Escribe todos los días, pero quiere volver a actuar. Estar en un escenario y darle cuerda a su máquina de los sueños. Ser un generador de empleo y felicidad.
Ahora El Gordo vive en su casa al norte de Bogotá en compañía de su esposa Liz Yamayusa, su hija Paola y sus tres nietos de 13, 9 y 8 años.
Paola asegura que su padre es un niño más, se la pasa jugando con sus nietos, habla mucho y se muere de la risa cuando los ve bravos. Más que un abuelo muy bacán es un niño chiquito.
Nunca ha dejado de serlo. Tanto, que uno de los suplementos multivitamínicos que necesita, se lo congelan para que parezca un helado y pueda consumirlo.
Nació en Bogotá, se casó dos veces, tiene 5 hijos y 8 nietos. Es un hombre de familia al que le gusta compartir con los suyos. A los 22 años contrajo matrimonio con Julia Plazas, unión de la cual nacieron los actores Carlos Ernesto y Marcela.
Luego conoció a la productora Liz Yamayusa, con la que lleva 38 años de casados y tiene tres hijos. Luis Eduardo o Lucho, como le dicen todos, Álvaro y Paola. Los tres, productores, picados por el bicho de la actuación.
Para nosotros ser actores es como para esas familias de abogados o de médicos, es algo que va de generación en generación. Si crece en este ambiente, es difícil que uno no termine metido en esto, asegura Paola, quien desde muy pequeña sabía que quería ser actriz como su padre.
Siempre lo acompañaba al teatro y tenía el privilegio de estar tras bambalinas observando de cerca la magia: Desde que tengo uso de razón estaba con él, viéndolo montar sus obras. Yo me hacía atrás escuchando todo lo que los actores decían. Desde chiquita quería estar encima de un escenario, de hecho le pregunté si había la posibilidad de dejar el colegio y estudiar teatro, pero no, él no dejaba.
Todos sus hijos tomaron el mismo rumbo. No se interpuso, pero sí les advirtió los obstáculos que se encontrarían en el camino. Él me decía: si es tu decisión, dale, pero debes estudiar mucho, cuenta Paola.
El Gordo siempre ha tenido claro que vivir de la actuación en un país como Colombia es difícil: El éxito es efímero y no existen garantías. Este es un oficio del ahora, del momento. Cuando mis hijos me llegaron con esas solo les pude aconsejar que se prepararan muchísimo.
Y lo hicieron. El talento de Carlos Ernesto, Marcela y Paola, ha brillado en las pantallas colombianas. Alejandra Borrero, actriz y directora de la Casa E de Bogotá, lo reconoce, el talento de El Gordo es tan grande que impregnó a su familia de esa pasión. Verlos actuar es ver en ellos lo que es el verdadero profesionalismo.
Como papá es muy buen amigo, es cercano, un gran confidente, comenta Paola. En palabras de su hermana Marcela: Mi papá es un parcero.
Los que lo conocen hablan de su sentido del humor, de su positivismo ante la vida y de esa sonrisa que lo caracteriza. En el set, pocos lo han visto bravo, es un hombre que nunca se queja, asegura Alejandra Borrero, quien tuvo la oportunidad de grabar a su lado.
Paola, por su parte, asegura riendo que no lo han visto bravo porque no viven con él.
En el trabajo es muy respetuoso, porque entiende el estrés que maneja mucha gente, pero eso no significa que no se dé cuenta de las cosas que pasan. Es muy sabio, se queda callado para evitar problemas, agrega Paola.
Es un hombre idealista, al que le dan rabia las injusticias y la grosería. Desde hace un tiempo decidió dejar de ver noticieros por no pelear con las dolorosas realidades que reproducen en pantalla. Y es que el país está jodido... hasta el mundo, remata El Gordo.
Marcela, la segunda de sus hijas dice que aunque a veces puede pasar por alcahueta, siempre ha sido sobreprotector, como lo comentó en pasada entrevista con El País. Cuando no le iba bien en el colegio, en vez de ayudarla a hacer las tareas se las hacía.
Nosotros fuimos bastante cuidados en la casa. Cuando me llegó la etapa de salir, uno salía con el papá o con la mamá y eso a los 18 años no es común, pero una vez me escapé sola a un bar de Bogotá y a esa fiesta llegó mi papá disfrazado de gomelo. Allá cayó hablando, cantando y obviamente fue el centro de atención, hasta bailó. Yo decía: Ábrete tierra y trágame, ¿por qué me pasa ésto a mí? ¿Por qué todos mis amigos tienen papás normales y el mío no lo es? Ahora hago otra lectura de eso y obviamente fue lección aprendida: nunca más lo volví a hacer, cuenta Marcela.
Un padre singular, que en vez de regaños y reclamos da lecciones a sus hijos. Los regaños que me gané fueron trabajando, dice Marcela, quien reconoce lo estricto que es su padre a la hora de actuar.
Dejó de ser Carlos para llamarse El Gordo en los 70. Apodo que pasó a ser su nombre y sello personal, sin embargo, en el 2007 le tocó someterse a una cirugía bariátrica con los doctores Carlos Felipe Cháux y Eduardo Bolaños, en Cali.
Aunque muchos creían que el propósito de la cirugía era estético, en realidad lo que pretendía era curar su diabetes, disminuir su presión arterial y desaparecer la disfunción eréctil de la cual estaba sufriendo. Antes de la cirugía estaba pesando más de 200 kilos.
Es cierto que su cuerpo no responde igual que antes, pero su cabeza está intacta, sigue igual de creativo, de inquieto, nunca para, asegura su hija Paola.
A veces, en casa se le ve triste. No porque no quiera seguir luchando por su vida y su futuro maravilloso, como él mismo lo asegura, sino porque no está trabajando. Es un poco complicado, un actor que no actúa se deprime. Eso sí, él busca estar haciendo cosas, no se deja morir, revela Paola.
Escribe todos los días, pero quiere volver a actuar. Estar en un escenario y darle cuerda a su máquina de los sueños. Ser un generador de empleo y felicidad.