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Julio Bocca, el hombre que popularizó el ballet, almuerza con una manzana

Bailó en un festival de rock y en los estadios de River y de Boca. Su objetivo era uno solo: acercarle el ballet a la gente, y lo logró. Ahora, como director del Sodre de Uruguay, sigue haciendo lo mismo. ¿Se puede ir al teatro en bermudas?

19 de junio de 2019 Por: Santiago Cruz Hoyos l Periodista de GACETA

Bailó en un festival de rock y en los estadios de River y de Boca. Su objetivo era uno solo: acercarle el ballet a la gente, y lo logró. Ahora, como director del Sodre de Uruguay, sigue haciendo lo mismo. ¿Se puede ir al teatro en bermudas?

El hombre que hizo del ballet un arte popular, un arte que se puede apreciar incluso en bermudas y chanclas si así se prefiere, almuerza con una manzana. 

- Para mucha gente eso no puede parecer un almuerzo, pero para mucha gente lo es, créeme. 

Es viernes, justo la hora del almuerzo,  y Julio Bocca está sentado en una mesa del lobby del Hotel Dann Carlton de Cali. Antes de bajar de su habitación, cómo no, se comió su manzana. Aunque más tarde espera darse el gusto de probar una arepa colombiana. Cuando ya no eres bailarín profesional – se retiró a los 40 ante 300 mil personas – te puedes permitir ciertos deslices. Julio Bocca es el director del Ballet Nacional  Sodre de Uruguay y esa es la razón por la cuál aterrizó en Cali por primera vez en su vida.  

- La verdad conozco más a Cali por Flavio Salazar (bailarín de ballet caleño y amigo suyo) que por el ballet propiamente. Sé que en la ciudad se organiza el Festival Internacional de Ballet al que me han invitado, pero no sabía que se realiza  desde hacía diez años. Eso es culpa mía, no del Festival. El Festival está.  Pero no sabía mucho más. No hay mucha referencia del ballet de Cali en el mundo. Es lamentable porque  se está haciendo un gran esfuerzo, trayendo a compañías importantes. 

Bocca luce el agotamiento de alguien que acaba de llegar de un largo viaje. Vestido de camiseta y bermudas, y con una botella de agua sobre la mesa,  efectivamente acaba de llegar de un largo viaje. El vuelo que inicialmente lo traería a Cali desde Montevideo se canceló por mal tiempo. Así que la presentación del Sodre en el Festival Internacional de Ballet que estaba programada para el  jueves debió cancelarse.  Bocca y sus bailarines apenas llegaron  la noche anterior y lo primero que hicieron fue conocer el Teatro Municipal, el sitio elegido para presentar cuatro montajes: ‘Don Quijote’, ‘El Corsario’, ‘La Tempestad’ y ‘Giselle’. 

- El Municipal es maravilloso. Lamentablemente el piso es inclinado y eso casi no existe, o existe en teatros muy antiguos. La opera, el ballet, se preparan para un piso plano, normal digamos. Sino es muy complicado para el bailarín. Pero se supera. Y tengo que decir que la atención que hemos recibido es muy buena. Además, pese a las pocas referencias que tengo del ballet en la ciudad, si sé que hay muchos bailarines caleños en diferentes compañías del mundo y eso significa que hay una muy buena escuela. Incolballet  tiene primaria, que es algo que estoy tratando de llevar a Uruguay. Anhelo que en la escuela nacional que existe allá se incluya primaria. Es necesario. Un niño que estudia danza también debe educarse. La educación y la cultura van de la mano. Que los niños no tengan que estar corriendo de una escuela a otra como nos tocó a muchos para  hacer lo que nos gustaba. 

