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‘Carta a una sombra’, el documental que rescata el legado de Héctor Abad Gómez

Casi una década después de la aparición de ‘El olvido que seremos’, del escritor Héctor Abad Faciolince, su hija, Daniela Abad, lo llevó al cine. El resultado es un conmovedor documental, ‘Carta a una sombra’. Y ambos persiguen lo mismo: impedir que naufraguen el recuerdo y la memoria.

5 de julio de 2015 Por: Lucy Lorena Libreros l Periodista de GACETA

Casi una década después de la aparición de ‘El olvido que seremos’, del escritor Héctor Abad Faciolince, su hija, Daniela Abad, lo llevó al cine. El resultado es un conmovedor documental, ‘Carta a una sombra’. Y ambos persiguen lo mismo: impedir que naufraguen el recuerdo y la memoria.

[inline_video:youtube:ScKuXDU4jBA:0:Vía Youtube.]

El ‘abuelo Aba’ quería que le grabaran una película. Allí, en el rosal que él mismo había cultivado con esmero en su finca Llanogrande, cerca a Medellín. Allí, llevando en brazos a la que llamaba su ‘Novena sinfonía’: Daniela, la novena de sus nietos, la hija de Héctor, su único hijo varón.

Era mediados de 1987 y los días que corrían por entonces no eran gratos. Ese abuelo, Héctor Abad Gómez, había visto caer a varios de sus compañeros y amigos. Algunos maestros, otros abogados, otros médicos, como él. Todos activistas de una lucha silenciosa, pero incómoda, en favor de los derechos humanos, de mejorar los servicios de salud de la gente más pobre de Antioquia; de que esa misma gente bebiera agua potable en sus casas; de no olvidar a los desaparecidos, que ya eran tantos.

Fue por esa razón que comenzaron a llamarlo un hombre de izquierda. Él, que no distinguía a Engels de Hegel, como bien escribiría su hijo. 

Pocos, muy pocos,  no comprendían qué hacía un médico graduado con honores en Estados Unidos preocupado más por la medicina social, y por los casos diarios de difteria y hambruna que acosaban a los niños en los hospitales públicos. No lo entendían tampoco sus propios colegas, ni sectores como la Iglesia que desde la radio y las columnas de la prensa levantaban su dedo índice para señalar a Abad Gómez de comunista.

Un par de meses después, la tarde del 25 de agosto de ese año 87, la misma muerte que se había llevado a sus amigos se encargó de buscarlo y encontrarlo: un sicario le disparó a quemarropa mientras  intentaba entrar a la sala donde justamente velaban a otra de esas víctimas cercanas, el abogado Luis Fernando Vélez, asesinado a las siete de la mañana  de ese mismo día.

El entonces presidente, Virgilio Barco, condenó públicamente el crimen. Y las mismas cámaras de televisión que en años anteriores documentaron la valentía de este humanista, a quien se le ocurrían actos como ‘La marcha del silencio’ para protestar por la ola de asesinatos que sacudía a Medellín,  tuvieron  que registrar esa noticia.  

Una mujer, de la que nunca nadie volvió a tener pistas, fue la encargada de sacarlo, con engaños, de su oficina de profesor universitario para dejarlo en la mira del asesino. Poco  después se supo que la orden fue dada por los  paramilitares. Muchísimos años más tarde, en 2012, Diego Fernando Murillo, alias ‘Don Berna’, le contaría a la justicia que el autor intelectual fue Carlos Castaño. Pero aún el caso no está plenamente esclarecido. Ya para ese momento la muerte de Abad Gómez había sido declarada de lesa humanidad.       

Daniela Abad Lombana tenía un año de nacida cuando su familia tuvo que afrontar ese capítulo doloroso y triste. Era ella esa nieta que el ‘abuelo Aba’ sostenía en brazos mientras caminaba una mañana luminosa en medio de rosas rojas y rosadas. Las imágenes las captó el cineasta Carlos Bernal, amigo de la casa, enterado de la idea tierna del veterano médico que solo quería una ‘película’ con su pequeña nieta. El asunto se logró, pero quedó confinado en un rincón de la memoria más íntima  de los Abad. 

Veintiocho años más tarde una parte de la historia amorosa que se filmó en aquél jardín inspiró el afiche promocional de un documental que Daniela Abad consideraba casi una deuda  con el hombre del que no le quedaron recuerdos nítidos.  Se trata de ‘Carta a una sombra’, que en su estreno, durante el Festival de Cine de Cartagena, se quedó con el Premio Especial del Jurado y el Premio del Público.

El primer acercamiento que Daniela tuvo con ese abuelo ausente había sido a través de las páginas de ‘El olvido que seremos’, cuyo manuscrito le hizo llegar su padre, el escritor Héctor Abad Faciolince, mientras ella vivía en Irlanda. 

Hoy, diez años después, desde Bogotá, esperando la llegada de su primer trabajo cinematográfico a las salas de cine del país,  Daniela recuerda haber leído ese libro “en una sola noche. Fue una experiencia conmovedora: no solo era leer un libro extraordinario de mi papá; era abrir la puerta que me permitiría conocer a fondo a un ser humano que la violencia me había impedido tener y disfrutar”.

