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La novela ‘Zoológico humano’ de Ricardo Silva, es una ambiciosa narración que sondea las experiencias cercanas a la muerte de 8 personajes quienes, desde diferentes lugares y tiempos históricos, crean una consciencia diversa y crítica del impacto que la especie humana dejó, deja y tal vez dejará en el planeta. | Foto: Foto: Camilo Rozo

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Escribir entre el vórtice de la muerte y la historia, diálogo con Ricardo Silva Romero

‘Zoológico humano’ es una historia coral, en la que personajes de diferentes épocas comparten una mirada particular del mundo, mientras atraviesan el umbral de la vida y la muerte. Ricardo Silva habla del desafío de escribir una novela que donde abarca gran parte de la historia humana.

20 de diciembre de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

En la quinta y última de sus ‘Seis propuestas para el próximo milenio’, Italo Calvino sugirió que la ‘Multiplicidad’ se convertiría en el valor característico de la literatura del futuro, y puesto que escribió estas “propuestas” para unas conferencias que dictaría en la Universidad de Harvard a finales de 1985, el futuro al que se refería era el siglo XXI. La conferencia sobre la ‘Multiplicidad’ fue la última, la sexta dedicada a la ‘Consistencia’ no alcanzó a escribirla porque, a causa de un infarto cerebral, moriría el 19 de septiembre, una semana antes de empezar sus conferencias.

Cuando escribió sobre la ‘Multiplicidad’, Italo Calvino pensaba en “la novela contemporánea como enciclopedia, como método de conocimiento, y sobre todo como red de conexiones entre los hechos, entre las personas, entre las cosas del mundo”, y para ello cita un fragmento de ‘El zafarrancho aquel de Vía Merulana’, la compleja y divertida novela de Carlo Emilio Gadda. Llevamos dos décadas del nuevo milenio y ya podemos conjeturar si esta propuesta se ha cumplido entre las novelas recientes.

En este sentido, el escritor bogotano Ricardo Silva Romero cumplió a cabalidad con el valor de la ‘Multiplicidad’ en su novela ‘Zoológico humano’, donde ocho personajes de diferentes profesiones, nacionalidades y épocas, cuentan y meditan sobre el momento histórico que vivieron: un escritor bogotano que nunca pudo superar el éxito de sus primeros libros, una monja tunjana del siglo XVII que medita su relación con Dios y Cristo, un enterrador portugués que perece en la destrucción de Lisboa en 1755, una mujer francesa que desperdicia su talento como escritora fantasma de Alexandre Dumas en el París decimonónico, un soldado alemán que lucha con sus impulsos destructivos durante la Primera Guerra Mundial, un astronauta trastornado por la experiencia mística de viajar a la Luna y observar la Tierra desde el espacio —comprobando la insignificancia de la especie humana—, una famosa rockera de los años 80 que experimenta todos los excesos, y una esforzada profesora china del año 2050 que describe con espanto su presente, que tal vez sea nuestro futuro.

Pero esas voces no vienen desde un espacio-tiempo reconocible en este planto de la realidad, quien las escucha —y los lectores a través de él— es Simón Hernández, el escritor bogotano que acaba de morir y desde un vórtice atemporal empieza a asimilar su nueva condición. Desde esta consciencia de la muerte —un recurso literario ideado por un maestro de la formas narrativas—, los personajes hacen una evaluación muy personal del momento histórico que vivieron, los hechos que marcaron su época y las consecuencias, creando una ambiciosa estructura novelística (como si la muerte fuera otro Aleph) donde podría caber la historia universal y todo el conocimiento acumulado de la humanidad.

Alguien podría objetar a Ricardo Silva Romero el que a sus 46 años, con una producción de 14 novelas, 2 libros de cuentos, 2 de ensayos, 2 de poesía, 1 biografía y 3 libros infantiles, está pecando de ambicioso, pero de nuevo podría responder que Italo Calvino está a su favor: “La excesiva ambición de propósitos puede ser reprobable en muchos campos de actividad, no en literatura. La literatura sólo vive si se propone objetivos desmesurados, incluso más allá de toda posibilidad de realización. La literatura seguirá teniendo una función únicamente si poetas y escritores se proponen empresas que ningún otro osa imaginar. Desde que la ciencia desconfía de las explicaciones generales y de las soluciones que no sean sectoriales y especializadas, el gran desafío de la literatura es poder entretejer los diversos saberes y los diversos códigos en una visión plural, facetada del mundo”.