Julio Bocca nació en Argentina el 6 de marzo de 1967 y a los cuatro años ya estaba bailando ballet. Su madre de hecho era profesora de danza. Y en su barrio sus amigos lo miraban distinto. No porque bailara, no propiamente, sino porque era el único que iba a la capital. Julio vivía en una provincia de Buenos Aires y todos los días salía de casa a las seis de la mañana para estudiar danza. Regresaba a las diez de la noche en días en los que aún un niño podía viajar solo. Si acaso alguien dijo algo por su idea de bailar, si acaso alguien quiso molestarlo, no lo recuerda. Seguro sucedió pero no le dio importancia. “Estaba pendiente de lo que quería hacer, no de lo que dijeran los demás”. 

Cuando cumplió 8 años Bocca  ya hacía parte de la escuela del Teatro Colón. A los 12 hacía giras con una pequeña compañía. Viajaba por el interior del país para mostrar lo que la escuela estaba haciendo. Así que desde muy niño aprendió qué es estar fuera de casa.  Su primer viaje internacional fue justamente a la ciudad donde vive ahora, Montevideo, y a los 14 estaba en Venezuela, contratado como primer bailarín por la Fundación Teresa Carreño. 

Poco tiempo después  fue contratado por el Teatro Municipal de Río de Janeiro y de cierta manera un par de concursos determinaron su destino. En el primero tenía 18 años, un montón de experiencia, y sin embargo lo eliminaron en la segunda ronda. Siete meses después, en Moscú, participó en otro concurso en el que  ganó  la medalla de oro.  Fue cuando el mundo se empezó a fijar en ese argentino de movimientos estilizados. Julio Bocca tenía 19 años  cuando firmó su contrato  como primer bailarín del American Ballet Theatre. Es cierto que la vida puede cambiar para siempre en solo 7 meses. 

- Yo tuve el privilegio de bailar con él en el American Ballet Theatre por 13 años. Recuerdo que cuando Julio llegaba a los ensayos, se sentía su presencia. No solo por su técnica gloriosa, sino  porque  elevaba el nivel artístico de la compañía. Todos los bailarines poníamos los ojos en él para ver su trabajo. Julio sabía su compromiso que tenía con nosotros y siempre daba lo mejor de él. Un gran ejemplo de disciplina y respeto por la danza.  En el escenario  era la libertad del movimiento, no tenía limites en el espacio. No saltaba: volaba. Verlo bailar Romeo en ‘Romeo y Julieta’, Albrecht en ‘Giselle’ o Des Grieux en ‘Manon’ lo consagró. Fueron espectáculos que nunca olvidaré, dice desde Nueva York su amigo caleño Flavio Salazar. Flavio no almuerza con una manzana, pero si hubo días en que pesó los alimentos antes de preparar la cena. 

Bocca sonríe. Lo de la manzana se debía sobre todo a que no tenía tiempo para sentarse a comer y terminó acostumbrándose a almorzar con una. No tenía una hora libre al mediodía. Si acaso 20 minutos. Con el American podía estar en la tarde en Londres y en la noche en Italia. Al año tenía entre 200 y 220 presentaciones y eso explica las nueve operaciones que tiene en las rodillas, en los pies. Usó su cuerpo. Y tras 27 años de carrera dijo basta, no sin antes haber logrado lo que se propuso: popularizar el ballet, acercárnoslo, derrotar el miedo de algunos a apreciarlo. 

- El ballet tiene que salir a la calle. Hacer giras nacionales por teatros más pequeños, llevarle la danza a la gente, no esperar siempre que el público venga. Porque tal vez quien no viene tiene miedo o vergüenza. Quizá por todo lo que se ha creído sobre la danza, el que no viene piense que no debería asistir al espectáculo porque no sabe,  no entiende, o como en mi época, que los teatros te obligaban a ir de corbata. Tampoco es eso. No tenés que ir bien vestido al teatro. Digamos, no es ir desnudo, pero si quieres ir en bermudas, andá. Y bueno llevarle el ballet a la gente  ha sido un trabajo duro pero lindo. En Argentina logré hacer cosas que parecían imposibles como bailar en la cancha de River, donde casi no me dejan por mi apellido y porque también soy hincha de Boca. Me presenté dentro de un festival de rock. Y cuando bailé en la Bombonera fue  especial. Mi última función se programó en la Avenida 9 de Julio en Buenos Aires y asistieron 300 mil personas. Es decir que sí hay público para el ballet.

