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La historia de Silverio Suárez, el sacerdote que será general de la Policía

Hijo de una familia católica, incursionó en la política con Belisario Betancur. También estudió comunicación social y fundó un periódico.

1 de noviembre de 2016 Por: Colprensa | El País

Hijo de una familia católica, incursionó en la política con Belisario Betancur. También estudió comunicación social y fundó un periódico.

El coronel Silverio Suárez se convertirá en el primer sacerdote policía en llegar al grado de general. La semana pasada fue llamado a curso de ascenso junto con otros diez coroneles.  Hijo de una familia católica, incursionó en la política con Belisario Betancur; trabajó en la Secretaría de Educación de Bogotá mientras estudiaba comunicación social. Creó un periódico propio. Luego, se interesó por la Policía y, estando allí, una tragedia lo impulsó a la vida religiosa.  ¿Quién  es el padre Silverio Suárez? Llevo 23 años de servicio a la Policía como oficial y 17 años de sacerdote.  Mi papá era abogado, fue Procurador Delegado, y mi mamá era profesora. Somos cinco hijos, yo soy el tercero. Una familia de clase media. Antes de ser policía, hizo política y periodismo… Me encantaba la política, me fijé en la figura de Belisario Betancur  que hizo cinco campañas hasta que venció por fin. Yo le ayudé en dos, en Bogotá, con ‘Jóvenes con Belisario’. Mi sueño era estudiar derecho, hice un año en el Externado y me salí por la campaña. Me fui a trabajar de secretario privado del Secretario de Educación por un año y luego en un trabajo nocturno para pagar mis estudios. Empecé a estudiar comunicación en la Sabana pero me gradué en los Libertadores.  Trabajó como periodista en una época muy violenta… Mucho, porque era la violencia contra la Unión Patriótica y la de los narcotraficantes que fue enorme, que se robó muchísimas vidas. A mí me tocaba hacer monitoreo de radio y de televisión  (en el diario El Tiempo) y alertar lo que estaba pasando. Que mataron al Procurador Carlos Mauro Hoyos, al general Valdemar Franklin, a José Antequera, a Jaime Pardo, a Bernardo Jaramillo. No lo podíamos creer. Me ascendieron a redactor. Yo tenía la inquietud de fundar un periódico y lo hice. ‘Murmullos’ se llamaba. Duramos tres años. Era una locura, éramos cuatro periodistas y hacíamos todo. Vender publicidad, vender el periódico, tomar fotos, hacer la redacción diagramar... Eran 16 páginas y lo sacábamos cada mes. ¿Por qué  ingresó a la Policía? Cuando se acabó ‘Murmullos’ vi un aviso de la Policía que necesitaban profesionales en diferentes áreas y quise la experiencia. Yo no sabía nada de Policía, hice mi incorporación en la escuela, mi curso de oficial y me dejaron de planta de la Escuela General Santander. Fui jefe de prensa. ¿Y el sacerdocio? Cuando estuve en la Sabana conocí un centro del Opus Dei que me marcó la vida. Me enseñó a ser una persona de fe. Ahí comencé un plan de vida espiritual. Y, estando en la Policía, nos ocurrió una tragedia, la muerte del mayor Humberto Antonio Castellanos, que era un hombre muy importante, uno de nuestros grandes atletas. Un cadete le regó gasolina y lo quemó. Eso me marcó. Hablaba mucho con el director de la Escuela, el general Ismael Trujillo, sobre qué estaba pasando. Yo le decía que cambiar a un policía no era cambiar de grado, sino cambiarle el corazón. Ahí se dio la posibilidad de irme para el seminario, lo que se hizo con mucha reserva. Me formé en filosofía y teología en apenas cuatro años, no me desvinculé nunca de la Policía y me ordené sacerdote en el 2000. ¿Cómo es el trabajo de un padre policía? A mí me tocaba atender las estaciones de Policía en Bogotá y no solo a los policías sino a los retenidos. Fue una labor espiritual pero también social. Me convertía en su abogado, hacia los memoriales para que les dieran la libertad, les pagaba la fianza. Eran pobres, personas que sí habían robado por necesidad y conseguía plata para ayudarlos. Eso duró un año. Luego me mandaron a la Escuela General Santander, ascendí a coronel y me mandaron al Valle. ¿Y su experiencia en el Valle? Muy dura porque nos pusieron una bomba que destruyó la Metropolitana de Cali y el edificio del departamento de Policía Valle. Fue el 9 de abril del 2007, hubo un muerto y varios heridos, fue una Semana Santa muy dura.  Era una guerra sin descanso  en todo el departamento. Me tocaba toda esa labor social. Había varias familias de policías secuestrados. Nos secuestraron al comandante de Policía de Pradera. Vivíamos ena zozobra. Mucho trabajo con los enfermos y sus familias. ¿Cómo se maneja tanta violencia? Lo más importante es la presencia de Dios, sin Dios es muy difícil. Una familia puede terminar un duelo, pero para mí era uno y luego otro. Me acostaba, después de haber sacado a un policía de la morgue por ejemplo, llevarlo a la funeraria, celebrar las exequias, y me llamaban a las dos de la mañana porque había otro policía herido. Muchas veces uno era la mamá y el papá para el Policía, porque venían de otras regiones, y eran policías solos, sin esposas, sin padres. Tocaba estar pendiente de ellos.   ¿Cómo  no llenarse de odio? Es la presencia de Dios, si no tuviera esa fe, me hubiera derrumbado hace mucho tiempo. Eso a cualquier persona lo enloquece porque un dolor tan prolongado enloquece. Que una familia por ejemplo tenga la esperanza de que le vayan a devolver al secuestrado y que se lo entreguen en un cajón, es muy duro. Le toca a uno estar muy fortalecido. ¿Qué hecho recuerda en particular? Demasiados. Uno fue la muerte de mi general Édgar Duarte Valero, él estuvo secuestrado 12 años. Conocí  y tuve muy buena relación con su hijita y su esposa. Y siempre era la esperanza de que fueran a liberarlo. Hicimos muchas peregrinaciones y lo entregaron muerto.  La hija me dijo que quería conocer al papá, porque no tenían recuerdos de él, y tocó abrir el féretro con un cadáver en descomposición. Ese mismo día, con el hijo del sargento Libio Martínez, solos en la sala de velación, el muchacho abrió el féretro para ver el papá. ¿Se ha sentido el cese el fuego?  Se ha notado muchísimo. Un día llegué al centro religioso y encontré que sacaron todas las bancas. Pregunto: “¿No va a haber exequias?” Y me dicen: “Sí, es que son tantos los cajones que nos toca sacar todas las bancas”. Ahora, no hay muertos.  Lo más difícil que nos ha tocado vivir es el dolor por el que pasan muchos policías. La muerte. Muchos compañeros han muerto. Por fortuna la página del secuestro se cerró. ¿Cómo ve el proceso de paz? Hay que vivirlo. Somos los más interesados en que el proceso se lleve a cabo porque somos los grandes beneficiados y nos vamos a dedicar a lo que es esencial a nosotros, la seguridad ciudadana. Van a desaparecer muchos grupos operativos que fueron creados por las necesidades y enfocarnos en la seguridad ciudadana, que es lo que hoy en día más afecta a la gente. Todavía hay quienes entienden la justicia como venganza, ¿qué decirles? Si nosotros no cortamos el espiral de violencia nos seguiremos matando. Una vida vale todo, salvar una vida vale todo porque es la dignidad del ser humano y es defender lo más valioso que tenemos que es la vida. Es necesario perdonar para que las heridas abiertas no hagan daño.

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