Esa complejidad del mundo concentrado en una novela no es nueva, ya en el pasado poetas como Lucrecio y Dante, novelistas como Tolstoi, Dostoievski, Hugo, Balzac y Flaubert en el siglo XIX, y en el XX, las novelas concéntricas de Proust y Joyce, las narraciones enciclopédicas de Robert Musil, Thomas Mann, Virginia Woolf y José Lezama Lima, demuestran que esa ambición tan temida, en realidad es muy fértil. En el caso de Ricardo Silva, su primera novela de grandes proporciones fue ‘Cómo perderlo todo’ (2018), una red de encuentros y desencuentros mediados por la virtualidad, donde una serie de parejas se esfuerzan por no quedar atrapadas en el pesimismo que provocó un año como el 2016. Pero en ‘Zoológico humano’, el escritor va más allá de un año específico y la vicisitudes de la vida amorosa y los fanatismos del momento, en esta novela se propuso —en mi opinión— lo que Stefan Zweig exigía de los grandes creadores literarios: “Novelista, en el sentido más elevado de la palabra, sólo lo es el genio enciclopédico, el artista universal que construye todo un cosmos, que junto al mundo terrenal crea el suyo propio con sus propios modelos, sus propias leyes de gravitación y su propio firmamento”.

Narrar el trasegar de la especie, al tiempo que profundiza en los enigmas de la muerte, son dos inmensos desafíos para un escritor, las pruebas que se imponen los más arriesgados. Por eso, que en nuestro país haya escritores con la fuerza para crear relatos desproporcionados que intenten representar la multiplicidad del mundo y la experiencia humana, apropiándose de todo el conocimiento acumulado y observando desde la perspectiva del nuevo milenio que estamos padeciendo, es uno de los mejores síntomas de la madurez de una tradición literaria.

—En sus novelas es muy reconocible el dominio que tiene de las estructuras narrativas…

Es un esfuerzo que no se reconoce con frecuencia, porque esa ‘experimentación’ o búsqueda de una estructura que sirva mejor a una historia, me parece, define mucho a una obra. Pero no es de lo que se suele hablar cuando nos referimos a un libro, se habla más de los personajes o el tema. Sin embargo en la estructura hay un esfuerzo por contar de la forma más interesante una historia, y en el caso de ‘Zoológico humano’ es muy particular.

—Precisamente, ¿cómo descubrió la forma de contar ‘Zoológico humano’?

Encontrar esa forma era lo que, en un principio, me importaba más a mí y que hizo más interesante el escribir la novela. Y creo que el proceso fue así: antes que nada tenía una cantidad de personajes de diferentes épocas, culturas, oficios. Eran una lista de posibilidades que fue transformándose y algunos los descarté, pero quedaron estos siete finalistas cuyas historias describen esfuerzos parecidos, como plantársele a alguna tiranía o despotismo, gente que está librando un pulso con su época y sociedad. Mi búsqueda era, aparte de ese pulso, encontrar algo más que los uniera, porque la imagen inicial que yo tuve fue la de un grupo de personas de diferentes épocas, que les pasa lo mismo, al mismo tiempo. En algún momento se me ocurrió que todos escuchaban un mismo estruendo, y le daba y daba vueltas, mientras escribía mis libros anteriores, hasta que me encontré con un libro que tenía mi papá en su biblioteca —que todavía está intacta, a pesar de que murió hace cinco años—, un libro que había visto allí pero nunca lo había abierto y está citado en la novela, se llama ‘Life after life’ del médico Raymond Moody, donde reúne muchos testimonios sobre experiencias de ir a la muerte y volver. A mí me pareció que quizá eso les sucedía a los personajes al mismo tiempo, que se encontraban en la muerte, y eso me ayudó a definir la forma de unir narrativamente sus historias. Porque si la muerte puede definirse como el fin del tiempo, entonces podría ser como un presente en el que habita todo el mundo independiente de la época, el lugar y la cultura a la que perteneció. Esa fue la lógica, que en teoría es descabellada, pero que escribiéndola me pareció que funcionaba.

Luego leyendo más a Raymond Moody recordé que ya antes, en una de las misas por la muerte de mi papá, un cura se refirió al libro de un neurólogo que estuvo en el ‘más allá’ y regresó. Se trataba de Eben Alexander, autor de ‘El cielo es real’, un libro muy popular donde cuenta que él era ateo y en su experiencia cercana a la muerte estuvo en una especie de infierno, recorrió un lugar donde se mostraba su propia vida y después tuvo que luchar para volver a su cuerpo. Entonces, cuando el cura lo mencionó yo lo busqué y lo leí, me sirvió para el duelo y estuve dándole vueltas desde el 2016 hasta ahora, fue después que encontré el libro de Raymond Moody que me acabó de ayudar a reunir estos personajes en una motivo común que venía intuyendo.

