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Jaime Correas: el hombre que no aprendió a olvidar

Se llama Jaime Correas. Es argentino, es periodista y es escritor. Y, por encima de todas esas cosas, el hombre que le dio la razón a Héctor Abad Faciolince: el poema que portaba su padre el día que lo asesinaron sí era de Borges. ¿Cómo lo supo? ¿Cómo logró dar con la verdad? Este, un diálogo para salir de dudas.

7 de marzo de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros I Periodista de Gaceta

Se llama Jaime Correas. Es argentino, es periodista y es escritor. Y, por encima de todas esas cosas, el hombre que le dio la razón a Héctor Abad Faciolince: el poema que portaba su padre el día que lo asesinaron sí era de Borges. ¿Cómo lo supo? ¿Cómo logró dar con la verdad? Este, un diálogo para salir de dudas.

Esta historia, ya lo verán, parece escrita en clave 'borgeana' y se antoja como un juego en el que se mueven varias de las obsesiones del autor de ‘El Aleph’: el plagio, el olvido, la muerte, la memoria.Esta historia se llama ‘Los falsificadores de Borges’. Su autor, un periodista de Mendoza, Argentina, piensa en eso y se acuerda de que él también tiene una sospecha fundada: lo que terminó relatando en esta novela de 298 páginas parece un asunto urdido por el mismísimo poeta ciego. “No sé si voluntaria o involuntariamente”. Esa es aún la duda. Si Jorge Luis Borges lo hizo, en realidad, fue hace más de 20 años. Sucedió en septiembre de 1985, poco antes de marchar a Suiza y morir. En su viejo apartamento de la calle Maipú, de Buenos Aires, recibió al poeta francés Jean-Dominique Rey, quien deseaba entrevistarlo, y al fotógrafo Guillermo Roux, quien congeló para la historia uno de los últimos retratos artísticos del poeta en la Argentina. Durante el encuentro, Borges le entregaría a la mujer del fotógrafo, Franca Beer, cinco poemas inéditos. Y ésta, claro, los compartió con Jean-Dominique para que los incluyera en su nota periodística.Los poemas fueron a parar, tiempo después, a las manos de un entusiasta estudiante de literatura de la Universidad Nacional de Cuyo: Jaime Correas. Y el muchacho, que junto a otros compañeros acariciaba el sueño de una editorial, Ediciones Anónimos, los editó en un librito esmerado que hizo viajar por el continente y llegar a manos de autores célebres como Octavio Paz y José Emilio Pacheco.Los cinco poemas, tras aparecer en La Jornada de México y otros diarios, llegaron hasta Colombia. Hasta la revista Semana, en una edición de mayo de 1987. Fue en esas páginas donde los leyó Héctor Abad Gómez —padre del escritor antioqueño Héctor Abad Faciolince—, poco tiempo antes de caer asesinado, en Medellín, a manos de los paramilitares de Carlos Castaño. Lo que siguió luego nos lo contó el propio Abad Faciolince en un libro del que cuesta salir ileso, ‘El olvido que seremos’. Uno de los poemas que el médico leyera en la revista, lo depositó en el bolsillo de la camisa que llevaba justo el día de su muerte. El hijo rescató los versos de la prenda ensangrentada, los leyó, los vio firmados por las iniciales J.L.B y no tuvo motivos para dudar que le pertenecían al autor de ‘Ficciones’. Convencido de su verdad, fue de ese poema de donde extrajo el bello verso que le serviría de título a su libro. Y convencido seguía hasta que el poeta bugueño Harold Alvarado Tenorio refutó públicamente su versión y cuestionó la autenticidad del soneto, justo cuando ‘El olvido que seremos’ era un éxito editorial. Entonces vino la confusión. Y la búsqueda de una verdad. Y en esa búsqueda desesperada el hallazgo de un periodista, que a miles de kilómetros de distancia, en Mendoza, había comenzado, sin saberlo, a hacer parte de esta historia tan borgeana desde hacía dos décadas. Y es ahora él, Jaime Correas, quien habla. De este libro, de las trampas de la memoria, de investigar, de escribir. Está de visita en Colombia.Jaime, ¿por qué encarar esta historia desde el género de la novela?El género me eligió a mí, yo no lo busqué. Un poco se me impuso. La novela me permite indagar en varios huecos oscuros que quedaban de esta historia e iluminarlos. Y a pesar de que todo lo que se cuenta es real, creí que el género novela me permitía bucear hasta donde yo