No fue en ese momento, sin embargo, que apareció la idea de ‘Carta a una sombra’. “Yo ya sabía que estudiaría cine y que en algún momento convertiría en película ‘El olvido que seremos’. Pero me lo imaginaba desde la ficción, porque para entonces no me interesaba el género documental. Lo único que recuerdo haberle pedido a mi papá es que no vendiera los derechos de su libro. Que llevarlo al cine sería, en algún momento, uno de mis proyectos como realizadora”. 

La idea de rodar ‘Carta a una sombra’ había comenzado en realidad en otra cabeza, la de Miguel Salazar, un joven cineasta que dio vida a uno de los documentales históricos mejor logrados en Colombia, ‘La toma’, en el que  reconstruyó con imágenes inéditas y  archivos de radio y televisión las 27 horas que duró la toma y retoma del Palacio de Justicia en 1985.  

Era 2011 cuando Miguel trabajaba junto a varios cineastas holandeses en el proyecto de llevar a la pantalla ‘El olvido que seremos’. Los extranjeros se habían contactado con Abad Faciolince y el escritor antioqueño dio su aval, siempre y cuando incluyeran a un realizador colombiano.   

Daniela, que para entonces estudiaba dirección de cine en la Escac de Barcelona, decidió pasar unas vacaciones en Colombia. Y fue en esos días, casi por casualidad, que terminó acompañando a los holandeses durante varias de las entrevistas que les hicieron a sus tías y a su abuela viuda. 

“Mientras las veía contestar las preguntas, ellos parecían ajenos a la historia. No se conectaron con lo que realmente había representado la muerte de mi abuelo, con su lucha, y con el ser amoroso que había sido como padre y como abuelo. Eso me confrontó y me llevó a interesarme en el proyecto. Entendí que era absurdo que siendo una cineasta, no me involucrara con un documental cuya historia había marcado tan profundamente a mi familia”, asegura Daniela. 

Fue a partir de ese momento que  ella y Miguel  se dieron a la tarea de codirigir ‘Carta a una sombra’. No buscaban hacer una adaptación literal del libro. Lo tuvieron claro desde un comienzo. “Porque la idea era también hacer un relato  para quienes aún no hubiesen leído ‘El olvido que seremos’”, asegura Miguel, cuya distancia emocional con la figura de Héctor Abad Gómez resultó definitiva para llevar a la pantalla “no la vida de un abuelo o de un padre en particular, sino la de un médico social que defendió los derechos humanos, que no estuvo nunca de acuerdo con la desigualdad y con la violencia ciega que vivía ese mismo país que lo mató”.     

La tarea de los dos implicó repasar, pacientemente, más de cien horas de grabación que las manos de Cecilia Faciolince, abuela de Daniela, guardaron con el recelo y el orden que nunca olvidó de los años en los que se ganó la vida como secretaria.

Era la voz mil veces repetida que Héctor Abad padre grababa en casetes cuando se iba de viaje. Cartas leídas en voz alta. “Cartas habladas”, prefería llamarlas él. Una noche, después de horas  de repasar ese material, Daniela tropezó con un casete especial: una carta que su abuelo le había enviado a ella, cuando aún no había nacido. 

“Llamé a mi papá y se lo conté, pero él no lo recordaba con precisión esa grabación. Quizás aún vivíamos en Italia cuando mi abuelo decidió leerme esa carta en la que me hablaba de la vida, de lo bonita y lo difícil que era. Eran las reflexiones y lecciones de un hombre que hablaba desde su profunda sabiduría”, dice Daniela.  

Lo que sí recuerda hoy Héctor Abad Faciolince es esa llamada. Y también la devoción infinita que su padre profesaba por sus nietos. Amor que solía convertirse en poemas con cierta rima y a veces en columnas de prensa que llegaron a sonrojar al propio Abad hijo.  

“¿No es bonito, acaso, que un abuelo a quien ni siquiera conociste te hable de sorpresa desde la ultratumba?” se pregunta el escritor. Y él mismo se responde:  “Solo un abuelo sentimental en vida consigue ser amoroso incluso después de muerto”.

En su célebre libro, que apareció veinte años después del crimen de Abad Gómez, se lamentaba de haber escrito un relato que su padre jamás leería. “Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más  tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme; este libro mismo no es otra cosa que la carta a una sombra”.

Por eso el nombre que da vida a este documental, explica Daniela, que es consciente de que su relato aparece en un momento trascendental del país, cuando se discute el futuro de la paz en La Habana. “Este documental es un ejemplo de cómo una familia víctima de la violencia puede lograr la reconciliación a pesar del dolor que ha vivido. Hay gente que, ante una situación como esta, pide venganza. Pero cuando se logra hacer memoria de alguien que ha muerto por culpa de la violencia se consigue algo más importante que la venganza, algo que nunca podrán lograr los asesinos: que desaparezca el legado y la memoria de una persona”. 

Por eso mismo sospecha de que, a diferencia de lo que experimentó su padre, en su caso no le habla a una sombra. “Porque los asesinos no lograron matar la memoria de mi abuelo. Le hablo a un hombre con el que ocurrió una suerte de milagro: conocerlo desde la muerte”.

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