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Con ‘Los abismos’, novela ganadora del Premio Alfaguara 2021, la escritora caleña demuestra la plenitud de su genio creativo y se ubica entre las voces más importantes de la literatura colombiana. Al mismo tiempo, su obra narrativa logra llevar la tradición literaria de Cali a un nivel más amplio de reconocimiento, actualizando el legado de autores locales que la han precedido. | Foto: Foto: Carlos Zárrate / Especial para Gaceta

PILAR QUINTANA

Escribir desde 'Los abismos', diálogo con Pilar Quintana sobre su obra y la literatura caleña

Con ‘Los abismos’, novela ganadora del Premio Alfaguara 2021, la escritora caleña demuestra la plenitud de su genio creativo y se ubica entre las voces más importantes de la literatura colombiana.

28 de marzo de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

1. María del Pilar

Las correspondencias entre literatura y realidad son definitivas para encauzar a una persona por el camino de las letras, descubrir por casualidad que “la realidad copia a la literatura” como decía Oscar Wilde, puede ser la confirmación de un destino literario. Fue así como en los años 80, una joven llamada María del Pilar Quintana Villalobos, después de obsesionarse con la historia de Ángela Vicario y Santiago Nasar en ‘Crónica de una muerte anunciada’, encontró la correspondencia literaria definitiva en su vida para convertirse en escritora. Como contaría muchos años después —siendo ya la reconocida escritora Pilar Quintana—, aún era estudiante de bachillerato en el Liceo Benalcázar de Cali y lectora apasionada de clásicos ingleses, franceses y rusos, pero motivada por un amigo que le había hablado de un autor caleño que ella desconocía, una vez llegó a la biblioteca de su colegio y pidió un libro llamado ‘Que viva la música’.

“Recuerdo que estaba en tercero o cuarto de bachillerato cuando leí ‘Crónica de una muerte anunciada’, al terminar el libro lo volví a leer y después otra vez, así como ocho veces seguidas. Quedé tan obsesionada por esa historia, que deseé algún día escribir otra historia que obsesionara a alguien tanto como a mí la de García Márquez. Hasta entonces, por la lectura de los clásicos, yo pensaba que la literatura pasaba solo en las cortes rusas, en la campiña inglesa o en los pueblos perdidos de la Costa Caribe, pero un día llegó un amigo y me dijo: ve, así como a vos te gusta tanto ‘Crónica de una muerte anunciada’, mi libro favorito es este —y se llamaba ‘Que viva la música’—, yo le dije prestámelo, y él que si yo le prestaba mi libro, pero yo no se lo iba a prestar. Entonces al otro día fui a la biblioteca del colegio y le dije a la bibliotecaria: oye quiero leerme ‘Que viva la música’. Y ella abrió los ojos aterrada, y me contestó: ¿pero por qué no sigues leyendo a Jane Austen? Y yo: ella es chévere, la seguiré leyendo, pero ahora me interesa es leerme ‘Que viva la música’, ¿está o no está el libro? Me hizo una cara rara y después me dijo: venga. En la biblioteca había un cuartico que siempre mantenían cerrado y uno veía que entraban y salían rápido, de forma muy misteriosa. Ella me llevó a ese cuartico que era el de los libros prohibidos y sacó ‘Que viva la música’, y me aclaró: no lo vamos a anotar en el registro de libros prestados, pero yo sé que usted me lo va a devolver. Me lo llevé a mi casa y cuando lo leí quedé impactada. Hacia el final, cuando dice ‘así es como se convierte en puta una exalumna del Liceo Benalcázar’, lo primero que pensé fue: no puede ser, la literatura también puede pasar en mi colegio, y la protagonista puedo ser yo, y los personajes escuchan rock y bailan salsa, y caminan por la Avenida Sexta, y van al centro comercial. Con ese libro me di cuenta que yo podía escribir sobre historias que pasaban en mi ciudad, mi barrio, mi colegio y en familias como la mía. Entonces yo sí puedo ser escritora, me dije. Por eso para mí Andrés Caicedo es como mi padre literario”.

