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Roberto Burgos, ganador del Premio Nacional de Novela. | Foto: Colprensa

'Ese silencio', el relato de Roberto Burgos que compartió con El País antes de morir

Tras el fallecimiento de Roberto Burgos Cantor, El País publica nuevamente la entrevista que concedió en 2010 sobre la novela 'Ese silencio'.

17 de octubre de 2018 Por: Lucy Lorena Libreros / Especial para El País 

Esta entrevista con el escritor Roberto Burgos fue publicada el pasado 9 de diciembre del 2010. El País la publica de nuevo luego de su sensible fallecimiento el pasado martes 16 de octubre en Bogotá.

¿Es acaso ‘Ese silencio’, el relato de Roberto Burgos Cantor que llegó a sus lectores devotos en el epílogo de este año, una novela de amor?

Él, un cartagenero de conversación pausada, abogado de otros tiempos y narrador de historias en ejercicio, asegura que “si el amor implica sufrimiento y una perspectiva de que la felicidad es una búsqueda permanente” —eso mismo que hacen el Médico de los 75 hijos, María de los Ángeles o Escolástica, los personajes de esta nueva historia— entonces sí, “estaría de acuerdo en que se trata de una novela de amor”.

Habría que discutirlo con quienes ya hayan terminado de recorrer las 161 páginas sobre las que Burgos edificó este breve relato para lograr consensos. Porque uno bien podría decir que ‘Ese silencio’ es un paso más de esta pluma caribe en ese camino de reflexión sobre el universo de lo femenino, con sus luchas, sus soledades, sus alegrías y sus desamores. O imaginar que esta historia de Puerto Escondido es apenas una excusa o pausa, mientras Burgos Cantor regresa otra vez al feudo del cuento, género mayor que él confiesa mirar con la misma reverencia con que los sacerdotes se paran frente a una catedral.

Al otro lado del teléfono está él, dispuesto a sacarnos de la duda...

Roberto, ¿por qué regresar a la novela después de esa aventura de cuentos que fue ‘Una siempre es la misma’?

Soy de esos escritores que ha guardado siempre lealtad con el cuento, hago parte de esa extraña raza que comenzó su camino de letras con los cuentos. Otros escritores como Flannery O'Connor, solían decir que se trata de un género fácil en la medida en que todos los días vivimos de contar cuentos. Incluso, lectores y amigos te viven diciendo cuándo vas a escribir una novela, así como cuando al atleta de pista corta, que ha ganado carreras de 50 metros, le interrogan sobre cuándo se va a ganar la de los 200. Sin embargo, creo que este género demanda del escritor mayor concentración y una mayor revelación del instante. El cuento, para mí, es lo más cercano a la poesía.

La novela vendría a ser, entonces, una especie de disciplina literaria...

De cierta forma, sí. Después de una novela como ‘La ceiba de la memoria’, por su extensión, creí que volver al cuento con ‘Una siempre es la misma’, me devolvía las virtudes de la narración misma. El cuento ayuda a que la prosa de la novela no se vuelva tan seca, tan áspera. Escribir cuentos es un ejercicio de afinación para mantener el encanto de cada nueva historia que se piensa construir. Escribir novelas es un ejercicio de constancia y voluntad.

Una de las virtudes de esta novela es la ambientación que logra de los escenarios y personajes, muy cercanos a ese universo tan suyo, el Caribe...

Es algo que asumo con cuidado. Porque, al contrario de lo que sucede con otras literaturas, la europea por ejemplo, donde los universos están tan definidos —basta mirar la facilidad con la que Tolstoi recrea el Támesis y lo hace cercano así nosotros vivamos muy lejos de él—, a nosotros nos impusieron nuestros universos. La culpa de eso, en buena medida, la tienen los cronistas de Indias, que sumaron ignorancia con sorpresa en sus relatos, al punto que confundían un mango con una manzana de oro y un manatí con una sirena. Me esfuerzo para que nos reencontremos con nuestros propios universos, que los amemos y los asumamos con conciencia.

Usted, vuelve, como ya lo ha hecho en libros anteriores, al tema de las mujeres.


Yo he aprendido a estar en silencio frente a ese misterio que es lo femenino. Y, al hacerlo, logro escuchar con devoción, más que con atención, ese mundo femenino que está como guardado. Mundo que me interesa porque tiene una visión desprendida, limpia, sin intereses; distinto a la visión masculina que, por el ejercicio del poder, está interferido por ideologías e intereses. Quienes tenemos la suerte de volcar la mirada hacia lo femenino hallamos un mundo que está más lleno de intuición que de razonamientos armados. Le he dedicado a eso mucho tiempo; de pronto es porque me la pasé mucho tiempo escondiendo una verdad simple: que soy un hombre enamorado de las mujeres.

Lo que llama la atención es que si bien las mujeres que retrata en este libro son parroquiales, sus historias de soledad y desamor resultan universales...

En cada mujer hay un universo. Y cuando uno hace la tarea de acercarse a ellas descubre que toda la vida los hombres hemos malgastado las horas tratando de verlo con demasiados prototipos y caricaturas. Ernesto Sábato solía decir que cuando el universo estuviera derrumbándose, cerca del caos final, siempre iba a existir un hombre mirando las estrellas y una mujer dentro de la casa. Claro, él lo decía como un homenaje a esas madres que cuidan a sus hijos por encima de todo, pero no deja de ser una mirada muy masculina sobre lo que son las mujeres. Lo que yo creo es que ese mundo tan inexplorado de lo femenino, pertenece a un orden más amplio, sólo hay que escarbarlo, escucharlo con paciencia.

Una de las lecciones de ‘Ese silencio’ es que en un buen relato el cuidado de lo estético es tan importante como la construcción misma de la historia...

Sin duda. Así como el carpintero es un excelso escultor de las maderas, el escritor está llamado a ser el cultor de la lengua que utiliza y el conocedor del secreto de las palabras. Si algún valor ha de tener la literatura es el de tener la capacidad de competir con la realidad para embellecer esas palabras o mostrar su mentira.

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