realmente quería. Pero el género lo despista a uno como lector. Este libro fácilmente podría ubicarse en la sección ‘No ficción’ de cualquier librería...Lo que pasa es que si vos no sabés que la historia es real, la podés leer como una novela. Lo que me inquieta es cómo se va a leer esta historia en el futuro, cuando esté menos cercana de los hechos que narra. Fue un poco la apuesta, habrá que ver si a los lectores les gusta. Este libro narra una escena poderosa: una llamada que usted recibe de Héctor Abad Faciolince, desde Berlín, deseoso de saber si el verso que él halló en la camisa de su padre asesinado era en realidad de Borges. ¿Cómo recuerda ese primer acercamiento con el autor de 'El olvido que seremos'? Yo, la verdad, nunca había escuchado hablar de Héctor Abad Faciolince. Ni conocía su historia familiar, ni el asesinato de su padre. Y lo que sentí aquella vez, al otro lado de la línea, fue a un hombre desesperado. Yo llevaba 13 años trabajando en el Diario Uno y en todo ese tiempo me había acostumbrado a llamadas de gente así, en general lunáticos, que preguntaban todo tipo de cosas. Gente que te echaba historias rarísimas. Pero, rápidamente intuí que Héctor era un tipo serio que solo necesitaba encontrar una respuesta sobre unos versos de Borges, algo en lo que claramente podía ayudarle. Mi reacción natural fue ponerme de su lado y comenzar a buscar información. Recuerdo esa llamada como un momento mágico y los días posteriores como los más emocionantes de mi vida: cada día compartíamos con Héctor una pista nueva, un hallazgo revelador. Fue un rompecabezas que se fue armando de modo vertiginoso. Hoy solo le guardo gratitud por permitirme participar de su historia. Lo curioso es justamente eso: que mientras usted investigaba, él por su cuenta también buscaba pistas para un libro que publicaría al poco tiempo: ‘Traiciones de la memoria’...Es que, de alguna manera, lo que teníamos que reconstruir era distinto. Él debía constatar las claves que yo le daba y yo hacía lo propio con las que él me daba a mí. Cuando yo le conté cómo me llegaron los poemas, él se tomó el trabajo de ir hasta Buenos Aires a conocer a quienes habían recibido los poemas por parte de Borges y fuimos juntos hasta la casa de uno de ellos en Mendoza. Nuestras investigaciones se produjeron en espejo, una relacionada con la otra, pero cada una tenía sus propias claves. Yo sabía cómo había encontrado esos cinco poemas de Borges, pero no todo lo que había pasado en Colombia con uno de ellos. Y Héctor, a su vez, sabía lo que había sucedido en su país, pero debía reconstruir qué había sucedido desde que ese verso salió de Mendoza hasta llegar al bolsillo de la camisa de su padre.¿Ya desde ese momento sabían que lo que investigaba cada uno se convertiría en dos libros?Desde un momento muy primero de la investigación nosotros nos dimos cuenta que el libro se estaba contando solo. Ambos somos escritores y periodistas, dijimos. Y por eso comenzamos haciendo un texto común hasta que vimos que era mejor que cada uno siguiera por su lado. Héctor Abad se enfocaría por el lado de la crónica en ‘Traiciones de la memoria’ y yo en la ficción con ‘Los falsificadores de Borges’. Resultaba difícil compartir un texto común. Incluso, en algún momento pensamos en que esos dos libros se editaran en un solo volumen. Pero el de Héctor se publicó en Colombia en 2011, pocos meses antes del mío, y después salió en Argentina junto a mi novela. Pero sí, desde un primer momento tuvimos la gran necesidad de contar esta historia. Y, si te fijás, ningún libro entorpece al otro.*****Héctor Abad Faciolince también lo cree así. Desde Medellín, donde presentó junto a Correas la novela ‘Los falsificadores de Borges’, habla de cómo llegó hasta el escritor mendocino en su búsqueda por poner las cosas en orden: “Yo llevaba varios meses buscando el origen del poema. Publiqué una columna pidiendo ayuda a quien supiera algún dato. A la librería Palinuro de Medellín llegó una señora, Tita Botero, con un recorte de Semana. Ella les dijo a mis socios que creía saber de dónde podía haber tomado mi padre el poema, y acertó completamente. En ese recorte estaba el poema y se leía que lo habían publicado unos estudiantes de Mendoza”. Con esa