2. Transgresora

A través de la obra de Andrés Caicedo, la escritora caleña aprendió esa lección que en su momento había expresado León Tolstoi, “describe tu aldea y serás universal”. Desde su primera novela, ‘Cosquillas en la lengua’ (2006), Pilar Quintana empezó a crear un universo literario transgresor que explora las pulsiones perversas y violentas que habitan en las personas, en sus historias nos encontramos una multiplicidad de personajes que ceden o luchan contra ese lado oscuro de sí mismos, creando una ambigüedad humana que impide a los lectores emitir un juicios condenatorios. En los desenfrenos salvajes y el juego de apariencias de ‘Coleccionistas de polvos raros’ (2007), una novela que describe una Cali decadente que se regodea en la cultura narco, encontramos personajes como La Flaca que se adapta, aunque trata de mantener su integridad en un entorno corrupto. También en ‘Conspiración iguana’ (2009), vemos a Lucía Abondano, una periodista que debate entre la seducción del mundo criminal y su ética. Muy pocos, en la vida real y en la ficción, pueden mantener el equilibrio moral cuando se vive en los límites, como le sucede a Damaris en ‘La perra’ (2017), una mujer marginada y frustrada como madre, cuya ternura frente a una cachorra desvalida termina en odio mortal, al comprobar que se necesita más que amor y buenas intenciones para compartir una vida con otro ser vivo, que incluso siendo un animal también desea libertad y comprensión. Las novelas de Pilar Quintana logran cuestionar a los lectores, ¿en realidad estas personas son malas o no, yo podría llegar cometer esos actos en unas circunstancias similares?

“Mirá que yo creo que siempre he escrito de lo mismo. Un poema, que ahora me doy cuenta que era una ficción, y que escribí a los 7 años, era sobre un payaso que tenía la cara pintada de risa y por dentro estaba súper triste, porque se le había muerto la mamá. El payaso incendió su casa y recuerdo que le pasan una cantidad de tragedias. En ‘Cosquillas en la lengua’ soy yo quitándome las máscaras y mostrándome como era. En ‘Coleccionistas de polvos raros’, La Flaca está poniéndose máscaras para estar en sociedad. Ese siempre ha sido mi tema, acompañado por la pregunta de qué tan animales somos y por eso indagaba tanto en el deseo sexual en mis cuentos, buscando reflexionar en torno a la animalidad. Y sigo hablando de lo mismo, solo que con la maternidad encontré un caudal que no conocía, pero resulta que ahí es donde más animales somos, tener un bebé en la barriga, desearlo, quererlo, darle teta, es súper animal. Pero abordo esta realidad desde la misma perspectiva de antes, mostrando lo oculto, lo que no se puede contar. Cuando uno dice ‘maternidad’ piensa en la mujer feliz de los comerciales de artículos para bebé, pero yo muestro el lado B de eso, que no es la señora tierna y feliz, sino el lado oscuro que ha sido vedado hablar públicamente a las mujeres”.

La sexualidad explícita y la violencia de sus historias, particularmente del cuento ‘Violación’, provocó en su momento la reacción de algunos sectores conservadores de la sociedad. En Chile, donde se publicó la primera edición de ‘Caperucita se come al lobo’ (2012), que contiene varios relatos entre ellos ‘Violación’, el libro fue seleccionado para una campaña de lectura en 283 escuelas. Cuando los padres y profesores leyeron algunas líneas, se espantaron ante el realismo narrativo de Pilar Quintana, provocando un escándalo más bien cómico del que jamás se supo por qué los asesores del Ministerio de Educación chileno incluyeron el libro, si lo habían leído o no, pero lo cierto es que todos los ejemplares fueron decomisados y llevados a un destino incierto. Se sabe que alguien conserva algunas de esas preciadas ediciones, que fueron prohibidas bajo la etiqueta de pornografía, como en su momento calificaron a otras obras transgresoras. Después, en China, la misma autora sería censurada durante una residencia de intercambio cultural, cuando los delegados del gobierno fueron a traducir su obra al mandarín, de nuevo activaron sus censores y aunque le permitieron quedarse por cuatro días en Hong Kong, impidieron que asistiera y participara en los conversatorios programados a los cuales también fueron invitados otros autores.

