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'Cinco Esquinas', la novela póstuma de Vargas Llosa

Tras la publicación de su más reciente novela, se notan demasiados trucos y hay demasiados estilos forzados. Historia de una novela previsible.

27 de marzo de 2016 Por: Hernando Urriago* | Especial para GACETA

Tras la publicación de su más reciente novela, se notan demasiados trucos y hay demasiados estilos forzados. Historia de una novela previsible.

En el mundo de la literatura sorprende que muchas veces los autores sigan ‘escribiendo’ y ‘publicando’ después de muertos. La obra póstuma pareciera emerger del mismísimo féretro del fallecido: Umberto Eco partió el 19 de febrero pasado y ya el 27, una semana después, su conjunto de ensayos ‘Pape Satan Aleppe’,  vendió más de 75.000 ejemplares; José Saramago ha seguido publicando poesía y novelas tras su deceso en 2010; y para no ir tan lejos, el colombiano R. H. Moreno-Durán, desaparecido en 2005, volvió a ser noticia en 2006 con la novela póstuma ‘Desnuda sobre mi cabra’, que muy pocos recuerdan. ¡Ni hablar de Andrés Caicedo!

La obra póstuma bien puede confirmar una intuición que alegra el corazón de los editores: los grandes escritores mueren con la pluma en la mano.

La metáfora explica el hecho de que la obra póstuma, sobre todo cuando se trata de una novela, tenga ciertas señales particulares: relativa brevedad, ausencia de ambiciones, condensación estilística, repetición de caracteres y de temas, cuando no de personajes y de acciones, provenientes de otras novelas del mismo autor, y acaso, lo más importante, un afán por divertir al lector con escenas ligeras, entretenidas y forjadas sin el menor de los riesgos.

La obra póstuma es, en la mayoría de los casos, una suerte de remasterización del autor. Una especie de Frankenstein editorial.

‘Cinco Esquinas’, la más reciente novela de Mario Vargas Llosa (1936), tiene un poco de todo esto. Parece la primera obra póstuma del autor, a pesar de que el último sobreviviente del Boom latinoamericano muestra una vitalidad sin par: mantiene su columna quincenal en El País de España; da clases en la Universidad de Princeton, en Nueva York y viaja entre América Latina y Europa con frecuencia mientras sostiene vigorosamente su noviazgo con Isabel Preysler.

Eso sumado a que en los últimos cuatro años publicó un ensayo y dos novelas (‘El héroe discreto’, de 2013, es bastante superior), todo con el aliento que otorga el mayor de sus afrodisíacos: el Premio Nobel de Literatura de 2010.

Las 314 páginas y veintidós capítulos de ‘Cinco esquinas’  se leen con extraordinaria ligereza, máxime aún si hablamos de una obra de Vargas Llosa, avezado en la construcción de aquellos mundos super-ambiciosos en términos temáticos y estilísticos como ‘Conversación en La Catedral (1966), ‘La guerra del fin del mundo’ (1981) o ‘La fiesta del Chivo’ (2002).  En síntesis, esta novela  narra la historia de cuatro personajes: el prestigioso ingeniero y minero Enrique Cárdenas, el periodista de farándula Rolando Garro y su fiel colaboradora, Juliana Leguizamón, ‘la Retaquita’, y el recitador caído en desgracia Juan Peineta.

El hilo que los une es el impacto en sus vidas del periodismo farandulero, tendencioso y amarillista representado por la revista ‘Destapes’. La novela deja inferir que es el Perú de la fase terminal del gobierno de Alberto Fujimori y de su jefe del Servicio de Inteligencia Vladimiro Montesinos, conocido aquí tenebrosamente como ‘el Doctor’.

Pero hay algo más: también están Marisa y Chabela, dos limeñas pequeño burguesas, trenzadas en un idilio erótico mientras que bajo la cama lésbica resuenan los ecos del terrorismo, la extorsión y el secuestro de Sendero Luminoso y del Movimiento Túpac Amaru en un Perú tan descompuesto que parece estar siempre bajo toque de queda.

Sin embargo, el Vargas Llosa de estas incursiones eróticas no es el mismo de ‘Elogio de la madrastra’ (1987) o el de ‘Los cuadernos de don Rigoberto’ (1997): se trata de un autor que se esfuerza por mostrar vivacidad en la pluma pero que termina amarrado al cliché en torno a los besos, los gemidos e incluso las mismas frases y las mismas fantasías de cualquier relación amorosa entre dos mujeres. Se trata del erotismo póstumo de Vargas Llosa.

Los temas de ‘Cinco Esquinas’ son la extorsión y el chantaje. La novela toma el título de un sector peligroso de Barrios Altos, en Lima, y donde se resuelven los nudos del relato: en Cinco Esquinas encuentran muerto a Rolando Garro, el director de ‘Destapes’, luego de publicar unas fotos del ingeniero Quique Cárdenas en una orgía (conocida como los hechos de Chosica) que pone en peligro su reputación y su matrimonio; allí vive ‘la Retaquita’, mano derecha de Garro, heredera de la línea editorial escandalosa de la revista, pero finalmente el ejemplo de resistencia moral contra la orden del Doctor de poner a ‘Destapes’ al servicio del régimen fujimorista; también en Cinco Esquinas Juan Peineta, a quien en vida Garro desprestigió y vejó desde las páginas de su revista, es involucrado por ‘el Doctor’ como el falso asesino de Rolando Garro, y todo porque éste publicó las fotos del ingeniero Cárdenas sin el consentimiento del gobierno.

