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Le encanta viajar sola, quedarse con sus libros en un hotel. Hace diez años se fue a recorrer Europa por dos meses. | Foto: Tomado de Instagram

MARTHA ISABEL BOLAÑOS

Martha Isabel Bolaños: la nueva imagen del amor por Cali y su salsa

Nada le ha sido fácil, ni siquiera quitarse el estigma de su papel más famoso, La Pupuchurra. Amante del baile y la lectura, la actriz prefiere estar sola y tranquila.

23 de agosto de 2020 Por: Isabel Peláez R., reportera de El País

Nació un Día de los Inocentes, un sábado 28 de diciembre, a las nueve de la noche, y en sus cumpleaños cuando era niña sus amigos en vez de regalos, le hacían inocentadas. Aún queda algo de esa ingenuidad natural combinada con un toque de malicia y sabiduría. “Ahora soy una mujer madura, tengo 46 años, y muchas cosas que decir y ofrecer, así que el estereotipo de La Pupuchurra lo estoy rompiendo”, dice Martha Isabel Bolaños, la caleña que volvió viral en redes sociales su rutina para mantenerse en forma y feliz: bailar salsa.

Promete que pronto estará con un nuevo proyecto, los detalles prefiere reservárselos para no dañar la sorpresa, por lo pronto la vemos en videos bailando salsa en sitios emblemáticos del género como el Museo de la Salsa o azotando baldosa con el bailarín Brando Pérez (Delirio), porque en medio de la pandemia, recién llegada de México, ha redescubierto una Cali que la enamora, al punto de querer quedarse para siempre.

¿Cómo es la historia de su infancia?

Mi papá era de un pueblito de Antioquia, mi mamá, de Mariquita, Tolima y se vino a Cali con su familia desde chiquita. Yo nací en el barrio Santa Helena donde viví hasta los cinco años. Ella enviudó muy joven, tenía 24 años, mi papá se mató en un accidente laboral a sus 23, yo tenía un año y diez meses. Mi mamá trabajaba y me dejaba con mi abuela hasta las 5:00 p.m., que llegaba, y me sacó adelante.

¿Fue una niña feliz?

Rodamos de casa en casa, mi papito era de esos de antes, medio casposos, machistas, mi mamita Delma y él se separaron y quedamos las tres guerreándola. Mi mamá, Míriam, se ganaba un mínimo como operaria en una fábrica de confecciones, pero nunca me dejó ver la carencia y con mi mamita me enseñaron principios. Llegué al barrio Las Acacias a mis 9 años, viví muchos años allí, pese a que después la violencia se llevó a los amigos, los primeros años fueron lindos, hacíamos novenas, íbamos a piscina, a la rueda.

¿Como hija única, fue rebelde?

Sí. Mi mamá no se volvió a casar, tuvo parejas, el último novio duró 25 años, pero siempre tuvo presente que no me iba a poner un hombre en la casa, cosa que le agradezco. Me dio mucha libertad y, gracias a Dios, supe qué hacer con ella, porque mientras a ella y a sus seis hermanos, mi papito los reprimió mucho, a mí ella me dejó libre. Siempre he sido independiente, voluntariosa, muy yo, pero responsable.

¿Es cierto que se operó las orejas?

Mi papá tenía unos ojos miel espectaculares y mi mamá dice que mi boca es igualita a la de él, pero heredé sus orejas, cuando trabajé en ‘Yo Soy Betty, la Fea’ me las operé y me cambié la talla de brasier. Tuve los senos muy grandes y como modelo me convenía porque llenaba perfecto los brasieres de señoras, pero tenía quistes, me diagnosticaron mastopatía fibroquística, me mandaron medicinas y quedé talla 32, cuando pude me puse 34, una talla decente, nunca me ha gustado sentir que me miran los senos y no la cara, de hecho, mi forma de vestir es más apretadita que mostrona.

¿Cómo fue la época del colegio en el Santa Dorotea, de Cali?

¡Increíble! Mi mamá me iba a meter a los 4 años a patinaje artístico, porque en el colegio no me querían recibir por lo chiqui, al final me llamaron y mi destino de ser patinadora se truncó. Al principio era cusumbo solo, solitaria, después hice muchas amigas.

¿Y cómo le iba con las monjas?

Era muy indisciplinada y mandaban a llamar a mi abuela, se iba de una vez en el bus del colegio conmigo una vez a la semana. Pero colaboraba en misiones, en danzas, no estuve el coro porque mi oído para cantar es peor que el de la Chimoltrufia, perdía clases, me le comía la mitad de la empanada en el recreo a alguna compañera, y a mis 12 años fui objeto de burlas de los niños del barrio, pero me las aguantaba, son heridas que de adulta he sanado.

¿Y qué maldades hacía?

En unos retiros espirituales, con mi amiga Maurin, que ahora vive en Chile, mientras las compañeras estaban en clase, nos fuimos a sus cuartos y les pusimos pica pica en las tazas de los inodoros. Mi mamá me decía que cómo hacía para pasar el año si no cogía un cuaderno, llegaba a hacer tareas al colegio y hacía una que otra trampilla.