primera pista, cuenta Abad, le escribió a Harold Alvarado Tenorio. Y él, según el escritor paisa, le contestó: “Para que no le des más vueltas, quien me hizo conocer las primeras versiones de esos sonetos fue quien los inventó, Jaime Correas”. Y le dijo más: que en el 87, Correas era un estudiante de 25 años, en Mendoza. “Con estos datos, Bea Pina me encontró su teléfono y yo lo llamé. Jaime, sin embargo, hasta ese momento, no había visto nunca a Alvarado”. Jaime, como toda novela, esta historia tiene un villano: Harold Alvarado Tenorio. ¿Cómo fue el encuentro con él en Buenos Aires, mientras hacía su investigación para este libro?Fue un encuentro cordial. Cuando nos vimos me regaló varios de sus libros y ejemplares de su revista Arquitrave. Pero ambos sabíamos que quien conocía si los poemas en cuestión eran de Borges era yo. Entiendo que leyó ‘Los falsificadores de Borges’ y que le gustó. Suena absurdo: ¿le gustó a pesar de que queda como un mentiroso? Es curioso. Lo que yo con el tiempo he venido a descubrir es que él tiene una doble personalidad. Tiene una relación cariñosa, pero de repente se enoja muchísimo e imagina grandes conspiraciones, pero todo eso no está sino en su cabeza. Él, desgraciadamente, a veces hace mucho daño con esas situaciones que inventa y dice. Según me han contado, también se ha metido con personajes de la cultura colombiana y se ha metido en líos. ¿Cómo entender que Alvarado Tenorio afirme, tiempo después, que los poemas en cuestión son de él, de su propia autoría?Solamente él sabe porqué lo hizo. Él inventa un encuentro con Borges en Nueva York, donde aparentemente le entrega los poemas en cuestión, pero en realidad él los conoció fue a través de la publicación que yo hice en Mendoza. Eso es indudable. Hay un hecho trascendental: las versiones de esos poemas que él publica como suyos tienen fallas de métrica. En cambio, las que yo había publicado en Mendoza eran endecasílabos de gran belleza, perfectos en su métrica. Harold lo que hace es perjudicarlos, afearlos y termina metido en un juego, quizá de una gran creatividad literaria, pero no eran más que pruebas irrefutables de que los sonetos que publiqué con mis compañeros eran auténticos de Borges. Es que cuando han intentado imitar a Borges han hecho unas cosas horribles. Él debía saber, en el fondo, que yo conocía a las personas a las cuales en realidad Borges les entregó los poemas, uno de los cuales terminaría inspirando el título de ‘El olvido que seremos’. Héctor, pues, lo que hace es comprobar con mi investigación que la versión de Harold Alvarado Tenorio es inventada.En algún momento, usted se refiere a él como una especie de personaje de película. De hecho, en su novela le dedica casi que un capítulo completo...Creo, en medio de todo, que Harold Alvarado es un excelente poeta y crítico que conoce bien la obra de Borges, pero desgraciadamente tiene esa otra faceta de su personalidad. Yo digo por ahí que es como el ‘Dr. Jekyll & Mr. Hyde’, que cuando se toma la porción mágica se pone furioso y se convierte en una cosa monstruosa que dice barbaridades. Las cosas que, por ejemplo, dice de Héctor Abad me consta que no son ciertas. Mi imagen de él es esa: la de un buen escritor y poeta que tiene esa otra faceta que le hace daño a mucha gente. A veces siento que yo he estado con su ‘Dr. Jekyll’ y otras veces con su ‘Mr. Hyde’.Jaime, terminemos de desenrredar bien la madeja de esta historia: estos cinco poemas de Borges llegan a usted, siendo un estudiante de literatura, y usted decide editarlos en un libro. Estos sonetos salieron en unos libritos artesanales que editamos un grupito de estudiantes de literatura. Nosotros editábamos antologías de poesía anónima, era la única condición para publicar. El sello, de hecho, se llamó ‘Ediciones Anónimos’. Cuando a nosotros nos llegan esos poemas decidimos publicar e incluso le pedimos a Borges un prólogo. Pero fue justo en ese momento que él se fue para Suiza. Era un librito artesanal, con tapas de cartón y fotocopias, pero bien hechecito. Y se lo mandamos a varios poetas: Octavio Paz, José Emilio Pachecho, Roberto Juarroz y ellos, evidentemente, se los hicieron llegar a algunos medios: salió en La Jornada de México y en Diario 23 de