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Dante Alighieri y su Divina Comedia han inspirado artistas de todas las clases: pintores, músicos y cineastas, pero su influencia ha calado mucho más profundo en la cultura popular, llegando inspirar la creación de uno del video juego más conocidos de los años 90. Homenaje inesperado. | Foto: Monumento en la plaza Dante (Nápoles)

POESÍA

Dante Alighieri y Super Mario Bros, relaciones arquetípicas entre fontanero y poeta

Dante Alighieri y su Divina Comedia han inspirado artistas de todas las clases: pintores, músicos y cineastas, pero su influencia ha calado mucho más profundo en la cultura popular, llegando inspirar la creación de uno del video juego más conocidos de los años 90. Homenaje inesperado.

25 de septiembre de 2021 Por:  Julián Alejandro, especial para Gaceta

El videojuego era algo serio en casa, mi madre quien nunca usó un joystick, dosificaba la consola del Super Nintendo de acuerdo al comportamiento que mi hermano y yo tuviéramos en el hogar, la clase, la iglesia, y en la calle con los otros niños, y lograba de esa forma convertir un ingenuo aparato en una herramienta de control y disciplina tan eficaz como ninguna otra —creo que muchas señoras lo hicieron de ese modo—. Sí, el videojuego representaba para nuestra conducta lo que las galletas a los perros, pero si el animal se siente tan feliz como el niño con la recompensa, entonces, piense lo que piensen los pavlovianos, no me parece demasiado orgulloso haber disfrutado de esa alegría.

Pero en casa no sólo se pasaba el tiempo libre jugando, hubo otra costumbre poco frecuente que mi padre nos procuraba, la lectura. Aprendimos que las historias edificadas con palabras hospedan imágenes que pueden recrear, y para un niñito eso está muy bien, pero el elemento audiovisual es atractivo y es allí donde los libros no ejercen mayor fuerza, porque —a menos que el lector tenga algún desorden mental— las imágenes que procura la mente son sutiles y es nuestra voz la que dialoga. No soy el tipo de lector con la capacidad de recrear como si se tratara de una película las lecturas. Leer para mí, supone un esfuerzo de concentración, distanciamiento de las cosas triviales y huecas que componen un día común y siendo medio cursi, ejercer mi derecho al silencio.

De esta forma tan hogareña, la literatura y los videojuegos han proporcionado para la imaginación un equilibrio que no me ha permitido caer en solemnidades. La lectura que es el juego aplicado de la literatura demanda silencio, concentración y según algunos autores, de la lectura se desprende alguna creación, que demuestra el diálogo sostenido con la obra, que esta pudo ser leída y no fue el sujeto quien terminó siendo leído y desechado por ella. Un principio similar rige los videojuegos: “Si un jugador decide confrontar un juego, su deber es superarlo todo en el nivel Hard (Difícil). No hacer trampas, jugar honestamente y desarrollar una ética, es lo que garantiza al jugador merecer su nombre”, escribió Yukio Miyamoto en la ‘Ética del videojuego’.

Los videojuegos exigen distanciarse, pero prescinden del silencio, la ludopatía determina la gracia de un juego y en ciertos momentos de la historia, un simple sonido puede anticipar la aparición del enemigo o el momento indicado para realizar un truco. Esos ruidos electrónicos, sampleados, que son parte de la banda sonora de nuestra generación. Había uno crucial en Super Mario Bros. En el nivel 3 algo —no recuerdo cuál— y en el nivel 7-1 se podía saltar sobre una tortuga —porque en este mundo las tortugas son letales— que descendía por una escalera, y si uno acertaba en apachurrar al bicho sobre el escalón indicado, el fontanero quedaba saltando allí, en un bucle que generaba puntos, y después de unos saltos que superaban los 100 puntos, empezaba a sumar vidas que servían para superar los niveles avanzados de la historia, este truco tiene un nombre que no avergonzaría a un místico: “Las cien vidas”.