Tras su retiro, Bocca se dedicó durante año y medio a, literalmente, no hacer nada. Hubo días en los que su único plan  consistía en desayunar para volver a la cama. Se debía un descanso. Caminó, leyó, disfrutó su tiempo, no se aburrió. Pero  se dijo que no estaba tan viejo como para estar retirado del todo, como para no hacer nada. Además en su familia le inculcaron que el trabajo era un placer que hasta te da un techo, la comida, la posibilidad de conocer el mundo, no es necesariamente un esfuerzo. Decidió volver.

Para conectarse de nuevo, Bocca hizo algo que en realidad no le gusta: dar clases. También fue jurado en algunas audiciones.  Hasta que apareció la oportunidad de dirigir el Ballet Nacional de Uruguay, por designación del mismísimo José Mujica. Todo un desafío.

- Es otro mundo, muy distinto al  privado. Pero la idea era tratar de inculcarles a ellos, al Ballet Nacional,  lo privado, y también  utilizar lo bueno que tiene lo público. Y no extraño bailar. Me gusta lo que hago ahora. Aunque son vidas totalmente diferentes. A veces uno como bailarín se queja tanto con el director que cuando uno pasa a serlo, te das cuenta de  por qué los bailarines se quejan y porque también los directores deben tomar ciertas decisiones que al bailarín no le gustan. Pero algunos bailarines se quejan de todo. Y en esta época aún más.

En esta época es increíble que se quejen con todo lo que tienen. Creo que es algo generacional, algo de la juventud. En mis días de bailarín  jamás me hubiera atrevido a contradecir al director. Ahora recuerdo que nosotros hace dos años tuvimos una especie de crisis. Pedí media hora más de trabajo. Hay ciertas carreras en las que necesitas esa media hora más.  Fue toda una tensión entre los bailarines.

Y tuve que ver la forma de cómo hacerles entender la importancia de esa media hora más. Contratamos a un coach empresarial. Y empezamos a hacer un cambio total, desde el método de relacionarnos.  A mí me cuesta  hablar más, ser más abierto. Entonces fue todo un proceso. Y de a poco ese problema lo solucionamos y hoy estamos trabajando muy bien. Se logró mucho en cinco años en el ballet de Uruguay. En la última función de ‘Giselle’ se vendieron 25 mil entradas. No está mal para un país de tres millones de habitantes.   

Cuando se presenta el Ballet Nacional de Uruguay, las puertas del teatro se cierran a la hora exacta en la que inicia la función, así afuera haya una fila de 200 personas. Educar al público para ser puntual es también respeto para el artista, para los que ya están en sus asientos, para el ballet, dice Bocca tras beber un sorbo de agua y pasa a hablar de la fama.

En sus días de bailarín no se le hacía tan sencillo salir a la calle, sobre todo en Buenos Aires donde había fundado una compañía, el Ballet Argentino, donde había creado una fundación, donde popularizó el ballet. Todos lo conocían. Los taxistas lo reconocían por su voz – Julio se mantenía dando entrevistas en la radio -, los hombres que recogían la basura lo saludaban a lo lejos, los transeúntes le pedían fotos. La fama sin embargo se le hacía difícil. Había días en que   quería tomarse una cerveza y  hurgarse la nariz  sin que nadie lo notara. “Pero el cariño de la gente lo compensa todo”. También cosas que no hubieran sucedido si no fuera famoso: cenar con Julia Roberts.

La fama por fortuna no lo persigue en Cali. O no tanto. En la última hora nadie se ha acercado a pedirle un autógrafo. Luce relajado. Como quien se toma un descanso después de un largo viaje. Julio Bocca planea  caminar por el barrio El Peñón en busca de una arepa colombiana.

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