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'Sandokan' y Yo: Mi recuerdo del Corsario Negro

Al conmemorarse 100 años del suicidio del escritor italiano Emilio Salgari —célebre autor de historias de aventuras que se desarrollaban en paisajes exóticos— dos vallecaucanos, de distintas generaciones rememoran su iniciación en el fascinante vicio de la lectura, en un mundo habitado por corsarios negros, piratas y, por supuesto, Sandokán.

11 de mayo de 2011 Por: Por Medardo Árias | GACETA

Al conmemorarse 100 años del suicidio del escritor italiano Emilio Salgari —célebre autor de historias de aventuras que se desarrollaban en paisajes exóticos— dos vallecaucanos, de distintas generaciones rememoran su iniciación en el fascinante vicio de la lectura, en un mundo habitado por corsarios negros, piratas y, por supuesto, Sandokán.

El libro era lo que entonces llamaban “un tomo”, quizá de Editorial Sopena. Era una publicación alargada, en formato de historieta, que por entonces llegaba a la Farmacia Estrella de Buenaventura, junto a la revista Billiken, El Gráfico de Argentina, Bohemia de Cuba y O Globo de Brasil. A veces me pregunto cómo en un tiempo en el que reinaban los barcos más que los aviones, el mundo parecía más interconectado; Salgari me llegó por ahí, a los 16 años, en la historia del Corsario Negro, un tal Emilio di Roccabruna, Señor de Ventimiglia, noble italiano dedicado a la piratería. Sandokán, el Tigre de la Malasia, había abierto de todos modos una tronera en la imaginación, a través de una vieja edición que encontré junto a las aventuras de Tom Sawyer en la biblioteca del colegio, donde era menester hacer turno para leer ‘Un drama en el océano Pacífico’, otra historia de Salgari en la que una adolescente se enfrenta sola al oleaje del mar hasta convertirse en heroína. El tomo estaba ilustrado con la figura de famosos piratas, y en su prólogo alguien se había permitido hacer una diferencia entre "piratas, corsarios, filibusteros y berberiscos".Al igual que Mark Twain, Herman Melville y Joseph Conrad, Salgari tuvo obsesión por el mar, como tantos escritores -una de sus historias lleva por título ‘Aventuras de un marinero en África’- pero él navegó poco, a diferencia de J. Conrad que sí fue un curtido navegante. Quiso ser Capitán de Cabotaje de la Escuela naval ‘Sarpi’, pero no alcanzó el grado. La historia registra que navegó sólo unos tres meses por la costa italiana del Adriático, con recaladas en Brindisi. Al igual que el escritor cubano José Lezama Lima, a quien llamaban "el viajero inmóvil", imaginó lugares; la selva australiana, en el mar Caribe, India. Gran talento para los títulos; ‘La caverna del diamante’, ‘El rey de la pradera’, ‘La montaña de oro’. Escribía con el propósito de dineros urgentes.Agobiado por las deudas, cometió suicidio y dejó una carta de insultos a sus editores; les pedía que por lo menos pagaran su funeral.

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