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Perfil de un gitano del periodismo que dejó de existir: Ernesto McCausland

La muerte del editor general de El Heraldo de Barranquilla, quien fue galardonado con el Premio de Periodismo Simón Bolívar, Vida y Obra, se produjo en la madrugada de este miércoles.

22 de noviembre de 2012 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País.

La muerte del editor general de El Heraldo de Barranquilla, quien fue galardonado con el Premio de Periodismo Simón Bolívar, Vida y Obra, se produjo en la madrugada de este miércoles.

Una vez escribió la historia de una señora “con ojos de ratón” que fue hasta el periódico El Heraldo a poner un clasificado extraño: “Rosa Castañeda Castro, de Algarrobo, Magdalena, ruega a las personas de buen corazón que oigan comentar que ella no es virgen favor denunciarlo en el juzgado de Fundación”. La señora estaba atribulada. Al parecer en su almacén, Novedades Rosy, algunos clientes insinuaban que no era casta y eso era una ofensa que no podía soportar. Ella, a los 45 años, sí señor, era virgen a toda prueba. Otra vez escribió la historia de un jardinero que no fue noticia. Cuando en Barranquilla era común en los periódicos los reportes de hombres celosos que mataban a sus mujeres, el jardinero que estuvo a punto de asesinar a su pareja por una infidelidad se arrepintió al punto que su esposa quedó embarazada. El final feliz fue ese niño destinado a no nacer que pudo llegar al mundo. Eso tampoco se publicó en los periódicos. Y en Riohacha se encontró un tipo que resultó ser un fantasma. Se llamaba Papo Brito. El mismo que lo vio en la calle con su cara de gringo y le ofreció un tour gratuito por toda la ciudad. El tour se hizo a 120 kilómetros por hora en una camioneta Ranger roja sin vagón y en el camino Papo, gordo como una albóndiga humana, de ojos inyectados y desenfocados, le ofrecía whisky.Ya en la noche, después del terrible tour, contó lo que le había pasado. Fue cuando le informaron que al tal Papo Brito lo habían matado hacía un año. Ernesto McCausland Sojo sintió un escalofrío de pies a cabeza. También el testigo que lo acompañó en la aventura, su amigo el actor Andrej Satora.Muchos años antes de haber escrito esas historias, McCausland había decidido ser cronista. Estaba en El Heraldo. Era un jovencito de 18 años que ejercía el periodismo de manera empírica. Entonces su maestra en el oficio, la periodista Olga Emiliani, le dio la oportunidad “de transformar una noticia de cumplimiento en una crónica humana y sincera”. Se la publicaron. Así empezó todo. Así Ernesto McCausland se convirtió en el juglar del caribe que contaba historias que parecían cuentos pero que en realidad eran hechos que sucedían en la cotidianidad de los pueblos y ciudades de Colombia. Eran otros tiempos. Los periódicos, todos los días, llegaban a los lectores cargados de historias escritas con pasión, con ambición. Una época en la que, como decía el mismo McCausland, el periodismo, más que estar interesado en lo que dijo el presidente tal, más que interesarse en eso que ahora debe ser escrito “en tiempo real” para publicarlo en la web, el periodismo era una excusa perfecta para tomarse el tiempo de viajar a las profundidades del alma humana. “Mientras mis jóvenes colegas de hoy día leen en la primera página de los periódicos rígidas noticias sobre política, economía, orden público, gobierno y corrupción, yo bebí de una fuente muy distinta: la primera página de un periódico de mi infancia bien podía incluir, a cuatro columnas, una crónica de Juan Gossaín sobre Pambelé, con la particularidad de que por ninguna parte aparecía la palabra boxeo; u otra de José Cervantes Angulo, sintetizando todo el fenómeno del primer narcotráfico —la bonanza marimbera— a través de los ojos de un sicario pavoroso al que apodaban El Tin”, escribió. Más adelante decía: “Tanto yo, como mis colegas que lideran medios de comunicación, estamos en mora de responderle al país por qué permitimos que el conflicto lo contaran las matemáticas y no la gramática. Y cada vez me doy cuenta, con mayor claridad, de que el principal factor para ese vacío histórico es financiero. Pocos empresarios de medios creen que vale la pena tener en la redacción a un elemento que pase todo un día en pos de una gran historia, luego la mastique, la deglute, y la produzca con el exquisito recurso de la más poética sencillez. Nos gusta más una moledora humana, que nos traiga tres buenas chivas, despachadas sin contemplaciones en seis gélidos párrafos. Y aquí mi punto: si yo me las he arreglado para hacer creer que soy cronista, ¿por qué no permitir que esa misma treta la haga cualquier elemento de la redacción?”. Esas palabras las escribió en octubre pasado, cuando recibió el premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un periodista. Fue el último de los 12 premios que recibió en su vida. Fue su último discurso en defensa de la crónica en estos tiempos de culto a la brevedad de las noticias cortas. Lo leyeron sus hijas, Natalia y Marcela. Estaba enfermo. En la madrugada de este miércoles, debido a un cáncer de páncreas que lo aquejaba desde hace años, Ernesto McCausland murió. Había nacido hace 51 años, el 4 de enero de 1961 exactamente, en Barranquilla. Empezó como cronista en El Heraldo, pasó por El Tiempo, la Revista Cambio, Cromos, SoHo. También fue novelista, cineasta, escribió obras de teatro. En radio tuvo un programa famoso, Crónicas de la Calle. También trabajó en el noticiero 6AM, de Caracol radio, y fue cronista de Caracol Televisión. El periodista Juan Gossaín dijo entonces que era un hombre inagotable. Se la pasaba recorriendo los pueblos de la Costa buscando historias para escribirlas en la prensa o contarlas en la radio o grabarlas en la televisión. “Era un gitano”. Y en esas aventuras, agregó el cronista Alberto Salcedo Ramos, McCausland tenía la capacidad de sintonizarse con facilidad con el alma popular, el alma del caribe. “Siempre me llamó la atención su manera de oir a la gente, su manera de entenderla. Tenía un ojo entrenado para encontrar ángulos inesperados en lo cotidiano. Y era muy imaginativo en los enfoques, aunque era un periodista absolutamente creíble. En sus historias no hay datos que no son ciertos. Si algo le sobraba, era talento como reportero”. McCausland era hincha del Junior. Sus amigos le decían ‘Maca’. Manejaba, recuerda Alberto Salcedo, como un bárbaro. Un viaje de cinco horas de carretera lo despachaba en cuatro. Era, escribió el periodista Antonio Morales, un “bacán generoso”. Su destino, resumió Heriberto Fiorillo, “fue una lucha permanente contra el cáncer, un amor incansable por la vida, una entrega al periodismo”. Pero más que por sus conocidos, más que por sus parientes, su memoria la mantendrán intacta sus historias: un hombre que vive en un árbol, un día en que llovieron plátanos, el payaso que mató a Drácula. Las buenas historias no solo ganan lectores para periódicos y revistas. Pueden, también, ser un triunfo del hombre sobre la muerte.

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