Madrid. Asumo que la publicación que vio Héctor Abad Gómez en la revista Semana fue tomado, seguro, de La Jornada y que fue ahí donde lo vio Harold Alvarado también. Cuando Héctor Abad Faciolince lo llama desde Berlín, ya habían pasado 20 años. ¿Cuál había sido la suerte de esos libritos?Era un asunto sepultado. Nosotros lo habíamos publicado y había tenido cierta resonancia, pero luego nos olvidamos de eso. Yo conservaba algunos ejemplares, de modo ordenado, en unas cajas en mi casa. Y todo seguía así hasta que aparece Héctor con esta tremenda historia. Por eso me puse a su disposición para ayudarle a reconstruir lo que él no sabía pero yo sí; no porque alguien me la hubiera contado, yo la había vivido y todos sus protagonistas, salvo Borges, estaban vivos. ¿Cómo no terminar involucrado en esa investigación con Héctor si desde hacía 20 años ya hacía parte, sin quererlo, de esa historia?Lo gracioso es que muchos ahora lo consideran un especialista en Borges...Y eso sí que es ficción. No soy un especialista en Borges; lo único que tenía para contar es que me consta que el poema que portaba Héctor Abad Gómez, el día de su muerte, era de Borges. Solo eso. Como atestiguar que afuera hay árboles y en el cielo hay nubes. Conozco y he leído la historia de Borges desde hace 35 años. Incluso, para la escritura de esta novela volví a leer buena parte de su obra, su narrativa, sus ensayos, sus poemas. Y, sí, lo releo permanentemente; quizá por eso, cuando me enfrenté a esos cinco poemas, no tuve duda de que eran de Jorge Luis Borges.Alguna vez conocí la historia de Álvaro Castaño Castillo, fundador de la emisora HJCK, que contaba que Borges, en una visita a Bogotá, le había dictado un poema de emergencia. Esa, al parecer, era una práctica frecuente en él. ¿Será que hay muchos poemas de Borges agazapados por ahí, esperando a ser descubiertos?No creo. Es cierto, como era ciego, solía dictarles poemas a sus amigos o a la gente que trabajaba para él. Los dictaba y después corregía. En mi novela hay un profesor, Guillermo Quiroga, que conserva un poema que Borges le dictó en un congreso de literatura. Él contó en una crónica cómo vivió ese proceso de recibir el poema y las indicaciones para corregirlo. Decía, con gracia, cómo Borges le preguntaba qué tal le parecían los versos, cuando Borges en realidad hacía lo que le daba la gana y cambiaba lo que quería. Al margen de esas anécdotas, dudo que hayan quedado por ahí muchos inéditos de Borges. Ya hubieran salido a la luz. ¿Qué cree que habría pensado Borges si hubiese conocido la historia que desataron estos versos? ¿Alguna vez se lo ha preguntado?Muchas veces, y estoy convencido de que a Borges le habría encantado todo esto. No creo que se hubiera leído mi novela, pero sí le hubiera gustado que alguien le contara esta historia. Yo me he imaginado que la historia en realidad es creada por él, no sé si voluntaria o involuntariamente. Pero mirá lo que sucedió, lo curioso que era Borges: les entregó cinco poemas inéditos a unas personas que él conocía, pero que tampoco eran sus grandes amigos, en un momento en que era probable que supiera que no iba a vivir mucho tiempo más, pues ya tenía un diagnóstico de cáncer. Seguro estaba pensando en un nuevo libro o en publicarlos en algún diario, algo que hacía con frecuencia. Él se va a Suiza consciente de que probablemente no volvería a Buenos Aires. Así que creo que él entrega casi al azar esos versos pensando: ‘con estos poemas va a pasar algo’. De hecho, mirá: a mi me puso a escribir un libro y nos tiene a los dos hablando de esta historia. ****A Héctor Abad Faciolince se lo pregunto también. ¿Qué habría dicho Borges de toda esta historia tan suya, tan ‘borgeana’?. Él resuelve la duda de una plumada genial: “Sé que le hubiera gustado la historia de un hombre bueno que es asesinado y lleva un poema de un autor desconocido en el bolsillo. Ese soneto, lleva solo unas iniciales: J.L.B. Veinte años después, el hijo del hombre asesinado y el estudiante que publicó por primera vez ese poema, dan con el nombre del verdadero autor, un hombre que quería ser olvidado, pero nunca lo será mientras exista interés por la literatura: Jorge Luis Borges”.

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