En su ensayo ‘Sexo y censura’, la autora afirma: “A mi llegada a Hong Kong no me metieron a la cárcel, pero directamente me dijeron que no podría leer mis trabajos en público ni estos se publicarían, pues, cito textualmente, ‘No son apropiados para la cultura china’. A mis compañeros de residencia los publicaron en mandarín y cantonés e iban a eventos a los que a mí no me llevaban”.

—¿Por qué considera que su obra es censurada alguna veces?

Porque es incómoda y nos pone un espejo en el que no queremos vernos. Mi cuento más censurado ha sido ‘Violación’, porque muestra una verdad horrible. A uno le dicen como mujer: “no vaya al parque oscuro porque la violan”, pero no le advierten que el lugar donde ocurren el 90% de las violaciones es en la casa y que tu violador no es un enemigo sino tu papá, tu tío, tu primo, tu mejor amigo, tu esposo. Y esa verdad tan incómoda es la que muestra este cuento. Para muchos es más bonito seguir creyendo que las violaciones pasan por allá lejos.

3. Madres oscuras

El tema de la maternidad, o mejor del conflicto de ser mujer y madre, de algún modo estuvo tácito en la obra de Pilar Quintana, ya en un cuento como ‘Caperucita se come al lobo’ (2012), se alcanza a esbozar una relación madre e hija, después en otro cuento más reciente ‘Hasta el infinito’ (2020), aparecen los terrores del abandono. No obstante, es en ‘La perra’ donde la autora bordea un lado oscuro de la maternidad, precisamente su negación: la imposibilidad de concebir, un estigma que carga Damaris y la diferencia de todas las mujeres en la comunidad donde vive. De hecho, ella se siente menos mujer por no poder darle un hijo a Rogelio, su marido, y además acepta con resignación el permanente desprecio de su familia, en especial de la prima Luzmila que tiene dos hijas y dos nietas. Cuando la prima se entera que la perra adoptada por Damaris se llama Chirli, con una espontánea crueldad y aludiendo a su mayor vergüenza, le dice: “¿Chirli como la reina de belleza? —se rio Luzmila—, ¿así no era que le ibas a poner a tu hija?”. Este sentimiento de culpa por no ser madre es compensado de alguna forma por la presencia de la perra, pero al final, a su vieja culpa se sumará otra, la de acabar con un ser inocente. De nuevo, el genio de Pilar Quintana lleva a sus lectores, conmovidos por la difícil realidad de Damaris a un espacio moral ambiguo, ¿es de algún modo comprensible que una mujer con una vida así haya cometido esa barbaridad?

“A Damaris, en ‘La perra’, la conocemos como una mujer maternal, dulce, buena y tierna, que al principio del libro dice que no puede creer que haya gente que envenene a los perros y al final mata a su perra. Y a Rogelio lo conocemos como un maltratador de animales, que experimenta quizá placer cortándole la cola a uno de sus perros, y al final lo vemos asistiendo el parto de la perra, y lo vemos siendo tierno y cuidándola, prendiéndole la luz para que el chimbilaco no le chupe la sangre. A veces tendemos a pensar que los malos o los monstruos son una gente que está lejos, los guerrilleros o los paramilitares, que esos son los asesinos. A mí me gusta explorar que tal vez no están tan lejos y que dadas ciertas circunstancias, ese monstruo se va a despertar y va a salir y que la oscuridad no es ajena a mí, sino que vive adentro de mí, de vos y de todos. Todos vamos por la vida con buenas intenciones, queriendo ser buenas personas, pero todos tenemos secretos y emociones oscuras. Todos en un trancón, si tuviéramos una pistola mataríamos a este señor que se está volando el pare. No lo hacemos, pero son ese tipo de cosas que uno puede contemplar, las que vuelvo reales en la literatura”.

Pero es en ‘Los abismos’ (2021), una novela que se desarrolla en varios niveles narrativos, donde Pilar Quintana demuestra a plenitud su maestría literaria y profundiza —vale decir se lanza a lo profundo del abismo— en el conflicto de la maternidad, logrando una sutileza conmovedora y crítica.

