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Así es Harry Sasson, el chef más famoso de Colombia

Pocos saben que la infancia del chef más conocido de Colombia sabe a sancocho y otras delicias del Valle. Que ha sido operado seis veces de las várices y que es un hombre tímido.

10 de marzo de 2013 Por: Lucy Lorena Libreros | Reportera de El País

Pocos saben que la infancia del chef más conocido de Colombia sabe a sancocho y otras delicias del Valle. Que ha sido operado seis veces de las várices y que es un hombre tímido.

El recuerdo aún le humedece los ojos a Harry Sasson. Sucedió en uno de los restaurantes que tiene en Bogotá. Un comensal ya entrado en años, desconocido para él —algo inusual pues el chef distingue con precisión a cada uno de sus clientes y sus caprichos— se paró de la mesa rumbo a la cocina. Cuando tuvo enfrente al autor de la receta que acababa de probar, le agradeció con una frase alta en calorías: “Dios bendiga sus manos”. Es una tarde de miércoles y Harry está sentado en el Club Campestre de Cali, a donde llegó invitado por un reconocido banco, que ofrecerá ese día una cena para sus clientes. Pero eso sucederá en un par de horas. En ese momento, el chef más famoso de Colombia solo quería recordar: lo del viejo que le arrancó lágrimas con aquel agradecimiento inusual. Lo del niño fisgón que se asomaba a la cocina de la abuela y la mamá para conocer los secretos de los roscones, almíbares y sancochos épicos que ellas cocinaban a fuego alegre. Sus años pedregosos de muchacho, en los que tuvo que defender su sueño de querer ganarse la vida detrás de un fogón. Porque, no nos digamos mentiras, decir que uno quería ser cocinero, 20 años atrás, no era sofisticado. Nadie te iba a confundir con alguien atildado ni a ofrecer un programa de televisión. Él lo dice sin rodeos: “No se pensaba que fuera algo digno”. Es que Harry estudió en el Colegio Anglo Colombiano, uno de los más prestigiosos de Bogotá. Y, al filo de graduarse, mientras sus compañeros tenían los ojos puestos en los Andes para hacerse economistas o ingenieros, él “quería escapar de la doctoritis” y estudiar cocina. Sus profesores creían que mamaba gallo. Pero él terminó sentado en un salón del Sena, junto a jóvenes que se transportaban en bus y trabajaban para poder estudiar. De esos años le quedó la primera lección de su oficio: en la cocina el más importante es el que tiene más sabiduría, no más objetos de valor en la casa. Lo que siguió después —él mismo lo reconoce— se llama suerte. Logró hacer una pasantía en la cocina del desaparecido Hotel Hilton de Bogotá y un tiquete de avión para irse a Canadá a trabajar en varios restaurantes de lujo en Vancouver, durante siete años.

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