¿No le gustaba estudiar?

Las matemáticas las pasé por promedio. Perdí séptimo y alcancé a las compañeras que venían detrás, que hoy en día son mis amigas, repitiendo año fui sobresaliente, aunque no me lo reconocieron, ya sabes: “Cría fama y échate a dormir”. Tenemos un chat y como volví a Cali, las veré seguido.

¿Verdad que inventó el microteatro?

Sí. Los viernes hacían unas misas larguísimas, íbamos con uniforme de gala y cinturones de cuero para portar las banderotas, pero a los 10 minutos me tiraba al piso y mis compañeras gritaban: “Martha se desmayó”, me sacaban cargada a comer en la panadería pan con gaseosa y nos íbamos sin pagar. En los retiros espirituales Sor Anchila nos sorprendió recochando a todas en un cuarto, yo metí mi pelo en un ventilador, ¡Hice un show!.

¿Al igual que La Pupuchurra, usted fue modelo de tallaje?

Bella coincidencia. Antes de graduarme del colegio, hubo un desfile en la fábrica de mi mamá y ella le comentó a la supervisora que tenía “una hija flaca y bonita”, le dijo: “Tráigala” y me llevó, le caí bien a las modelos, me enseñaron a desfilar, hice catálogos de trajes de baño, los jueves del Inter, los domingos de La 14, no me le arrugaba a nada. Me gané mi platica, empecé a ahorrar, nos cambiamos de casa. En un desfile conocí a Jairo Varela, me ofreció una beca de actuación, estuve en Estudios Niche un año y medio y me fui a Bogotá.

¿Qué la hizo volver a Cali?

Llevaba dos años en México y en diciembre pasado vine a grabar un video musical de un colombiano que vive en Miami y la pasé tan rico, que me fui enamorada de Cali. Planeaba seguir en México, pero empecé a escuchar salsa, a bailar, y en marzo cuando se dio la pandemia en Colombia, me vine de vacaciones a casa de mi mamá. Me puse a bailar salsa, para hacer cardio, subí a redes un video que se hizo viral, me llamaron para apoyar varias causas y estoy instaladísima. Arranco un programa con Telepacífico promoviendo el turismo vallecaucano y apoyando a la Gobernación en sus campañas, y a Oiga Mire Lea, de la Biblioteca Departamental, estoy ayudando a recoger tablets para los niños y sorprendida de ver una ciudad tan viva, tan culta.

¿Tiene pareja? ¿No quiere hijos?

No tengo y no quiero tener. Tengo esa puerta del amor muy cerrada. A mis 40 años decidí no tener hijos, habría sido una gran mamá, estoy segura, pero soy una mujer demasiado libre, con muchas cosas por sanar. No estoy buscando el amor, a veces veo una película donde se besan y digo: “Tan rico que es el cuchi-cuchi”, pero después no quiero, porque estoy saliendo adelante, encargándome de mí, no quiero distracciones.

Tiempos difíciles

Como “una mujer llena de luz, positivismo, echada pa’ lante, que no se queja de nada, que jamás tiene malas palabras para la gente; divertida, que soluciona todo y aprende de sus errores”, así ve a Martha Isabel, su amiga Reina, a quien conoció en Madrid hace diez años.

“Piensa tanto en el prójimo que se olvida de ella y le encanta el drama”, dice su amiga. Pero más bien parece que la persiguiera. Antes de ser actriz, en Bogotá, vivía en Cedritos y trabajaba como modelo de protocolo para marcas de automóviles. “Me enfermé de amigdalitis, de conjuntivitis, subsistía con Pony Malta con Chocoramo, mi mamá nunca se enteró”. Fue víctima de un paseo millonario con su novio en Timiza, “lo metieron al baúl y yo iba adelante con cuatro tipos, armadísimos; nos robaron, nos dieron vueltas por Bogotá toda la noche hasta las 6:00 a.m. que mi cuñada pagó $2 millones para que nos liberaran”. A los seis meses yendo hacia Ambalema, la guerrilla la interceptó. Llevando tres años de vivir en Bogotá, cuando aún le pagaban por capítulo, se paraba frente al espejo y decía: “¿Cuándo voy a despegar?”. Un día, antes de irse a un casting, encendió una vela para que le fuera bien, al volver las llamas se habían llevado todo. Rendirse nunca fue una opción. El director John Bolívar la llamó para la serie Tiempos Difíciles, en el rol de Cecilia, la asistente de la protagonista (Patricia Castañeda). Cobró tal importancia que le escribieron más diálogos, “hicimos escenas increíbles con Frank Ramírez y Luis Eduardo Arango. “Mi primer desnudo fue mostrando mi silueta a través de una cortina. Mi abuelita, por pudor, negó mi debut, y les dijo a mis primas: ‘ella no salió”, pero gracias a mi trabajo actoral compré apartamento en Bogotá”.

