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Presentido a lo largo de la historia, el continente antártico fue el último lugar del mundo en ser descubierto, en la actualidad es el escenario de investigaciones que buscan descifrar el universo y describir cómo se deteriora la Tierra. Historia y ciencia se mezclan con la vida de un colombiano en ‘Relatos del confín del mundo (y del universo)’. | Foto: Foto: Steven Benton

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En busca de la Antártida, diálogo con el astrofísico colombiano Juan Diego Soler

En su libro ‘Relatos del confín del mundo (y del universo)’, el astrofísico colombiano Juan Diego Soler narra su aventura en el continente antártico, donde estuvo como parte de un equipo de científicos que buscaban captar las señales de luz del Big Bang, su experiencia se mezcla con las de otros exploradores que a lo largo de la historia intentaron llegar al Polo Sur, este inhóspito escenario que hoy advierte sobre el peligro ambiental del planeta.

15 de marzo de 2022 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

El breve relato que un condenado Ulises cuenta a Dante en el Canto XXVI del Infierno, de la ‘Divina Comedia’, podría considerarse una de las creaciones más poderosas del poeta florentino. En tercetos de fina medida, el héroe griego confiesa que su existencia no acabó en Ítaca, como muchos podrían afirmar basados en los hechos de ‘La Odisea’. Después de eludir la maldición de Poseidón y vengarse de los pretendientes que ambicionaban su reino, en vez de establecerse definitivamente con su amada esposa y su hijo, Ulises decide por última vez hacerse a la mar: “Ni el cariño de un hijo, ni el afecto/ de un padre anciano, ni el amor debido/ a la devota dicha de Penélope/ vencer pudieron mi deseo ardiente/ de conocer el mundo”, se lamenta entre llamas. Por Dante sabemos que Ulises cruzó las columnas de Hércules, donde acababa el mundo conocido —que según algunos estudiosos se trata del Estrecho de Gibraltar que se abre al Océano Atlántico—, y tomó luego por la izquierda buscando el hemisferio austral del planeta, donde “se divisaban todas las estrellas/ del otro polo”, fue en esas regiones inexploradas que una tormenta golpeó su embarcación y “el mar se cerró sobre nosotros”.

Al retomar la epopeya homérica y agregarle un trágico final, Dante alteró para siempre el carácter mítico del héroe griego. Si en ‘La Odisea’ representaba a un hombre que navegaba perdido en el mar, urgido por regresar a su hogar, en la ‘Divina Comedia’ nos encontramos con otra personalidad, a un verdadero aventurero para quien el mar no fue una maldición, sino el excitante territorio donde se encuentran prodigios y nuevas tierras. Por esta última representación el personaje que originalmente reivindicaba la nostalgia del hogar, quien regresa a lo conocido, en la modernidad Ulises fue adoptado como el arquetipo del aventurero nato, un apasionado por lo ignoto, quien como afirmó Borges en sus ‘Nueve ensayos dantescos’, “prefigura a los famosos exploradores que arribarían, siglos después, a las costas de América y de la India”.

En este sentido, muchos historiadores han terminado por asociar las visiones míticas del Ulises de Dante con el descubrimiento de América —aunque hoy sabemos que los Vikingos estuvieron en nuestro continente por lo menos 400 años antes que Cristóbal Colón—. No obstante, en la imaginación de Europa hubo otro continente —encontrado siguiendo el mismo rumbo de Ulises— que los obsesionó por mucho más tiempo, seguramente debido a las peligrosas dificultades de accesibilidad y que solo hasta principios del siglo XX pudo ser explorado, aunque parcialmente. De hecho, fue Aristóteles quien planteó su existencia, aplicando su poderosa lógica dedujo que no podía existir un Polo Norte sin su contraparte, el Polo Sur, y puesto que al extremo norte se le identificaba por su cercanía a la constelación Osa mayor, que en griego es “arktos megale”, este se llamó “arktikós” (cerca al oso) y que hoy conocemos como Ártico. Entonces, de acuerdo con el pensamiento aristotélico, el extremo sur vendría a llamarse “antarktikós” (dirección opuesta al oso), que indiferentemente hoy llamamos Antártica o Antártida.

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En septiembre de 2010, cuando el astrofísico colombiano Juan Diego Soler descendió de un gigante Boeing C-17 Globemaster y pisó por primera vez la base McMurdo en el continente antártico, él sabía que ese paisaje de “blanco infinito” a su alrededor no estaba vacío como aparentaba, sino que contenía miles de historias y albergaba todavía muchos secretos de la Tierra y el universo. Precisamente, había llegado como parte de un equipo investigadores canadienses con quienes pasaría más de cinco meses preparando el lanzamiento de un telescopio elevado por globo, el BLASTPol, con el cual buscaban “estudiar el fósil de luz del origen del universo”. Poco después, en 2012, regresaría a preparar un nuevo experimento, y en 2015, cuando fue su última visita a la Antártida, participó del lanzamiento de otro telescopio, el Spider, que tenía como objetivo reconocer “la huella del campo magnético que permea el espacio entre las estrellas”. Pocos en el mundo tienen el privilegio de observar el cielo desde el Polo Sur, una experiencia que marcó profundamente la vida de Juan Diego Soler y lo impulsó a escribir un extraordinario libro, que nadie esperaría de un colombiano.

