‘pos franquista’ —“un país sucio”, como lo llama uno de sus personajes—, en la Movida Madrileña, en la Transición, Javier Marías parece querer desmitificar también ese rol de la juventud como virtud.“Cuando llegas a los 65 años, incluso antes, —dice— uno deja de engañarse pensando que la juventud es un periodo dorado. Quizás lo sea en algunos aspectos, pero en otros es bastante rufianesco. Uno vive demasiado ocupado en su propia vida, en construirla, en sufrir por penas de amores. Es una edad en la que se tienen el alma y la conciencia aplazadas. Es un egoísmo inevitable. Y es al dejar de sentir ese egoísmo cuando irremediablemente has entrado en la madurez”.‘Así empieza lo malo’ (cuyo título lo tomó prestado de Shakespeare, como en otras obras suyas) no es, sin embargo, una novela autobiográfica. Es, mejor, una oportunidad que se permitió su autor para reflexionar sobre varios temas pendientes; el deseo, por ejemplo. En la novela hay párrafos enteros sobre el deseo, que para Marías es uno de “los motores mayores que llevan a obrar a la gente, a veces bien y otras de manera indecente, muy vil y muy baja. La explicación de muchas de las cosas que nos ocurren como sociedad”.Es, en términos estrictamente literarios, la historia de un matrimonio (institución en la que el autor dice no creer, nunca se casó), el de Eduardo Muriel y Beatriz Noguera, visto a través de los ojos de Juan de Vere, que acaba de finalizar sus estudios y encuentra su primer empleo como secretario personal de Eduardo, que en el pasado fue un exitoso director de cine y que se enfrenta al reto de lograrlo de nuevo en el Madrid de 1980. En el Madrid sin dictadura. Sin Franco. En una sociedad que, tácitamente, tomó la decisión de no juzgar los crímenes de la dictadura para disfrutar de la anhelada democracia. La trama no es más que una excusa que solo es posible desde la ficción: los secretos de un matrimonio venido a menos para reflexionar sobre la oportunidad de la memoria histórica, justamente en un país que no termina de sanar su pasado. El centro de esta novela es, pues, la verdad y sus trampas, los secretos y sus desvelos: saberlos y descubrirlos, saberlos y callarlos. Es que, dice Marías, “tras una dictadura, no se puede llevar a medio país al banquillo o a un juicio; la amnistía general quizá fue lo más sensato que pudimos tolerar los españoles. No había otra solución. Por eso no estoy de acuerdo con quienes aseguran que la Transición fue una bajada de pantalones. Llevamos ya cerca de cuarenta años con libertad y con un país equiparable a cualquier otro europeo”.Por eso, la arbitrariedad del perdón es otra de las reflexiones que plantea Marías en estas páginas que, si bien no son una novela sobre la posguerra y la Transición, el autor admite que hacen parte de “una lectura política sobre el franquismo”. Muchos podrán o no estar de acuerdo. A Javier Marías no le importa. Más que un escritor, su vocación es la de un provocador.

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