Así fue apareciendo la estructura, que específicamente me la dio la descripción del viaje a la muerte que hace Eben Alexander y los testimonios que cuenta Raymond Moody. Todas esas historias fuera del cuerpo, de quienes vuelven del infierno, inframundo, cielo o donde sea que sintieron estar, tienen cinco etapas que son las cinco fases que estructuran ‘Zoológico humano’. La etapa del reconocimiento de la propia muerte, cuando se escucha un estruendo, se ve una bruma que oscurece todo y luego se ve un punto de luz, y el muerto ve su propio cuerpo. La segunda etapa es un viaje de la mano de algún muerto del pasado, espectro de un pariente fallecido años antes, quien guía hacia un nuevo espacio donde sucede la tercera etapa. Allí ese guía, que cada quien reconoce según su cultura, le muestra a uno toda su vida —según los testimonios— como si fuera una película entera, donde nos vemos desde el nacimiento a la muerte, aunque algunos hablan de que ven solo unos momentos, otros que toda la vida, y esa etapa termina con la pregunta de si uno quiere seguir viviendo o no. También puede ser un reclamo, es allí cuando la gente dice, si es una madre o un padre, que tiene hijos pequeños, o que tiene un amor de la vida, por lo cual necesita volver, puesto que le falta por hacer muchas cosas. Es una negociación que se da en esa etapa, y que según los testimonios, se resuelve con el regreso a la vida, porque los que cuentan esto, desde luego que siguieron viviendo. Y ese regreso es la cuarta etapa, porque no es tan fácil, los testimonios afirman que entrar de nuevo al cuerpo es un proceso complejo, para el que no están preparados. Y la quinta etapa es la vida que sigue a una experiencia cercana a la muerte. Los ocho personajes de ‘Zoológico humano’ tienen en común esas etapas, cuyos relatos son en sí mismos ocho novelas sobre la muerte en una ida y regreso, pero cada historia tiene las características que de la muerte existen en las diferentes culturas. La profesora tibetana se encuentra en un juicio con criaturas blancas y negras, y el astronauta por su parte entiende que la muerte tiene que ver con llegar a un lugar en el espacio, porque según la época se vive diferente la experiencia de la muerte y eso también define la estructura de la novela.

—¿Cuántos personajes había en el proyecto original de la novela? ¿Por qué decidió quedarse con estos siete, más el personaje de Simón Hernández que narra la historia?

Tenía unas 20 posibilidades, pero me pareció que 7 era el número perfecto, ya que los testimonios que leí mencionan 7 almas o compañeros del proceso que vive quien muere. Y también era un buen número en términos narrativos, porque implicaba un reto grande, pero más viable que contar 20 historias en 5 etapas, algo que consideraba ya demasiado. Además estos 7 me permitían demostrar una historia del mundo, con diferentes miradas, quizá desde el momento que el colonialismo empezó su influjo global, llegando a América y permitiendo que el catolicismo se tomara gran parte del nuevo mundo. Por eso el primer personaje en aparecer es esta monja en una ciudad colonial, lidiando con su cuerpo en una cultura dominada por hombres. Aunque yo no suelo pensar en eso término teóricos para escoger los personajes, fue más una cuestión de comodidad con la historia y la cultura de cada personaje, en el caso de la monja, porque conozco la época y la literatura colonial, su poesía. Igual me pasó con el enterrador portugués, un personaje que comprendía bien en su soledad, así mismo me encantó escribir sobre la impostora francesa y la época de Dumas, más adelante me interesó el soldado de la Primera Guerra Mundial porque es un periodo fundamental para entender lo que está pasando hasta hoy.

Y siempre han sido temas de mi mayor interés y placer: el universo y el rock, por eso escogí al astronauta, y para la rockera tenía en conocimiento una época en la que vivieron mis artistas y escritores favoritos. Con la historia de Sid Morgan me di el gusto de parodiar entrevistas de la Rolling Stone, por ejemplo, y con cada personaje me divertí mucho haciéndolos. Los que descarté seguro eran muy extraños para mí, recuerdo que había un cineasta iraní, o un psicópata en el infierno, pero los que finalmente quedaron me eran más familiares. Ya en el momento de hacer correcciones a la novela reconocí la intuición que me llevó a empezar con una monja encerrada, pasar por una impostora, una punkera y terminar con una profesora tibetana en un mundo distópico, cada una luchando con eso que llamamos colonialismo, machismo y patriarcado, pero en últimas enfrentadas a un pensamiento de dominio que pretende subyugarlas. En común los personajes también tienen eso, el oponerse a un pensamiento de la fuerza que busca imponerse a todos, sus historias retratan también el impacto de este pensamiento en el mundo que culmina con el triunfo de las máquinas.

—En cada novela suya hay una propuesta narrativa que también es una definición de la novela como género, ¿cuál sería la de ‘Zoológico humano’?