El diario de sus investigaciones científicas en Antártida, así como una historia detallada de cómo fue descubierto este continente, considerado el último lugar de la Tierra, se combinan en ‘Relatos del confín del mundo (y del universo)’, el voluminoso libro que Juan Diego Soler dedicó a su aventura y la de todos los exploradores que a lo largo de la historia presintieron, bordearon y penetraron en este inhóspito lugar del planeta. Es el relato autobiográfico de un joven astrofísico colombiano, quien va presentando con claridad los conceptos básicos de su oficio a los lectores, así como narrando los principales hechos históricos y descubrimientos científicos sobre el Polo Sur, y haciendo de todo esto un recorrido íntimo, emocionante y formativo.

Aunque todos estos elementos están muy bien estructurados en el libro, a veces todo se fusiona con sorprendente fluidez, como en ese primer día sin noche de la Antártida, cuando desde la ventana de su habitación en la base, Juan Diego observó “la cabaña de madera que sirvió de refugio a los hombres que habían llegado hasta aquí en su travesía hasta el Polo Sur, casi exactamente un siglo antes”. Solo un especialista en el tema identificaría a quién se refiere el autor en la frase, pero su libro sabe preparar con amenidad a los lectores para que llegado el momento descubran la referencia que hace al capitán Robert Falcon Scott, quien con su tripulación hizo dos expediciones al Polo Sur, falleciendo por el frío y la violencia del clima en la última de ellas, en 1912.

De esta forma, reviviendo con calidad de novelista las aventuras de exploradores y documentando con gusto la ignorancia que muchos tenemos sobre astrofísica, en ‘Relatos del confín del mundo (y del universo)’ la Antártida se convierte en un paisaje vivo y más cercano de lo que pensábamos, incluso propio, puesto que Juan Diego Soler revela cómo América Latina y Antártida están conectados. De modo que la mítica Terra Incognita Australis (tierra austral desconocida), termina siendo para los lectores un misterio poderosamente seductor del mundo, similar al que atrajo a toda clase de exploradores europeos, desde Américo Vespucio que buscó “el otro polo” del que habló Ulises a Dante, Fernando de Magallanes que bordeó la Patagonia, portugueses como Pedro Fernández de Quirós que murió en Panamá, piratas ingleses como Francis Drake y navegantes legendarios como James Cook, Jonh Smith, Fabian Gottlieb von Bellingshausen, exploradores que se internaron en el mar congelado como James Weddell, Robert Falcon Scott, Roald Amundsen y Ernest Shackleton cuya embarcación ‘Endurance’, que se hundió en la Antártida hace 107 años, fue descubierta esta semana en las profundidades del mar de Weddell. Y seducidos por sus historias, vamos comprendiendo por qué el continente antártico, aunque posee una historia cargada de hechos heroicos, relacionados con su paulatino descubrimiento, y hechos bárbaros, debidos a la explotación de su fauna (focas, ballenas, pingüinos), al mismo tiempo, se ha convertido en el escenario de valiosas investigaciones científicas para descubrir algunos secretos del universo y las verdades más preocupantes sobre el deterioro climático de la Tierra.

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Durante una hora libre que se tomó de sus actividades en el Instituto de Astrofísica Espacial y Planetología de Italia (IAPS-INAF), en Roma, Juan Diego Soler, el colombiano que obtuvo la Medalla al Servicio Antártico del Departamento de Defensa de los Estados Unidos en 2011, habló sobre este libro donde narra su aventura personal en busca de la Antártida.

—¿Cuál fue su motivación para dedicarse a la astrofísica?

Nunca tuve un momento de revelación o un chispazo de convencimiento. Existen muchas formas de tomar decisiones en la vida y una de ellas consiste en no cambiar de camino. Como a mí siempre me gustó la física y la astronomía, lo que hice fue seguir los pasos que me llevaran en esa dirección, no tuve un eureka, pero el camino que seguí no fue precisamente recto. Como lo cuento en el libro, primero hice física de altas energías, luego física médica, y solo después de varios años logré hacer astronomía, lo que siempre soñé. Mi historia no es como la del astronauta que desde niño deseó ver el espacio, sino algo más natural, fue como dejarse llevar por una marea a un lugar que amas.

—¿Y cómo terminó viajando a Antártida para investigar el universo?