El mandato al que la periodista Leguizamón se resiste es escabroso: “Yo te diré a quién hay que investigar, a quién hay que defender y, sobre todo, a quien hay que joder...: joder a quienes quieren joder al Perú”.

Es así como  en esta novela relativamente breve, Vargas Llosa quiso condensar, a través de su característico narrador “deicida” que todo lo ve, los temas y estilos de su narrativa: la huachafería peruana (léase como chambonada o cursilería), el arribismo limeño, la corrupción política, el erotismo transgresor,  la degradación moral y el fracaso personal; ello sumado a la técnica de los vasos comunicantes en el capítulo ‘Un remolino’, donde aparecen de manera simultánea cuatro diálogos en tiempos y espacios distintos.

No obstante, el gran problema es que Vargas Llosa en ‘Cinco Esquinas’ escribe como autor póstumo, saturando la narración de temas y estilos que si bien intenta dar a conocer de manera natural, como forjados por mano maestra, en realidad se muestran impostados y forzados. Pasa aquí con Vargas Llosa lo mismo que con algunos magos al final de su carrera: que se le empiezan a notar demasiado los trucos.

El último capítulo de la novela, que no en vano se llama ‘¿Happy end?’, lo explica todo: en menos de 13 páginas el narrador resuelve todos los conflictos. Así, Quique Cárdenas, su esposa Marisa y la amiga Chabela cumplen con la fantasía erótica del ingeniero de acostarse los tres y después viajan a Miami, el paraíso de estos limeños de bien; Juliana Leguizamón crea su programa “La hora de la Retaquita” y con sus denuncias ayuda a desvelar, ella sola, la podredumbre del gobierno de Fujimori y El Doctor, al punto de que incluso sus hallazgos los manda a la cárcel; en Perú reina una relativa paz con Abimael Guzmán y Víctor Polay (cabecillas de Sendero Luminoso y del MRTA) también tras las rejas; y la política termina redimida porque “a pesar de los ataques feroces que recibía, el nuevo presidente, el cholo [Alejandro] Toledo lo estaba haciendo bastante bien”. En medio de la lectura es difícil esquivar la conclusión: Todo aquí es previsible; ninguna acción sorprende.

Desde luego que en el mundo de las Cinco Esquinas, aunque no se nos cuente, sigue floreciendo el mal, la degradación humana, el lodo moral. Pero a este nuevo narrador de Vargas Llosa sólo le interesa mostrarnos el triunfo del bien y de las buenas maneras de una clase que siempre vivió de espaldas a la realidad peruana.

No padece en carne viva la violencia, que sí es pan diario en Cinco Esquinas; a lo sumo se queja de ataques terroristas de a oídas, a pesar de que sí fue víctima del chantaje y la difamación, dado que, por ejemplo, Quique Cárdenas, implicado en la muerte del periodista Garro, debió ir a la cárcel, donde sufrió vejaciones sexuales. El final de ‘Cinco Esquinas’ es feliz. Es justo dentro del mundo narrativo de la novela, pero injusto dentro del universo novelístico de Mario Vargas Llosa.

Vargas Llosa poco menciona a Colombia en sus novelas. Sus países narrados han sido Perú, Brasil y República Dominicana principalmente. Quizá aluda a Colombia una vez en ‘La fiesta del Chivo’ y otra más en ‘El sueño del celta’ (2010), a propósito de la Amazonía colombo-peruana y de las atrocidades de la Casa Arana. Pero en ‘Cinco Esquinas’ Colombia aparece tres veces: en una para advertir que Perú podría llegar en poco tiempo a la situación de los empresarios colombianos, que han debido emigrar con su industria y sus millones a Panamá y a Miami porque la violencia resulta insostenible; en la segunda para ilustrar las atrocidades del secuestro, donde “te cortan los dedos o las orejas para ablandar a la familia y no sé qué horrores más”, dice Chabela; y en la tercera para revelar la barata mano de obra de los sicarios colombianos, “que se han venido a trabajar al Perú porque allá en Colombia les falta trabajo”, según palabras de Juan Peineta.

Violencia, secuestro y sicariato: ¡Esta es Colombia, Mario! Frente a esa atroz condición, el Perú de ‘Cinco Esquinas’ post-fujimorista despunta como tierra arcádica, cuando su pariente pobre del norte de Suramérica se sume en el infierno. Colombia, entonces, como antítesis al otro lado del espejo donde se mira el Perú.

‘Cinco Esquinas’ es una novela de un escritor que hace mucho rato llegó al cenit de su carrera literaria y cuya vocación narrativa, sustentada contra tirios y troyanos, era hasta hoy infatigable. No se trata de una novela más; es la primera obra póstuma de Mario Vargas Llosa. Y leída en vida del autor, como podría ocurrir en las mejores ficciones literarias.

*Profesor asociado y director del Programa de Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle.

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