Hay una novela donde hay un mundo, cuando se documenta un mundo y sus personajes están encarando ese mundo. Eso creo que pasa en otras novelas mías anteriores, como en ‘Autogol’, donde está el mundo del fútbol de forma muy precisa, ubicado en Colombia en el año 94. Esos mundo de la novela, como yo la entiendo, son mundos que resumen la experiencia humana, porque el mundo es la ficción de la Tierra, es decir, cuando hablamos de la puesta en escena de la humanidad, de lo que ha hecho la especie en el planeta. Entonces la aspiración de la novela es resumir la experiencia humana, muchas veces yéndose a épocas, lugares, esquinas de la realidad que sirven de mirillas para ver las diferentes etapas del experimento humano en cada nación, ciudad, pueblo, incluso en un barrio o apartamento ya hay un mundo y por lo tanto puede ser materia de una novela. Y estas narraciones pueden servir para entender la complejidad de lo humano, creo que por allí va el esfuerzo de la novela. El compromiso del novelista es narrar un mundo dentro del mundo, usualmente son personajes los nos cuentan ese mundo, pero otras es el mismo mundo el protagonista como en ‘El don apacible’ de Shólojov, cuyo protagonista es un río, y otras novelas donde el protagonista es un edificio o un hotel, en ‘Cien años de soledad’ es la familia entera, no uno solo, el personaje, todo el árbol genealógico. Algunos críticos hablarían de novelas de personajes unas, y otras las novelas de ideas, pero a mí me parece que en todas hay la necesidad de documentar un mundo.

Además la novela, por su amplitud, permite jugar con todos los géneros literarios y las temáticas, pasar de un thriller a lo novela política, de lo romántico a lo cómico, puedes cambiar el tono de la narración, y creo que estos cambios y mezclas es algo para lo que el lector actual está más capacitado, por su interacción con el internet y los dispositivos tecnológicos, en los que salta constantemente de contenidos, haciendo zapping. Esta forma de leer no es una atrofia como han dicho, creo que es una capacidad nueva del lector en la que los escritores pueden confiar. En ‘Zoológico humano’ yo lo hice, esta novela contiene diferentes géneros y formatos textuales, hablo de música, ciencia, historia, religión, arte en una misma historia, que es como en la vida real entendemos el mundo y a través de esta interacción creo que se obtiene un conocimiento.

Yo creo que en la novela hay una sabiduría particular, que no es la sabiduría de quien la escribe, sino la que surge del encuentro entre escritura y lector, la novela es un guion muy amplio y complejo, que pone en escena ciertos rasgos del mundo, pero la sabiduría surge del trabajo creativo del lector.

—¿Cómo surgió su interés por las experiencias cercanas a la muerte?

La muerte de mi padre y esa homilía del padre Gerardo Remolina en una misa, me hicieron pensar algo muy simple: ¿cómo estará mi papá? ¿Aún existe o existe algo que sea él? Preguntas que surgen cuando un ser amado ya no nos acompaña. Pero, revisando libros anteriores, me he dado cuenta que la muerte es un tema muy presente en mi obra. La novela ‘Tic’ que se publicó en 2003, trata sobre un intercambio de cuerpos, otra que se llama ‘Fin’ es sobre un profesor de física que cree estar muerto, la novela infantil ‘En orden de estatura’ es sobre un niño guiado por un fantasma, más el tema de la muerte de personas abordado en ‘Autogol’ y ‘El libro de la envidia’. Y en mis obras más recientes creo que he dado un nuevo paso en el tema, más arriesgado, por ejemplo en ‘Río muerto’ donde el protagonista es un espectro, un hombre que acaba de ser asesinado y trata de avisar a su familia que salgan del pueblo si quieren seguir viviendo, de tal modo que ha sido un tema frecuente, no a propósito, pero que ya reconozco.

En el caso de ‘Zoológico humano’ hay una exploración más actualizada en el asunto de la muerte, pero estos personajes hacen parte de una de las tradiciones más viejas de la literatura, la de los que van al otro mundo o más allá, bajan al infierno y regresan, personajes que se encuentran en poemas épicos de la antigüedad y en mitos de diferentes culturas. Para mencionar solo un ejemplo, del que se cumplieron ya 700 años, es Dante Alighieri en la ‘Divina Comedia’. Incluso la misma historia de Jesucristo y la resurrección, que es la de un hombre que vuelve de la muerte con un mensaje, que es la misma de Eneas en la ‘Eneida’ de Virgilio, o el mito del soldado Er que cuenta Platón en ‘La república’, que es asesinado, baja al inframundo y regresa cuando su cuerpo está en una pila de cadáveres, una imagen escalofriante. Entonces, lo que hice en mi novela fue combinar este tema que me ha estado rondando tantos años, con estos conocimientos más recientes sobre las experiencias de la muerte, creo que fui algo descarado, porque es un tema de algún modo trascendental, que yo me divertí mucho escribiendo.

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