Cuando decidí hacer un doctorado en astrofísica deseaba que Antártida fuera mi destino, que mi trabajo no tuviera solo una parte académica, sino también algo de aventura. En primer lugar, apliqué mi solicitud para trabajar en un telescopio que hay en el Polo Sur, que se llama IceCube y es un detector neutrinos. Tenía la obsesión de ir a un lugar inhóspito como este y la ciencia fue mi oportunidad. Pero no fue allí me aceptaron, sino en un grupo de investigadores que hacía experimentos con globos en Antártida.

—El común de las personas confundimos, o tendemos a pensar que son iguales el Ártico y la Antártida, el Polo Norte y el Polo Sur, ¿cuáles son esas diferencias que comprobó en sus investigaciones, y particularmente, cuál es la importancia de Antártida para quienes habitamos en el sur del continente americano?

El Polo Norte y el Polo Sur la mayor diferencia que tienen es que en el norte no hay un continente, allí no hay más que agua y hielo estacional que ha formado un cascarón congelado que cubre desde el norte de Groenlandia, el norte de Canadá y se une con Siberia en el norte de Rusia, pero ese hielo es transitorio, cambia con cada estación, se forma en invierno y se disuelve con el deshielo del verano. En el Polo Sur sí hay un continente que es doce veces más grande que Colombia, además es el lugar más alto y más seco del planeta Tierra. Esas son las grandes diferencias, hay otras más anecdóticas, como que en el Polo Norte se encuentran los osos polares, mientras en la Antártida encontramos pingüinos.

Por otro lado, el Polo Norte ha sido mucho más investigado porque la mayoría de los humanos vivimos en el hemisferio norte del planeta, incluyendo a Colombia, aunque no lo parezca. Además el norte está geográficamente más cerca a los países industrializados, a Europa y Estados Unidos, por eso se convirtió en una frontera particular a la que fue difícil de llegar precisamente porque no hay un camino como tal. Mientras que al Polo Sur, como relato en mi libro, se llegó atravesando el continente, a pesar de que su superficie es la de un glaciar. Pero, igualmente, los dos polos son los lugares donde atraviesa el eje sobre el cual gira la Tierra. Me refiero a ese punto de rotación que si imagináramos que la tierra fuera atravesada por un palo y girara, entonces pasaría por los polos.

En cuanto al significado que tiene la Antártida para los latinoamericanos, debemos recordar que el sur de nuestro continente se descubrió porque cuando los españoles llegaron a América no sabían las dimensiones de lo que se habían encontrado, ellos lo que querían era hallar una ruta marítima de comercio con Asia, y digamos que nuestro continente era un obstáculo, por lo que mientras se iban hacia el sur buscando esa ruta comenzaron a ver realmente la magnitud del continente, todo lo que iban encontrando era un misterio, hasta que aparece Magallanes y da el primer paso al Océano Pacífico a través del sur de América Latina. Ahora mismo los países que tienen tradición Antártica y Polar, en nuestro continente, son Argentina y Chile, que hicieron reclamaciones territoriales sobre esta región, pero no tienen efecto por el Tratado Antártico de 1959. Pero, por ejemplo, Chile tiene la provincia de Magallanes y Antártica, y Argentina tiene bases que fueron instaladas desde que los barcos que cruzaban los puertos de la Patagonia paraban allí para aprovisionarse antes de dirigirse a las diferentes islas antárticas. Entonces, por la cercanía geográfica no hay ningún otro continente más cercano a Antártica que Suramérica, estamos en primera línea con este lugar, y hace parte del tesoro natural que deben preservar estas naciones.

—¿Se han realizado investigaciones colombianas en Antártida?

Para nosotros como colombianos la Antártida es algo un poco distinto, aunque Colombia es una de las 54 naciones que ratificó el Tratado Antártico en 2020, no tiene voto, porque esto corresponde solo a las doce naciones que establecieron el tratado original. Para nosotros representa una conexión mucho más amplia con esta región del planeta, en términos de que tenemos influencia del Océano Pacífico. Cuando aquí sentimos el fenómeno del Niño es apenas un eco de lo que está pasando en el sudeste asiático y Pacífico, lo mismo cuando las especies se mueven por el Océano Pacífico hacia el norte, las ballenas jorobadas y todas las especies que migran al norte vienen de Antártida, el flujo de nutrientes y los grandes cardúmenes de peces y las aves que se mueven con ellos nos conectan con el Polo Sur. En particular Cali y Buenaventura, en la región pacífica colombiana, pueden sentir los efectos de este vínculo.