La historia está narrada desde la perspectiva de Claudia, una niña de 8 años, única hija de una familia acomodada en la Cali de los años 80. A través de su mirada, entre ingenua y perspicaz, conocemos las vidas de un grupo de mujeres marcadas por la cultura machista de la época, cada una de ellas —encabezadas por la madre de Claudia—, cedieron a la necesidad de garantizar una estabilidad económica casándose temprano y procreando, dejando de lado sus aspiraciones profesionales y sueños de independencia. Desde luego, en la novela no hay una sola manifestación explícita de rebeldía individual o colectiva, en la perspectiva desprejuiciada de la niña se percibe cómo estas mujeres son trastornadas delicadamente por una sociedad que, tratándolas de reinas y muñecas, normalizó el maltrato y la sumisión, logrando desviar todos sus intereses y talentos a una sola finalidad: ser esposa y madre. Y esta cultura represiva desencadena, como reacción, una desesperada búsqueda de libertad que se convertirá en la tentación de lanzarse a los abismos existenciales, unos simbólicos como el adulterio, el alcoholismo y la depresión, conductas que para entonces, en una mujer, solo eran entendidas como incapacidad para asumir sus responsabilidades y mantener las convenciones sociales.

Sin embargo, hay un abismo muy doloroso para la narradora y que se va haciendo más profundo a lo largo de la novela, es el distanciamiento que existe entre ella y su madre, una mujer a la que ama y admira, pero de quien recibe a cambio desprecio y humillaciones, que son el pan diario en una cultura machista. La niña no sabe si su madre hace eso porque su madre la odia, o porque a ella también la maltrató su madre, como cuando le contó que una vez escuchó a su abuela responder así a una amiga, que le había preguntado si quería tener otro hijo: “Ay, mija, si hubiera podido evitarlo, tampoco habría tenido a esta”. La madre de Claudia, a su vez, repetirá esta maternidad renegada y cruel, que creará un complejo de patito feo en su hija: “lo único que ella y yo teníamos igual era el nombre. El resto lo saqué a mi papá. Todo el mundo lo decía, éramos idénticos”.

“Es que la maternidad oscura existe, pero está vedado para las mujeres hablar de ella. Cuando vos le preguntás a tu mamá cómo es ser madre, te dice: ‘es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. Fue mi realización. Amo a mi hijo, es lo mejor que me ha pasado en la vida’, pero no te dice que también fue lo peor. La maternidad te despierta el amor más profundo que puede tener el ser humano, pero al mismo tiempo te provoca la rabia más profunda, de hasta querer matar al muchachito. Y eso no está bien decirlo. Nadie te dice ‘ser mamá es tenaz’, y yo creo que la literatura está para contar lo que no nos permiten hablar. A las madres tampoco se les permite desear, pero no, ni la maternidad es pura y maravillosa ni las madres son santas, son seres humanos complejos”.

Mientras su madre sobrelleva sus propias frustraciones y anhelos de libertad inalcanzables, Claudia la seguirá por el borde de su abismo y tratará —ella sola, puesto que su padre siendo un hombre comprensivo y amoroso, inmerso en las convenciones sociales, jamás percibirá esa tentación del abismo que corroe a su mujer—, de sujetarla cuando llevada por su desesperación intente dar el paso en falso. En ‘Los abismos’, Pilar Quintana crea una atmósfera llena de deseos autodestructivos y fantasmas de mujeres famosas muertas, con las que una y otra vez la madre se identifica, y según teorías de revistas de farándula justifica como suicidios. “Estaba cansada de las obligaciones”, le dice su madre, cuando se enteran que la actriz Natalie Wood murió ahogada en un misterioso accidente, ocurrido en 1981. Igual sucede cuando muere la cantante Karen Carpenter por anorexia o la princesa Grace de Mónaco en un accidente de tránsito. Estos fantasmas internos y otras leyendas se corresponden con la estética de los espacios donde transcurre la historia, el apartamento lleno de plantas, que llaman ‘La selva’, y la moderna finca rodeada de monte y precipicios, y donde murió Rebeca, una conocida de la familia.