La actriz de novelas como Hasta Que la Plata nos Separe, Te Voy a Enseñar a Querer, Doña Bárbara, la Tormenta y El Capo, llegó al casting de ‘Yo soy Betty, la fea’ con una amiga, que también audicionó para el rol de Jenny García. Martha obtuvo el papel, la amiga se retiró. Después de ‘Betty’ llegaron los viajes, “en Puerto Rico contrataron escoltas para controlar a centenares de personas que nos seguían y ovacionaban, nos pagaron en dólares, nos dieron el pasaporte del Ponce, en un crucero recibimos el Premio Paoli; en un almacén en Panamá nos dieron a escoger lo que quisiéramos”, cuenta quien ganó el Premio TV y Novelas a Actriz Revelación.

En otro viaje en 2004 conoció en un restaurante en Miami al actor Chris Tucker, quien al verla con sus 1,70 metros, asediada por fans que le pedían fotos, se acercó para decirle lo guapa que era y a los 20 minutos regresó para llevarla a conocer a Michael Jackson. “Le conté que en el colegio lo imitaba bailando Beat It. Me admiró el cabello, el cuerpo y caminando a mi lado dijo: ‘Bienvenida a Neverland’. Era un amigo haciéndole el cuarto a otro”. En una visita de Chris a Colombia, se encontraron en una fiesta, “me invitó donde se hospedaba, le dije: ‘No, gracias’. En Cartagena él conoció a Vanessa Mendoza y se ennoviaron".

Bailar, su pasión

Compañeras de Martha Isabel Bolaños del Santa Dorotea, como Sandra García, la recuerdan como “la del parche de las locas, bullosa, participativa, saltaba a la vista porque siempre ha sido muy bella y espontánea. Se destacaba en voleibol”. Su amistad se fortaleció ya adultas: “Nos unen temas de crecimiento personal, ella siempre está en la búsqueda de paz interior. Admiro su capacidad de vencer obstáculos, la he visto en muchos cursos de superación personal, es una devoradora de libros”. Y Martha lo corrobora: “Me ha leído once veces Cien Años de Soledad, a Nietzche lo leí por gusto a los 12. Me gusta hacer retiros, soy una cazadora de psicólogos, son parte de la canasta familiar”. Para su colega Alina Lozano: “Mantris, como le digo porque ser muy espiritual, es una combinación de belleza y talento, con un gran sentido del humor y solidaridad”.

Tan aficionada como a los libros, lo es a los viajes, eso la llevó a irse a Chicago a estudiar inglés. “Tuve cuatro trabajos, fines de semana en un restaurante italiano en Evanston, ganaba US$ 300 semanales; los jueves, en un restaurante de alitas; lunes, martes y miércoles, era mesera en un negocio de un italiano, trabajaba con unas polacas que me hacían la vida imposible, pero él les decía ‘primero se van ustedes’, con Kasha, una de ellas, nos hicimos amigas, me adoptó”.

Todo lo ahorraba, y se dio sus gustos, vivió en un edificio con vista al lago Michigan, se compró un carro. “Pero tuve una experiencia amorosa que me lastimó muchísimo, me sentía inestable emocionalmente y decidí regresar a Colombia”. Había sido una de las tres preseleccionadas en Estados Unidos para protagonizar ‘Spanglish’, película que Adam Sandler estelarizó con Paz Vega. “Me llegó mi guion desde Los Angeles, forrado en cuero, con mi nombre en cada página; había hecho casting para hacer teatro en inglés, mi mánager venezolana allá, Mirna, me pedía que no me fuera, pero yo estaba tan perdida emocionalmente que lo hice”. Sin embargo cree fielmente en lo que dice su canción favorita de salsa, Uno Mismo, de Tony Vega: “Porque he andado los caminos y conozco el desatino, comprobé que todo pasa porque tiene una razón. Cuando a veces nos cegamos fue que no quisimos ver, y el porqué de equivocarnos casi siempre es aprender”. En Colombia pasó la tusa amorosa en La Isla de los Famosos y quedó de cuarta, “hice tres telenovelas con RTI y coprotagonicé El Pasado no Perdona con Fox Telecolombia”. Admite que tuvo ínfulas de diva, “compré extensiones para tener el pelo hasta la cintura, me puse lentes de contacto”, pero le duraron poco.

Lo que no se le quitó fue su gusto por el baile. Seguidora del Grupo Niche, del Gran Combo de Puerto Rico y La Ponceña, a los 4 años aprendió a bailar en casa con su mamá. “Con mi primer novio íbamos a rumbeaderos de Cali como el Village Game de la Avenida Roosevelt, a La Manzana, a la Calle Quinta y a las casetas en Feria y viajé con el Grupo Niche para grabar los videos de Duele Más, La Gallinita de los Huevos de Oro y Mecánico. “Me cantaron mi cumpleaños, en el Club Campestre”.

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