Colombia ha hecho en la última década tres expediciones a Antártida, todas ellas por mar. Salen de Cartagena, atraviesan el Canal de Panamá y toman rumbo al sur hacia la península Antártica, a pesar de que no tenemos una base permanente allí. Sin embargo, hay que resaltar que Antártida hace parte del Patrimonio de la Humanidad, por lo que debe ser un continente preservado para todos. Pero lo que a mí me atrajo allí y me motivó a escribir el libro, es que creo que no hay un lugar más lejano a Antártida que Colombia. Aunque mentalmente para muchos de nosotros hoy en día el mundo tiende a ser muy pequeño, creo que es una percepción equivocada, porque el mundo es realmente enorme, y lo que quería como colombiano era aportar con este libro una idea de amplitud del mundo que muchas veces no vemos así lo tengamos en nuestras narices. Es inconmensurable lo que puede llegar a ser el planeta Tierra, si aprendemos a ver con detalle todo lo que nos rodea. Aquí hablo de este tesoro tan lejano que es Antártida, pero sucede también con nuestro propio país, y como confieso en el libro, a mí me pasa algo y es que probablemente conozco mejor Antártida de lo que conozco a Colombia.

—¿Por qué decidió darle a su libro esta estructura híbrida, entre historia, divulgación científica y diario personal?

Cuando escribí este libro tenía en lo profundo de mi memoria dos obras, ‘Rayuela’ de Julio Cortázar, que significó mucho para mí en la adolescencia, y como sabemos su estructura es fragmentaria, se trata de un libro que no hay necesidad de leerlo en orden, permite muchas formas de lectura, quise jugar también con esa idea. La segunda obra fue una del escritor norteamericano Dave Eggers, que se llama ‘A heartbreaking work of staggering genius’, no hay versión en español, pero puede traducirse como “un descorazonador trabajo de un gran ingenio”, es un libro sobre la pérdida de los seres amados. Eggers perdió a sus dos padres con pocos meses de distancia, ambos por cáncer, y en esta autobiografía cuenta y reflexiona sobre el duelo. Yo lo leí cuando perdí a mi padre, quien murió en diciembre del 2019 y esa pérdida fue el detonante de mi libro, porque en ese momento sentí la necesidad de compilar no solamente todas esas anécdotas y notas que yo tenía de los viajes a Antártica, así como de la historia del continente, sino que también debía poner mi experiencia personal en el libro. Por eso la estructura tiene capítulos personales, narrados como un diario, con la fecha y la ubicación exacta en latitud y longitud del lugar donde me encontrara, las cuatro coordenadas de espacio y tiempo, y esto resulta como un pulso de las distintas épocas en mi vida que me llevaron a poder viajar a la Antártida como investigador.

Es un recuento autobiográfico en ese sentido, pero por otro lado, los capítulos históricos están escritos en la misma forma de los diarios de los grandes navegantes que exploraron Antártida. Ese formato consta de un título, una cita y antes del texto principal, presentar un breve resumen, así están escritos los diarios del capitán Robert Falcon Scott, del capitán Cook, las memorias del explorador James Clark Ross, entre otros.

Por ser un trabajo eminentemente personal, en este libro me propuse hacer algo así como cuando en los libros de Harry Potter, no sé si se acuerda, Dumbledore cogía su varita mágica y se sacaba sus pensamientos y los depositaba en un cuenco, yo necesitaba hacer eso en aquel momento, descargarme de esa inmensa maleta de recuerdos antárticos que llevaba encima.

—Además de las investigaciones astrofísicas en las que participó, descritas con detalle en el libro, ¿cómo fue la documentación para escribir, al mismo tiempo, una historia de la Antártida?

Este continente tiene la particularidad de que casi todo el que ha estado en él, escribe sobre su experiencia. Y como yo llegué a Antártida con un montón de nerds, porque los astrofísicos son eso, todos tenían un conocimiento bastante profundo del lugar, que abarcaba muchas dimensiones no solamente a nivel científico, sino histórico y biológico, reconociendo clima, fauna y topografía. Pero eso no es algo que aprenda de inmediato, la primera vez que yo fui estaba fascinado por otras cosas, como el viaje mismo. Esa vez, recuerdo haber leído la última historia que cuento en mi libro, la de Ernest Shackleton. Pero estando ya en Antártida me encontré con muchas personas que me decían, “si ya se leyó este, lea este otro y este otro y otro”, y era como seguir al conejo que se va metiendo cada vez más hondo en la madriguera, así comencé a documentarme.

Otro de los primeros libros que leí fue ‘El peor viaje del mundo’ de Apsley Cherry-Garrard, pero cuando uno entra en este mundo, y se encuentra allí, leer sobre Antártida se vuelve una adicción que nos lleva a coleccionar más y más libros, cada vez más raros y difíciles de conseguir, como las memorias de Douglas Mawson, y otros más. Es muy fácil aficionarse a las lecturas sobre la exploración Antártica porque son aparentemente tan sencillas de leer que, por ejemplo, muchos de los que leí también estaban en audiolibros para dormir. Tal vez sea, supongo, porque a la gente que está en este lugar del mundo la mayor parte del tiempo no les pasa nada. Sin embargo, para llegar allá tuvieron que haber superado mucho y eso hace que esa aparente tranquilidad del continente este cargada de una sensación de aventura.