El macabro presentimiento de muerte obliga a que la niña, en una muestra de absoluta honestidad, le pregunte a su madre:

—Mamá, ¿vos querés vivir?
Por un instante me miró en el reflejo. Al momento desvió los ojos.
—No preguntés bobadas —dijo.


“Esta novela hace algo que hacemos todos en algún momento de la vida y es revisitar ciertos lugares y situaciones de la infancia para entenderlos y darles forma. Tenemos traumas y cosas que nos pasaron en la infancia, que en su momento vivimos, entendimos y aceptamos, y cuando somos adultos las entendemos del todo y les podemos poner un nombre y narrarlos desde el punto de vista de un adulto, quitándole ciertas cargas que tenían. En esta novela una adulta está narrando algo que le pasó de niña, cuando ella ve a su familia desmoronándose”.

4. Reinventar Cali

La ciudad de Cali había sido antes escenario para las historias de Pilar Quintana, de forma explícita en ‘Coleccionistas de polvos raros’ y esbozada, reconocible en algunos de sus cuentos. Aunque es en ‘Los abismos’ donde decide recrear su ciudad con una fidelidad documental, así es como los lectores logran particularizar esa aldea caleña en un momento particular de su historia, observándola desde su arquitectura, la vestimenta, las marcas, las costumbres y espacios, en un ejercicio de memoria colectiva que revive en sus páginas la Cali de los años 80. Pero va más allá del registro, esta ciudad es un universo autónomo y atemporal que interactúa con la misma trama de la novela, y al igual que la niña, los lectores redescubren esa Cali como una sorprendente novedad.

“Cali ha estado presente en toda mi obra y tengo muchos cuentos y casi todas mis novelas tratan de una Cali que no se llama así, pero que uno la lee y dice: esto es Cali. En ‘Los abismos’ es la primera vez que Cali se llama Cali, y aparece el Oeste de la ciudad, donde yo crecí, al lado de un río con piedras, iguanas, árboles gigantes y naturaleza. Esas características fueron determinantes para valorar la ciudad, los noté cuando llegué a otras ciudades y extrañé la presencia de los árboles. Por eso la naturaleza es protagonista siempre de mis historias, porque al irme de Cali sentía la urgencia de verla nuevamente. Después, al vivir en la selva, esto me permitió contemplarla con más profundidad, porque ya era consciente de ella. Crecí pareciéndome natural que en las ciudades hubiera ríos con piedras, iguanas y árboles, y donde se podía oír el león rugir, pero cuando me fui me di cuenta que así no eran las ciudades, que Cali tenía esa particularidad. Pude convertir a Cali en escenario literario desnormalizándola, viendo como algo nuevo lo que siempre me pareció natural, y eso me permitió crearla literariamente. Cali es magnífica, la gente es muy bacana, pero también es muy jarta. En la Cali que yo crecí no se permitía la diferencia, castigaba al que no pensaba como se debía pensar y al que no se vestía como se debía vestir. Fui una niña del Liceo Benalcázar que no actuaba como debía actuar una niña de tal barrio, por eso crecí sintiéndome inadecuada, y cuando llegué a Bogotá y me convertí en escritora, encontré ese lugar en el mundo donde fui aceptada. Ser la ‘diferente’ en la sociedad en la que crecí, me ha permitido contemplar la vida desde cierta marginalidad, eso también me dio la naturalidad para crear personajes de otro tipo, como Damaris, una mujer negra y nacida pobre en una zona muy aislada del país”.

5. La tradición caleña

Al conformar este rico y opresivo microcosmos caleño en ‘Los abismos’, que mereció el Premio Alfaguara de Novela 2021, la escritora Pilar Quintana no solo demuestra que es una de las voces más importantes de la literatura hispanoamericana actual, sino que en un nivel más local, logra ubicarse al lado de los grandes autores dentro de la tradición literaria caleña, una tradición que no obstante está integrada por muchos otros autores y autoras con amplia trayectoria y calidad literaria. Pero hasta ahora ningún autor había logrado obtener un reconocimiento equiparable con Jorge Isaacs y Andrés Caicedo en el ámbito literario, para este último argumento —que puede llegar a ser polémico— me baso en el impacto nacional e internacional de la obra de Pilar Quintana (numerosos premios y traducciones).

