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Cuidando las vidas ajenas: crítica a película 'el último paciente'

Está película protagonizada por Tim Rothy y dirigida por el mexicano Michel Franco, da una mirada profunda y certera a las enfermedad terminales, sus cuidados y la muerte. Un duelo sostenido que se construye con ayudas silenciosas.

26 de junio de 2016 Por: Claudia Rojas Arbeláez | Especial para GACETA*

Está película protagonizada por Tim Rothy y dirigida por el mexicano Michel Franco, da una mirada profunda y certera a las enfermedad terminales, sus cuidados y la muerte. Un duelo sostenido que se construye con ayudas silenciosas.

Tres años han pasado desde que el chilango Michel Franco nos sacudió con su largometraje ‘Después de Lucía’.  Aquel drama que retrataba el abuso escolar entre adolescentes en un colegio mexicano y que se convirtió en una obra aclamada por muchos en los festivales, no solo por su temática sino por su vuelo cinematográfico.  

Fue precisamente en Cannes, dentro de la muestra ‘Una cierta mirada’ (en la que ‘Después de Lucía’, obtuvo el máximo galardón)  donde Tim Roth (‘Reservoirdogs’, ‘Selma y la serie televisiva ‘Miénteme’, por mencionar solo unas cuantas de su extensa trayectoria), era jurado en aquel entonces, que puso los ojos en el trabajo y le manifestó su interés en trabajar con él. 

El mexicano ya estaba trabajando en el proyecto que ahora vemos, hizo los cambios pertinentes en el guión y transformó el protagonista en el apropiado para Roth. 

La película en cuestión se llama ‘El último paciente’ (Cuyo título original es ‘Chronic’) y al igual que sus dos producciones anteriores, se sostiene en un gran guion y una propuesta visual orgánica que explora los mundos íntimos no con la mirada del externo sino participante, cercana.  

Esta es la historia de David, un enfermero que trabaja como acompañante de enfermos terminales.  A ellos dedica sus horas, sus charlas y su mente, sin pensar en otra cosa que en su bienestar.   Más que hacerlo por dinero, lo hace porque necesita tomar sus vidas como propias y a golpe de rutinas y gustos transforma su identidad de acuerdo al paciente de turno.   

Así,  a lo largo de la película, este enigmático personaje interpretado por Roth, establece unas relaciones tranquilas y armónicas con sus pacientes, primero con una mujer enferma de Sida, después con un arquitecto que se recupera de un infarto, después casi sin buscarlo se topa con una mujer que  sufre una metástasis y al final con un joven que tiene una parálisis. 

David no llora las ausencias de sus pacientes no solo porque la muerte hace parte de su trabajo, sino porque carga a cuestas un secreto oscuro de su pasado.  Un dolor que no lo abandona y que intenta procesar con su trabajo. La muerte de uno de sus hijos por cuenta de un cáncer que él supo a bien terminar a su manera.  

De ahí sus silencios, su inexistente vida privada, su necesidad de olvido que solo desahoga con el trote. Y ahora en las charlas que sostiene con su hija, a quien ha decidido buscar después de muchos años y que  encuentra convertida en una estudiante de medicina. 

Esta producción mexicana rodada en California transcurre en su gran mayoría entre camas, baños y cocinas, espacios cerrados que conforman el universo de los pacientes terminales, encuentra en los silencios y la cotidianidad un protagonista más.  Ahí radica su fuerza, esa que nos hace permanecer en silencio y atentos, sufriendo por ratos las agonías del enfermo pero también la rutina que este hombre parece no sentir sino disfrutar.  Por eso no puede entender que ahora la familia  de aquel arquitecto  a quien cuida lo esté demandando por acoso sexual.  

Nosotros tampoco nos lo creemos.  Por un lado nos parece mentira que él sea capaz de algo así, pero tampoco podríamos aventurarmos a meter las manos en la candela por él. Después de todo, Franco sabe engañarnos bien.  En su montaje siempre nos engancha con escenas en las que no podríamos ubicar en un punto de partida ni de salida, con situaciones avanzadas, con esperas prolongadas o bien con cámara en hombro.  Todas como parte fundamental de una historia que no podría contarse de otra manera y que le propician a la película esta sensación de naturalidad tan necesaria para esta narración.  

Así sucede desde su primera hasta su última secuencia, porque para Franco es claro, la vida no termina con los créditos finales de esta película, la vida es una eterno retorno y un volver a empezar, con otro nombre en otros escenarios y desempeñando otros roles tal vez. 

En este sentido sorprende el papel de Roth, que se empeñó en darle vida a este personaje, que en una primera escritura estaba pensado en ser una mujer.   Su actuación es, sin duda, un acierto para la producción, no porque le suba el status por su renombre, sino porque sabe fluir con naturalidad ante la circunstancias y hace creíble su rareza de un personaje. 

‘El último paciente’ es una película inquietante, incómoda si se quiere pero muy valiosa.  Una  producción valiente y muy inteligente, una que es capaz de ir más allá de lo evidente y que se atreve a cuestionar lo que muchos tal vez no cuestionan.  Qué fácil resulta para algunos deshacerse del enfermo… y sin duda siempre habrá alguien que haga el trabajo sucio.

@kayarojas

*Docente universidad Autónoma de Occidente

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