Llevo más de 10 años leyendo sobre Antártida, tomando notas, coleccionando objetos y fotos, hablando con otras personas que han ido, incluso existen grupos en Facebook de exploradores, y compartiendo con algunos amigos del trabajo que estuvieron conmigo allá. Pero fue cuando empezó la pandemia que sentí la necesidad de volver a estar narraciones, porque la pandemia exigía cosas muy parecidas a lo que se necesita para estar en la Antártida, como vestir de cierta manera, prepararse físicamente y cuidar la salud para enfrentarse a los elementos, en la pandemia contra un virus y en la Antártida con la naturaleza misma. Esa asociación me devolvió a las lecturas y me permitió conjugar todo esto, sumado con el fallecimiento de mi padre y el nacimiento de mi hija, que ocurrieron con dos meses de diferencia.

—¿Cómo y cuándo fue la primera vez que se enteró de la existencia de Antártida?

Fue cuando mi mamá me regaló un libro en el que aparecía una foto de la expedición de tractores al Polo Sur liderada por el alpinista Sir Edmund Hillary, tenía 7 años y desde entonces Hillary se convirtió en uno de mis ídolos, y aún más que él, su sherpa nepalí Tenzing Norgay, con quien logró alcanzar la cima del Everest. Me identifiqué con Tenzing Norgay porque se parece mucho a nosotros, yo me lo imagino echando paso en Cali. Mientras Sir Edmund Hillary era un blanco ojiazul, con esa apariencia popular anglosajona del explorador. A esa edad yo me había obsesionado con su llegada al Everest y por ese libro me enteré que también había llegado al Polo Sur. Me acordé de esto cuando volví a revisar mis libros para escribir ‘Relatos del confín del mundo’, encontrándome con ese libro del año 1989.

—¿Y cómo fue su primera impresión al llegar a Antártida? ¿Lo que vio confirmó aquello que tenía ya en su imaginación y conocimiento?

Nada lo prepara a uno para dimensionar lo que es Antártida, lo grande que es absolutamente todo, todo excede el conocimiento humano, porque es un lugar, como en algunas partes vírgenes de Colombia y América del Sur, donde puedes ver que no hay rastro del hombre, nada construido por humanos, todo lo que ves está intacto. Cuando llegué tenía algunas ideas a partir de lo que me habían contado las personas de mi trabajo que estuvieron antes, y a eso se sumaba la espera de meses durante la preparación, y la expectativa porque no había una fecha precisa para partir, sabía que iba a ir pero no cuándo. Incluso cuando uno está apunto de abordar no lo puede creer, y la primera impresión al llegar fue —a pesar de que uno puede haber leído mucho e imaginar toda la sequedad y el frío— que lo único húmedo a mi alrededor era mi propio aliento, porque lo primero que te recibe es ese choque de aire que entra cuando abren la compuerta del avión y sientes la absoluta sequedad y frío del lugar. Esa primera inhalación de aire salvaje es un recuerdo de Antártida que guardaré siempre, hasta hoy me resulta más profundo que cualquier imagen del lugar, me dejó la sensación de llegar a otro planeta, a pesar de haber vivido inviernos en otros lugares, como en Canadá. Es algo que jamás he vuelto a vivir.

Al respecto recuero que curiosamente, el capítulo de mi libro en el que describo la muerte de los integrantes de la expedición de Robert Falcon Scott al Polo Sur, yo lo escribí un día de nevada en Berlín, durante el 2020. Y para acercarme a sentir lo que ellos padecieron en ese lugar, esas condiciones de desnutrición y frío, que como narrador debía respetar, puesto que son condiciones extremas que debía escribir con la mayor fidelidad, tal vez por eso, decidí salir a la calle en plena nevada a menos 8 grados centígrados, llevando solo una camiseta durante una larga caminata hasta llegar a ese punto cuando la exhalación duele, que se te dificulta respirar porque el aire que metes a tu cuerpo está frío y te quema la garganta y los pulmones. Pensé que necesitaba hacer esto para recrear con algo de honestidad ese momento tan duro que vivieron los exploradores, aunque nunca se acercará a la realidad de ese choque con la naturaleza que algunos vivieron en un lugar tan inaccesible y alejado de la civilización.