Esta parece una correspondencia literaria más en la vida de esa joven María del Pilar Quintana Villalobos, que siendo justamente una tocaya del personaje más representativo de la literatura vallecaucana: María, de Jorge Isaacs, también lo fuera de la rubia rubísima María del Carmen Huerta de ‘Que viva la música’, y que haya estudiado en el mismo Liceo Benalcázar de Cali.

—¿Se siente parte de la tradición literaria de Cali?

Claro, en ‘María’, de Jorge Isaacs, yo descubrí cómo narrar tu territorio con ojos nuevos. Eso de ver a Cali como una ciudad con naturaleza también me lo enseñó Isaacs, un vallecaucano que salió del país a estudiar y volvió extrañado para narrar su Valle como si fuera un inglés, con otros ojos. Y fue Andrés Caicedo quien me mostró que yo podía hacer una literatura de las cosas que me pasaban a mí, en la Cali que conocía y en la Cali que crecí. Hasta leerlo no se me había ocurrido que eso fuera posible.

—Precisamente, los personajes femeninos de Isaacs y Caicedo son representativos de la tradición caleña, y ahora su obra propone otros más como Claudia en ‘Los abismos’, ¿para usted cómo ha cambiado la construcción de la mujer en la literatura local?

Para mí María no es la protagonista de ‘María’, es Efraín el personaje que sufre la transformación más grande, pero ambos obedecen los designios y voluntad de Dios y del padre, y sacrifican su felicidad para no contradecirlos. Mientras que Andrés Caicedo hace que una mujer contravenga todos los mandatos de los mayores, de su colegio, de la sociedad, yo me inscribo más en esa línea caicediana, de crear personajes que no obedezcan su destino sino que se separen de este y se busquen un camino por otro lado.

Desde luego, la obra de Pilar Quintana no se escribió como una reivindicación de ninguna tradición —a los críticos corresponde encontrar esas relaciones—, pero que la obra de una escritora que eleva su ciudad a un nivel universal, como pedía León Tolstoi, sea reconocida a nivel internacional, es un excelente síntoma para la literatura colombiana y, en particular para la caleña, ya que existen autores y autoras que están creando una obra renovadora más allá de los límites nacionales. Por eso, desde la perspectiva más provinciana de la tradición caleña, sin duda Pilar Quintana se constituye en un nuevo precedente de la literatura local. Ahora los lectores pueden reconocer que en la ficción existen diversas Calis, y que junto a la Cali de Andrés Caicedo en los años 70, ahora tenemos la Cali ochentera de Pilar Quintana, y también la Cali de otros más: la violenta Cali de Arturo Alape y la Cali antillana de Edgar Cuero Córdoba, que reconstruyen los años 50; la Cali de Umberto Valverde y Fernando Cruz Kronfly; la Kali marginal y vaga de Jenny Valencia Alzate y la Cali noventera de Julián Chang. Esta tradición en la que también encontramos otros autores caleños que no necesariamente tienen a la ciudad como epicentro narrativo.
De modo que, aunque se pueda polemizar con estos argumentos, con su obra y reconocimiento Pilar Quintana amplía la perspectiva de los lectores locales, encabezando una diversidad de autores caleños contemporáneos y demostrando cómo ha evolucionado esta tradición. Con rupturas e innovaciones formales, a través de nuevas miradas a los asuntos de siempre: la familia y la ciudad, es como como avanzan las tradiciones artísticas, según el crítico Harold Bloom. Así como en su momento Andrés Caicedo tuvo como precedente a Jorge Isaacs, y logró sobreponerse a su influencia, dando un salto a la modernidad con su obra. Ahora Pilar Quintana dio el siguiente salto a nuestro tiempo, enriqueciendo nuestro imaginario local como lectores y estimulando la obra de nuevas autoras y autores caleños.

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