Así, gracias a que los videojuegos no se toman en serio —hasta ahora ninguna institución premia a muchachos que se dedican a romper puntajes— no desarrollé la absurda idea de que eso que me apasiona debe ser relevante y ceremonioso, algo que los otros deban alabar. Esto aplica a la literatura. Como sucedía a Píndaro —que no había recibido garrote toda una tarde en la sala de videojuegos— cada vez que la poeta Corina lo vencía, el jovencito se rasgaba las vestiduras insinuando que el juicio había sido injusto. Podemos ver lo importante que es para un hombre decente desarrollar pasión por cosas mundanas, para aprender a aceptar las derrotas.

La primera vez que leí la Divina Comedia fue en un tomo de bolsillo que había en casa, me sorprendió que un hombre para descender al Infierno y ascender al cielo sólo necesitara salir a montar en carrosa después de almuerzo y darse una siesta, esa fue la primera impresión. Luego noté con espanto que el Infierno se dividía en círculos que estaban reservados según el pecador. Pero lo que en realidad me exaltó, fue descubrir que ese hombre había construido una ruta que atravesaba el Infierno y llegaba hasta el Paraíso sólo para ver a una mujer de la que no sabía prácticamente nada y que todas las pruebas encaradas se condensaban en un recibimiento tan corto e irreal, que no se entiende la reacción de Dante cuando la mujer que motivó su expedición se pierde entre la multitud de ángeles. Un hombre desarrolla un amor ridículo y valiéndose de sus habilidades poéticas construye una de las obras más bellas, pero al lector no le importa la historia, le importa el estilo.

Es 18 de noviembre de 1962, hace dos días cumplió diez años, llevaba cinco minutos en clase de literatura universal, cuando escuchó un nombre que le sonaba, “Dante” y la profesora empieza a contar que es autor de un extenso poema llamado la Divina Comedia. Su rígida formación nipona le impide asociar adecuadamente los dos términos, para él lo divino es respetable, temible, de lo que uno no se puede reír. ¿Cómo un tipo va a titular algo de esa forma? Fue el primer encuentro con un poeta occidental. La clase continuó y no pudo concentrarse, la profesora explicó la arquitectura del Infierno y la disposición del Paraíso. Notó que para los occidentales todo es pomposo. Sin embargo su interés había despertado, Shigeru Miyamoto leyó la Divina Comedia, conservó las imágenes en su memoria y supo que esa lectura podría servirle para algo en la vida.

Años después trabajando para Nintendo como programador tuvo la oportunidad. Se le encargó un nuevo videojuego: Super Mario Bros. Su trabajo consistía en desarrollar la historia y tipificar el personaje. Hizo al personaje italiano y fontanero capaz de atravesar el mundo de los vivos, el inframundo y el cielo. Los motivos de la aventura serían simples: una criatura malvada secuestra la princesa del pacífico Reino Champiñón y debe ser rescatada. Desde entonces, Dante, el poeta, y Mario, el fontanero, conservan algo en común, son arquetipos del amante rechazado que enfrenta lo desconocido y los riesgos que esto implica, como una forma de excelencia moral para conseguir lo que se busca. Mario es un simple fontanero que se enamora de una princesa, Dante es un desconocido enamorado de una casi extraña, ambos apelan a las licencias que todo héroe merece. De todo esto lo más divertido para mí, es que después de atravesar todos los niveles del videojuego Mario encuentra a la princesa que, inmediatamente, desaparece y deja un mensaje de difícil comprensión: “Thank you Mario! Your quest is over. We present you a new quest. Push button B to select a world” (¡Gracias Mario! Tu búsqueda ha terminado. Te ofrecemos una nueva búsqueda. Presione B para seleccionar un mundo). De la misma forma en que Dante es abandonado en el Paraíso luego de ser introducido y guiado por Beatrice, el pendejo de Mario, debe iniciar desde el principio, porque al parecer los poetas y los fontaneros no saben hacer otra cosa que jugar una y otra vez el mismo juego.

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