—Pero, finalmente llegó a la Antártida para investigar con un telescopio lo que llama, en el libro, “el fósil de luz del origen del universo”…

Exactamente lo que nosotros, porque yo era parte de un equipo de científicos, llegamos a hacer en la Antártica era lanzar un telescopio a 40 kilómetros de la superficie de la Tierra, usando un globo de helio, con el objetivo de encontrar allí la luz que no llega a la superficie de la Tierra, ya que es absorbida por las atmósfera. Y lo que estábamos buscando detectar era una señal en forma de luz que es el fósil del Big Bang, el remanente de energía de la creación de nuestro universo. Esa señal es extremadamente tenue, es como si quisiéramos escuchar un susurro en medio de un concierto de heavy metal, y para identificarlo en esas condiciones lo primero que haríamos sería identificar lo que conocemos, la batería, las guitarras, la voz del cantante, el bajo, luego aplicaríamos un filtro para las personas que hay en el lugar, porque todas respiran y se mueven, y cuando ya hemos reconocido todo esto, vamos quitando cada sonido hasta lograr escuchar el susurro. Esa es una idea de lo que nosotros estábamos intentando hacer, pero con luz, para escuchar esa señal que nos puede explicar por qué el universo está ordenado de esta forma que observamos, por qué la distribución de las galaxias es tan homogénea, por qué hay lugares del firmamento casi opuestos con propiedades similares, por qué más allá de nuestro sistema solar, de nuestra galaxia, el universo parece ser tan homogéneo, eso es algo resulta muy extraño para la ciencia. Y para encontrar esa señal tan tenue hicimos volar ese telescopio, pero en vez de separar la batería, el bajo, la guitarra, las voces y el ruido, lo que hicimos fue medirlo en distintas frecuencias de colores para filtrar la señal que proviene del Big Bang.

—¿Por qué fue necesario hacer esta investigación desde el Polo Sur?

La razón es más sencilla de lo que pueda parecer, y es que en la Antártida no vive nadie y ofrece un gran territorio para que el globo pueda moverse con más libertad, además el patrón de los vientos en este lugar, a 40 kilómetros de la superficie de la Tierra, lleva los objetos alrededor del Polo Sur en cuestión de unos pocos días. Estas propiedades son las que buscábamos. En primer lugar, como está despoblado, nadie puede sufrir cuando el telescopio caiga, y segundo, el telescopio puede hacer una trayectoria muy larga, casi que dándole la vuelta al continente antártico y se podría recoger del otro lado. Pero eso no fue lo que sucedió, como al otro telescopio Spider que lanzamos, este cayó muy lejos y tuvieron que ayudarnos para recuperarlo. Si esto hubiera ocurrido en el mar habríamos perdido todo. Los mismos telescopios también se pueden lanzar desde Australia, el problema es que allá, a diferencia de la Antártida, hay día y noche normalmente, entonces cuando el globo está bien inflado está más alto durante el día, y de noche se comprime cuando hace más frío y desciende porque tiene menos fuerza de flotación. De esta forma tendríamos un globo que sube y baja regularmente, lo que afectaría la investigación, mientras en el Polo Sur como siempre es de día y frío, se mantiene a una altura constante.

—A largo del libro hace una advertencia sobre el cambio climático, que debemos estar atentos a la Antártida porque “es el pájaro en la mina” de todo el planeta…

Las regiones polares del planeta son las únicas donde no hay influencia humana directa, porque no hay mucha gente viviendo ahí, entonces son como si fueran el experimento perfecto de la Tierra. No como en las ciudades donde por el hecho de que hay muchas personas y su impacto, eso ya modifica las condiciones del lugar, lo mismo sucede en los lugares donde hay agricultura, mientras que los polos son prístinos en ese sentido y, por lo mismo, están a merced de los ciclos del clima, son realmente los lugares donde podemos tener la medición precisa de cómo está cambiando el planeta. Los glaciares de la Tierra, en particular los de Antártida y Groenlandia son el resultado de la acumulación de un montón de nieve, cada vez que cae nieve en estos lugares se acumula entre nevada y nevada, eso hace que queden atrapadas partículas de la atmósfera en el hielo. Es como con los troncos de los árboles, que cada anillo indica un año, bueno el hielo de Antártida es así, cada capa corresponde a una época de nuestra historia. Por eso en las investigaciones que se han hecho allá están descubriendo todo el registro de la atmósfera en el pasado, en esas capas se puede ver cómo era la atmósfera de la Tierra cuando empezó la Revolución Industrial, o cuando explotó el volcán Pinatubo que causó el llamado año sin verano con hambrunas en Europa del norte, por ejemplo. En ese sentido, la Antártida es el libro de la Tierra.

Y ahora que podemos leer ese libro de la Tierra, evaluando esas condiciones atmosféricas, podemos ver cómo está cambiando el clima, y sabemos que especialmente la Antártida se está calentando más que cualquier otro lugar del planeta, el Océano que está al sur de América Latina es el que más se está calentando y eso hace que, por ejemplo, se desprendan trozos enormes de glaciar que se convierten en icebergs. A principios de 2021 se conoció que un glaciar con el tamaño del departamento de Risaralda se desprendió de la Antártida, eso tendría suficiente agua potable para alimentar a las principales ciudades de Colombia. Estamos hablando de un pedazo de hielo enorme, y cuando me refiero a que son como el canario en la mina, es porque el deshielo no sucede naturalmente, algo muy grave debe estar pasando, lo que significa que no solo el calentamiento global está en un momento agudo, sino que se está acelerando por procesos inducidos por el consumo de combustibles fósiles y la emisión de gases de efecto invernadero. El canario en la mina, que es la Antártida, en este momento no tiene muy buena apariencia y eso debe preocuparnos a todos.

—¿Después de sus investigaciones en la Antártida a qué otros proyectos científicos se ha dedicado?

Ahora estamos trabajando en una propuesta para lanzar el telescopio de nuevo, porque por la pandemia las operaciones en la Antártida cesaron, obviamente. Pero esta vez pensamos hacer la investigación con un desarrollo tecnológico que nos va a llevar más lejos, se trata de usar globos presurizados que no tienen este problema de cambiar de volumen entre noche y día, por lo que podríamos lanzarlo desde otras latitudes en la Tierra, y lo que posiblemente haremos será lanzarlo desde el norte de Nueva Zelanda para recuperarlo en Suramérica. Vamos a tener vuelos mucho más largos en latitudes más altas, eso es en lo que ahora trabajo, estamos haciendo la propuesta para que la NASA financie las investigaciones con este telescopio y en algunos años tengamos observaciones muy importantes para la astrofísica.

Lo más curioso es que entré a la astrofísica pensando en estudiar esa radiación cósmica de fondo del Big Bang, pero en últimas, como en el concierto que te mencionaba, me terminé yendo no por el susurro, sino por las guitarras. Con esto quiero decir que actualmente también estoy investigando nuestra galaxia, es mi actividad principal aquí en Italia, y aunque la investigación con telescopios en globo sigue avanzando, ahora mismo observo el universo desde radiotelescopios en la superficie de la Tierra para comprender la estructura de nuestra galaxia. Esa señal que antes estaba limpiando, es ahora todo mi objeto de estudio.

—¿Y qué particularidades de la Vía Láctea está investigando?

Cuando digo que trabajo en la estructura de la galaxia, es que estoy intentando comprender cómo se forman las estrellas en la galaxia, donde también hay una cantidad de nubes de gas y polvo interestelar, que son partículas muy pequeñas como el humo de un cigarrillo, observables incluso en una noche muy despejada, son como parches muy oscuros que absorben la luz. Entonces, básicamente investigo cómo esas nubes de gas y polvo se convierten en estrellas. Y por ese camino nos hemos encontrado con cosas muy interesantes, por ejemplo, en 2020 publicamos un documento sobre el descubrimiento de un filamento de la galaxia que nombramos Magdalena, una estructura a la que yo quise darle el nombre del río más largo de Colombia. La gracia de esta investigación es que no esperábamos encontrar un filamento, que es el nombre refinado para una muy larga estructura que tiene la capacidad o suficiente gas para formar 100 mil soles, y estaba allí, al otro lado de la galaxia sin actividad visible de formación de estrellas, pero nadie lo había visto. Creo con esto desaté un monstruo, porque ahora todos los grupos de investigadores que descubren un filamento quieren ponerle nombre de ríos. A principios de 2021 otro grupo descubrió un objeto espacial y le puso el nombre del glaciar que da origen al río Ganges, y ahora la competencia es por cuál es el filamento más largo, es una fiebre de filamentos, de encontrar en nuestra galaxia, que es como un plato relativamente plano, esos brazos en espiral que tiene, porque no podemos verlos claramente todos ya que nosotros vivimos dentro de uno de esos brazos. Estamos apenas aprendiendo de estas estructuras en un momento donde por fortuna tenemos muchos datos para analizar. En ese sentido, mi trabajo se relaciona un poco con lo que hacen, por ejemplo, en Facebook, que trabajan con miles de variables para modelar una estructura y ver cómo funciona.

—¿Qué piensa de esas especulaciones de la ciencia ficción sobre un futuro en el que la humanidad deba abandonar la Tierra y vivir en otro planeta?

Mi respuesta ejecutiva es que no hay mejor vividero que la Tierra. No existe ningún lugar en el universo, que hayamos descubierto, donde puedan prosperar formas de vida como la nuestra. Necesitaríamos de gran tecnología para vivir por fuera del planeta, y en ese sentido la única nave que tenemos hasta el momento, y que funciona, es la Tierra. El resto no solo necesitaría una inversión tremenda, sino de desarrollos tecnológicos que ahora ni siquiera nos imaginamos. Por ahora solo tenemos la Estación Espacial Internacional con seis personas ahí metidas dándole vueltas al planeta, averiguando cómo podríamos sobrevivir en el espacio exterior, pero eso lleva muchísimo tiempo, y hasta el momento no hemos solucionado un montón de cosas, como el hecho de que en el espacio los músculos se debilitan, incluso los huesos comienzan a reabsorber los músculos, o que las personas pueden sufrir problemas neuronales y de visión, y esto ocurre solo a 300 kilómetros arriba de la Tierra, ahora imagínese en un viaje a Marte o mucho más largo, el cuerpo humano no está hecho para un viaje espacial.

Obviamente debemos soñar, pero creo que es un error pensar que si nos tiramos este planeta vamos a conseguir otro, y que eventualmente nos vamos a ir de aquí. Cosas muy terribles deben pasar antes de tomar en serio esa alternativa. Es mejor pensar que la Tierra es la única nave espacial que tenemos para viajar en el cosmos, aquí ya tenemos todo lo que humanamente necesitamos, y aquí ya existe una complejidad sinigual que nos ha proporcionado todas las condiciones para prosperar como civilización, como para pensar que en un futuro cercano tenemos que irnos. Si ocurriera una catástrofe de grandes proporciones, en ese caso, ciertamente no tendríamos para dónde coger ahora mismo. Esta es una fantasía interesante, pero no lo veo plausible.

—¿Y cómo astrofísico cuál es su opinión de los terraplanistas?

Me generan una decepción terrible, pero también es un llamado para nosotros los científicos a pensar en cómo nos estamos comunicando con la sociedad. En una parte del libro yo hablo de cómo, por un intervalo muy pequeño de tiempo, parecía que los problemas de la humanidad se iban a solucionar, a finales de los 80 cuando cayó la Unión Soviética y llegaron los 90, pero empezando la década del 2000 ocurrió el atentado contra las Torres Gemelas y cambió esa percepción completamente. Sin embargo, durante ese tiempo pensamos que íbamos hacia adelante, que las vacunas nos ayudarían a prevenir las enfermedades y la tecnología ayudaría a superar muchas dificultades, y lo que sucedió en los últimos años es que la realidad no es tan sencilla como suponíamos, que la historia está hecha de pasos adelante y hacia atrás, y en ese camino debemos reconocer que hemos dejado mucha gente atrás en términos científicos. El hecho de que pueda existir una reacción tan influyente a las evidencias científicas, por ejemplo, a las vacunas contra el Covid-19, o a que la tierra sea redonda, parece ser el paso cero para entablar cualquier conversación científica, y aunque es decepcionante, también debemos preguntarnos a quién le estamos hablando como científicos, a quién le estamos hablando como académicos, cuál es la mejor forma de comunicarnos. Pero es algo que resulta muy complejo en cada caso, y si tienes un amigo terraplanista ya te habrás dado cuenta de que es prácticamente imposible solucionarlo. No quieren escuchar argumentos porque ya están convencidos y cualquier idea diferente no hace sino reforzar sus creencias.

Lo más importante que yo puedo concluir de esto, es que el sistema de educación nos ha fallado a la hora de formar sujetos críticos, ese es un gran problema no solo de Colombia, sino del mundo. El que la educación no dé las suficientes herramientas para que cualquier ciudadano pueda comprender, explicar y argumentar la aplastante evidencia que hay sobre estos temas. A más de uno cuando le preguntan por qué la tierra es redonda, por ejemplo en una conversación casual, se quedan en silencio, porque sencillamente no lo saben. Pero todos deberían saber que es tan sencillo como llamar al hemisferio sur del planeta y pedir a alguien que mire por la ventana hacia dónde se mueven las estrellas, y se dará cuenta que giran en la dirección opuesta al hemisferio norte, o que la Luna durante un eclipse tiene la sombra del Sol curvada. De hecho la intención de refutar algo tan falso a nivel científico como el terraplanismo estuvo en mi pensamiento al escribir los primeros capítulos de mi libro, quería refutarlo sin dirigirme directamente a ello, solo dejar las evidencia expuestas.

Creo que debemos dejar de asumir que la gente sabe estas cosas, y de disminuir el valor de las personas porque no lo sepan, debemos empezar por aceptar que no lo sabemos todo, especialmente nosotros en el mundo científico y en la academia, si hiciéramos ese acto de humildad aprenderíamos más. Sin embargo esa no es la actitud más recompensada en estos días, sino la contraria, como vemos con los políticos que promueven ideas equivocadas y generan desconfianza en la gente, y como les mienten eso impregna todo, ocasionando que muchas veces ante la realidad de argumentos sólidos de la ciencia, como que la tierra es redonda, simplemente hace falta repetir que es falso una y otra vez para desautorizarnos. Necesitamos darles más herramientas a los ciudadanos para que usen su propio criterio, el terraplanismo, el negacionismo del cambio climático, los antivacunas, no son una enfermedad, sino un síntoma de la disparidad tan grande en el acceso al conocimiento, en la capacidad de discusión y crítica de una sociedad. No solo es un problema de los científicos.

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